El salón principal de la mansión estaba impregnado de una calma irreal. El rugido de la tormenta nocturna se filtraba a través de las ventanas rotas, acompañado por el crujir ocasional de escombros bajo las botas de los oficiales que revisaban la escena. Alexander avanzaba tambaleante, con cada paso dejando un rastro de sangre que se mezclaba con los restos del enfrentamiento. Su pecho subía y bajaba con esfuerzo, pero su mente estaba en un solo objetivo: encontrar a Emilia.
Los candelabros de cristal pendían del techo destrozados y las sombras proyectadas por las luces intermitentes parecían burlarse de él. Su mirada recorría cada rincón, buscando desesperadamente entre los cuerpos inmóviles y los rostros aterrados de los sobrevivientes. La posibilidad de no verla nunca más lo golpeó como una ola de hielo. Una fracción de duda comenzó a filtrarse en su determinación.
De repente, una figura familiar cruzó la puerta. Emilia, su falda estaba desgarrada y sus ojos marcados por el cansanc