Desde un extremo del salón, oculto tras cortinas de seda y perlas, la mirada de Alexander Sidorov ardía sobre ella, intensa y persistente. La joven mujer se movía con elegancia y seguridad, evitando que los clientes de la noche la empujaran, balanceando la bandeja en sus manos con precisión de un malabarista.
Sonrió con interés, no tanto por lo que veía sino por lo que imaginaba. Mujeres como ella, podían ser nueces duras de romper, pero no imposibles, y eso era lo que más disfrutaba. Aunque pareciese que Emilia Collins había perdido las ganas de vivir, persistía con una terquedad digna de admiración, tanto como burla.
Sus labios se arquearon aún más y sus ojos se entrecerraron con diversión justo en el momento en que notó que la camarera se dio cuenta de que él la estaba observando.
Emilia sintió que su pulso se aceleraba mientras se hac