Emilia no dijo nada; se dirigió al escritorio, concentrando toda su atención en colocar el servicio sobre la mesa y rellenar la taza.
—¿Cuántas cucharadas de azúcar? —preguntó, ignorando sus palabras.
Alexander sonrió de medio lado y se sentó en su silla, exponiendo deliberadamente su cuerpo a ella.
—Una —respondió, con la voz más grave y baja de lo habitual.
Emilia no apartó la mirada del escritorio mientras dejaba caer el azúcar en el café. Removió la infusión con la cucharilla un par de veces, evitando que el metal chocara contra el cristal. El rubio notó sus movimientos y su deliberado acto de no mirarlo; se acarició el labio inferior con la lengua, sintiendo una ligera frustración y, al mismo tiempo, experimentando una sensación que hacía mucho no sentía: el reto.
Soltó una risita gutural. Emilia hizo lo posible por contener el escalofrío que le erizó la piel y agradeció en silencio por las mangas largas del uniforme, que ocultaron sus poros b