La Espiral comenzó a vaciarse poco después de la medianoche. Los últimos clientes del restaurante habían dejado las mesas, y un aire de cansancio se mezclaba con el silencio expectante de la madrugada.
Emilia recogía las servilletas y copas vacías de una mesa junto al ventanal. Desde allí podía ver la calle iluminada por faroles que proyectaban sombras largas en el pavimento. Había algo melancólico en aquella escena que le calaba el alma. Tal vez era el agotamiento o quizás el eco persistente de lo que había ocurrido pocas horas antes en el despacho de Alexander Sidorov.
Mientras terminaba de acomodar los platos en el carrito de servicio, su mente volvió a aquel instante en el que el señor Sidorov, con la camisa desabotonada, la postura lánguida y su mirada oscura, le había ofrecido cambiar de empleo y trabajar en el Oblivion Lounge.
Alexander le aseguró que poseía todas las cualidades para emplearla, además del aspecto físico que encontró interesante y atractivo.
—Podrías hacer mucho dinero en propinas —la tentó con una sonrisa de medio lado—. No hay nada más tentador para los clientes del lugar que ese aire indómito y esa fachada incorruptible.
Emilia no dejó de lado el tono sarcástico en sus palabras, pero sí ignoró el deliberado gesto lujurioso del jefe de pasarse el pulgar por los labios, arrastrando los tenues rastros de labial de su piel, difuminándolos ligeramente.
No le dio una respuesta inmediata, pero el peso de la propuesta todavía residía en su pecho. Algo en su interior le decía que aceptarla sería como cruzar una línea invisible, un punto sin retorno. Y, sin embargo, la curiosidad —ese impulso morboso que no podía controlar— la tentaba.
En especial, porque intuía que en el Oblivion tal vez encontraría las respuestas que estaba buscando.
—Emilia, ¿ya terminaste por aquí? —La voz de Clara, una de las camareras y su mejor amiga, la sacó de sus pensamientos.
—Sí, solo me queda llevar esto a la cocina —sonrió con esfuerzo mientras señalaba el carrito.
Clara, con su cabello recogido en una trenza y el uniforme impecable a pesar de la hora, la observó con una mezcla de curiosidad y preocupación. A pesar de su naturaleza directa, había algo maternal en su forma de tratar a Emilia. Clara siempre había estado allí para ella, especialmente durante los momentos más difíciles tras la desaparición de Ana.
—¿Cansada? —inquirió con preocupación—. Después de tanto tiempo, debe ser un poco difícil adaptarse, ¿verdad? Sabes que si necesitas hablar estoy aquí —insistió Clara mientras la seguía hacia la cocina.
—Lo sé, Clara. Gracias —Emilia agradeció el gesto con una sonrisa leve, pero la opresión en su pecho no desapareció.
No podía contarle a su amiga sobre la oferta del jefe, mucho menos decirle que lo estaba contemplando por la simple posibilidad de que Ana hubiese tenido la misma opción, convirtiendo el Oblivion Lounge en el lugar original donde su hermana desapareció.
Clara le devolvió una sonrisa más cálida y caminó hacia la barra donde Sophia se encontraba sentada, revisando las cuentas del día. Emilia se dirigió a la cocina y, tras dejar los platos en el fregadero, regresó para despedirse de sus compañeros.
—Es bueno tenerte de vuelta —comentó Clara mientras se ponía su chaqueta—. La verdad, el equipo no es lo mismo sin ti. Apenas te incorporaste y no cometiste ni un solo error.
Emilia agradeció sus palabras con una leve inclinación de cabeza. Aquella sensación de calidez la confortó por un momento, pero pronto desapareció al recordar las circunstancias que la habían obligado a dejar La Espiral en el pasado. Y ahora, regresar a ese lugar parecía ser parte de un rompecabezas que estaba empeñada en resolver.
Una vez fuera del restaurante, se acomodó el cuello de su sudadera y buscó su teléfono en la cartera. Las luces de la calle brillaban con suavidad mientras la humedad del ambiente la envolvía. Buscó el número de Gabriel Hayes en sus contactos, pero antes de que pudiera llamarlo, decidió que era más prudente enviarle un mensaje.
Escribir parecía menos comprometedor que enfrentarse a sus preguntas directas.
[Hoy me encontré con el señor Sidorov. ¿Puedes creerlo? No solo me tocó atender su mesa durante la cena, también me ofreció un trabajo en uno de sus clubes privados, en el Oblivion Lounge.]
Emilia envió el mensaje y guardó el teléfono en el bolsillo de su pantalón. Sin embargo, apenas había dado unos pasos cuando el aparato vibró en su interior. Gabriel no se había tomado su tiempo para contestar; la estaba llamando directamente.
—Gabriel —contestó, colocando el teléfono cerca de su oído—. No pensé que estarías despierto.
—¿Vas a aceptar el nuevo trabajo? —La voz de Gabriel sonaba grave y preocupada, como si aquella simple idea lo alarmara profundamente.
—No lo sé —admitió con sinceridad, sus ojos se fijaban en el pavimento mientras caminaba despacio hacia la parada de autobuses—. Más que un trabajo fijo, es solo por un par de turnos. Reemplazando a alguien. No estoy segura de qué haré todavía.
—Escucha, Emilia —interrumpió Gabriel—, sé que estás buscando respuestas y que por eso volviste a La Espiral; pero Oblivion Lounge es otro nivel. Las cosas que suceden en ese lugar… Por tu bien, Emilia, ese mundo no es para ti. En realidad no sabes en qué te estás metiendo.
»Ya estabas tomando demasiados riesgos, si vas allí, estarías tentando a la suerte.
La firmeza de su tono le provocó un escalofrío. Sabía que Gabriel no era un hombre que hablara sin fundamento, pero también sabía que no podía ignorar la oportunidad que se le presentaba.
—Precisamente, Gabriel. ¿Qué tal si me lleva a algo? —replicó en voz baja—. ¿Y si puedo averiguar más sobre lo que le sucedió? Creo que fue en el Oblivion donde originalmente sucedió todo. Y si puedo obtener una pista, así sea algo pequeño… No ha pasado tanto tiempo como para que se hayan olvidado de ella. Además, Alexander Sidorov no tiende a cambiar de empleados con rapidez, le gusta la eficiencia, y prefiere rodearse de empleados capaces y leales. Eso puede ser favorable para mí.
El silencio que siguió a sus palabras fue tan pesado como la humedad de la noche. Emilia miró hacia las luces distantes de la ciudad, preguntándose si había dicho lo correcto o si acababa de tocar una herida que ambos preferían evitar.
—Me contaste que Ana pensó que era solo un trabajo sencillo —dijo finalmente Gabriel, su voz más contenida, casi un susurro—. Si ella en verdad fue allí, no lo hizo pensando que algo iba a pasarle, tú lo sabes, Emilia. Nunca se sabe quiénes estarán allí ni cómo pueden cambiar las cosas en un instante. El Oblivion ha sido un lugar de interés para la policía desde hace más de cuatro años, eso significa que quienes lo visitan no son personas simples.
El nombre de su hermana trajo consigo una oleada de recuerdos dolorosos. Ana, con su sonrisa radiante y su energía inagotable, había creído que podía conquistar el mundo. Y, sin embargo, había desaparecido sin dejar rastro, atrapada en las sombras que ahora parecían rodear a Emilia.
—Gabriel… —suspiró—. Yo no soy Ana —dijo con suavidad, aunque sabía que sus palabras no eran del todo ciertas. Se parecía más a su hermana de lo que quería admitir.
Sin embargo, Emilia tenía los pies sobre la tierra, era más centrada y definitivamente tenía más en claro lo voluble de la naturaleza humana.
—No, no lo eres —admitió Gabriel con una exhalación—. Pero eso no significa que estés preparada para lidiar con gente como Sidorov o los que lo rodean. Te advierto, Emilia, si decides aceptar ese trabajo, debes tener mucho cuidado. Ese hombre... —suspiró resignado—. Hombres como Alexander Sidorov no hace nada sin un propósito. Si te está ofreciendo este empleo, es porque algo quiere de ti. Incluso si no recuerda quién eres, o si no se acuerda de Ana... Si aceptas su propuesta de trabajo, caerás en sus redes y será muy difícil que puedas escapar después.