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Mundo ficciónIniciar sesiónA Kalet Escoffier le rompió el corazón la mujer que él creía era el amor de su vida dejándole consumido por la amargura. Años después, una noche loca no sólo lo dejó en bancarrota, sino también con dos pequeñas bebés. Ariane Petit vivió un infierno desde que su madre murió y su padre trajo a casa a su amante y a su hija. Le robaron todo y se adueñaron de sus méritos, enviandola lejos para que no estorbara en sus planes. Ahora ella ha vuelto, decidida a recuperar todo lo que le robaron. Un trato desesperado que pondrá al descubierto secretos, mentiras, y un amor que aunque siempre vivió en las sombrnas de los malos entendidos sigue intacto a pesar del tiempo, aunque ninguno de los dos sea capaz de aceptar que aquel amor que creían muerto, sigue vivo porque nunca murió.... Siempre fue inmortal.
Leer másResopló fastidiada y golpeó la cama con la almohada, deslizando sus dedos entre las hebras oscuras de su cabello, metiendo la cabeza entre sus piernas flexionadas.
Por más que trataba, el sueño le era realmente esquivo. Llevaba horas dando vueltas en la cama, luchando contra el insomnio que casi nunca la dejaba dormir y que desde que su padre prácticamente le había ordenado volver a casa, se había vuelto mucho más recurrente y severo. Sabía perfectamente cuál era el motivo de aquel trastorno que desde que su madre había muerto no la dejaba en paz y sólo podía sobrevivir a este a base de medicamentos que ya no estaban dispuestos a surtir efecto en su cuerpo. Pero ahora que la incertidumbre y las preguntas sin respuesta a tan inusual decisión de su progenitor se habían sumado a su mente atribulada, este parecía aferrarse a ella con más ganas. Se sentó en la cama y encendió la lamparita en su mesita de noche, iluminando apenas la habitación en penumbras, restregando sus ojos azules como el océano en plena calma, mientras se bajaba de la cama y con la somnolencia pesando en su espalda, se dirigía al baño refunfuñando al sentir el frío suelo bajo sus pies, pues había olvidado ponerse sus pantuflas. Entró a este y dejó escapar un gruñido de dolor cuando una de sus piernas chocó contra parte del lavamanos. Miró la parte afectada con mala cara y luego su reflejo demacrado en el espejo y una mueca de inconformidad desfiguró sus delicadas facciones, al ver aquellas ojeras tan oscuras y pronunciadas bajo sus ojos. - Ya me faltan pocos días para volver a ese infierno… No puedo presentarme de una manera tan deplorable o esa arpía tendrá motivos de sobra para fastidiarme.- Susurró, acariciando el reflejo que le ofrecía aquel espejo, deseando romperlo en mil pedazos. Se lavó el rostro, casi con rabia y regresó a la habitación, rebuscando en el cajón de la mesita de noche junto a la cama, aquellas pastillas que tanto odiaba necesitar, pero era la única forma en la que podía darle un respiro a su mente. Vació el bote en su mano y la tentación de tomarlas todas de un solo trago para acabar con todos sus problemas picó en sus manos, pero luego recordó que sólo sería hacerles un favor a los cuervos que vivían en su casa y ella no era de las que hacía favores. Tomó una píldora y guardó las demás y luego se subió nuevamente a la cama, tomando su computadora del cajón con un poco de molestia. Comenzó a teclear en esta con rapidez, anhelando que sus ojos al sentirse cansados, por fin le concedieran el honor de rendirse a los brazos de Morfeo. Una sonrisa aparentemente genuina se dibujó en sus labios al ver como en tan pocos años, la empresa que con tanto esfuerzo y dedicación había fundado junto a su mejor amiga y socia, estaba creciendo a pasos agigantados, posicionándose en el top diez de la lista de Forbes y superando incluso a la empresa que por medios para nada legales, su padre proclamaba como suya. Se preguntaba que haría su padre al enterarse que la dueña de la empresa que los había superado con creces en tan poco tiempo y con la que tanto anhelaba colaborar, pertenecía a la hija que el tanto despreciaba y a la que había alejado de su lado y de su vida de todas las formas posibles. Se daría un festín seguramente con su rostro perplejo y más aún al ver la cara de absoluta envidia en las arpías a las que tanto deseaba poner en su lugar. Cerró sus ojos, saboreando anticipadamente aquel momento, hasta que de repente, un nuevo pensamiento se coló en su cabeza. Quiso refrenar el impulso de sus manos, pero estas teclearon de inmediato aquel nombre que por tanto tiempo había evitado incluso recordar. La curiosidad pudo más que su firme decisión de no rozarse con aquel pasado que sólo le causaba dolor, pero, volvería. Ella volvería y sabía que de nuevo se enfrentaría a viejos fantasmas, a antiguos rencores y eso también lo incluía a él. No quería saber que era de su vida. No quería lastimarse de más al confirmar que ella ya no tenía cabida en ella, pero, aquel sentimiento que aún perduraba en su pecho como un árbol que a pesar de estar completamente mutilado se niega a permitir que sus raíces se sequen por completo, se aferraba con fuerza a cada átomo de su cuerpo. Sus ojos se entrecerraron cuándo el primer artículo saltó ante ella y la incredulidad solamente fue en aumento cuando al desplazarse, los titulares se volvían más alarmantes y negativos. ¿Qué había pasado exactamente?. ¿Cómo era que había terminado de aquella forma?. En un arrebato de locura tomó el celular en su mesita de noche y marcó un número con prisa, deseando respuestas, pero justo cuándo estaba a punto de pulsar el botón de llamada, algo en su interior la detuvo. ¿Qué diablos se suponía que estaba haciendo?. Angéle seguramente ya se encontraba profundamente dormida y ella, por un ataque de locura desconocida no tenía derecho a interrumpir su sueño. Lanzó el aparato contra el colchón y restregó su rostro con las palmas frustrada.- Calmate Ariane, calmate. ¡Deja de perder la cabeza tan fácil!.- Se dió unas palmaditas en las mejillas, tratando de despejarse y aterrizar. Siguió metiéndose en artículo aquí y allá y cuando las palabras "fraude" y "robo" saltaron ante sus ojos, una sensación para nada agradable se extendió por su cuerpo. - No... No puedo quedarme de brazos cruzados.- Murmuró al fin.- Aunque sé que su amor jamás será mío, no puedo verlo hundido. Tomó el teléfono nuevamente y comenzó a escribir un mensaje de texto, el cuál envió sin siquiera pensar. Se recostó nuevamente, poniendo el portátil a un lado y clavó sus ojos en el techo, exhausta, aunque no sabía exactamente por qué. Tal vez era por el trabajo o quizás por la incertidumbre de no saber lo que le esperaba al poner un pie nuevamente en aquella casa que de tantos malos recuerdos había poblado su memoria. Quizás era el saber que aunque se repetía una y otra vez que era fuerte, sabía que era débil y que fácilmente los fantasmas del pasado podrían volver a quebrarla. Porque aún era tan frágil como el cristal más delicado… Porque aún se dejaba ahogar por las inseguridades que tanto trataba de mantener a raya, pero que no dejaban de perseguirla en ningún momento, aún cuando aparentaba lo contrario. Porque aún seguía aferrada a un amor que nunca fue correspondido y que nunca lo sería. Porque aún sentía que el aire le era insuficiente cada vez que recordaba aquella escena que rompió su corazón en mil pedazos. Porque aunque había tratado de convencerse que ella sólo era un mal cálculo de la naturaleza, aún se aferraba a la esperanza de que alguien pudiera ser capaz de amarla con sus defectos y cicatrices de las heridas de un pasado que seguían sangrando en su alma. Cerró sus ojos despacio y las lágrimas rodaron por sus mejillas una tras otra, dejando que todo lo que luchaba por retener en su pecho, se desbordara como un río caudaloso y arrasara con todo lo que encontraba a su paso, sin dejar nada intacto, sin permitir que algo quedara en pie. Se giró en la cama y se hizo una pequeña bolita en esta, mojando la almohada con su llanto roto. Halo la gaveta de su mesita de noche y sacó aquella fotografía que aún seguía rompiendo su alma sin miramientos, a pesar que el tiempo y sus propias lágrimas comenzaban a destruirla de a poco. -Te extraño mamá… Te extraño mucho.- Murmuró entre sollozos, aferrándose al recuerdo amable de aquellos días en los que había sido feliz. Cuándo aún podía refugiarse en los brazos de su madre... Cuándo aún su inocencia no había sido corrompida por la cruel realidad que le ofreció el mundo. Se permitió ser débil… Se permitió ser frágil sabiendo que al día siguiente esa chica quedaría enterrada bajo el peso de la actuación y volvería a ser la misma mujer fría y desafiante en la que las circunstancias la habían obligado a convertirse. Se permitiría ser humana por aquellas horas… Pero apenas saliera el sol, volvería a revestirse de aquella armadura hipócrita que el mundo le había obligado a llevar, con aquella máscara que tanto odiaba, pero que era el único motivo por el que podía mantenerse a salvo. De nuevo sería un ser que respiraba pero que aparentemente, había apagado sus sentimientos para siempre. - Prometo que recuperaré tus sueños mamá y los haré míos.- Susurró a punto de quedarse dormida.- Prometo que haré que todo el que te hizo daño, muerda el polvo y te pida perdón de rodillas. No dejaré escapar a nadie… No perdonaré a nadie que halla estado contra ti y cuando por fin cada cosa esté en el lugar que le corresponde, iré a tu lado para acompañarte y que ninguna volvamos a sentirnos solas. Por favor: no me lo reproches. La noche fue la única testigo de su llanto, envolviendola en su dulce encanto, la luna, el único consuelo de su angustia y los recuerdos... Los recuerdos fueron los puñales que le recordaron que aún seguía con vida.Las nubes envolvían el cielo, haciendo parecer que el avión nadaba entre algodón de azúcar. La hermosa pelinegra recogió su larga cabellera en una coleta y con aquellos ojos tan azules e intensos como el mar embravecido, observaba el panorama que la rodeaba con aire inquieto y cierto toque de nerviosismo que su rostro frío y sin emociones no era capaz de ocultar. Su padre la había obligado a abandonar Francia hacía muchos años atrás, justo después de llevar a casa a su amante y a la hija que con esta tenía. Ahora, ¿Qué demonios tramaba para obligarla a volver?. Algo bueno seguramente no era, pues con la clase de fichitas que tenía viviendo bajo su mismo techo, nada bueno podía esperarse de aquel cambio tan repentino. Cerró los ojos con fuerza, tratando de calmarse y dejó que su espalda descansara contra el respaldo del asiento conectando los auriculares a su celular, tratando de matar el aburrimiento y no lanzarse del avión en aquel mismo instante. - Les pedimos a los pasajero
La leve brisa matutina movía las cortinas como una dulce caricia delicada, haciendo que los primeros rayos del sol que anunciaban la llegada de un nuevo día se colaran por el amplio ventanal, iluminando toda la habitación con su suave resplandor. El hombre se removió en la cama, soltando un gruñido ronco y bajo cuando la claridad dió de lleno en su rostro, tratando de acomodarse para poder seguir durmiendo, pero un golpe suave en sus costillas lo hizo desistir de su infructuoso intento. Se estiró despacio, tratando de despertar por completo y abriendo sus ojos los restregó con ahínco, buscando alejar la somnolencia y que estos pudieran adaptarse a la luz sin lastimarse. Observó a los dos pequeños bultos junto a él y una sonrisa genuina se dibujó en sus labios al ver a las dos pequeñas rubias abrazadas, durmiendo plácidamente, con sus pechos subiendo y bajando tranquilamente. Se levantó despacio para no despertarlas y caminó hacia la ducha con la esperanza de que el agua fría a
Observaba por el enorme ventanal como las olas rompían contra las rocas en la playa, mientras el sol bañaba las aguas con sus cálidos colores, haciendo que la espuma brillara de manera sublime.Esa era la vida que merecía y nadie podría hacerle creer lo contrario.Nació para ser una reina y poner el mundo a sus pies. Sonrió de manera burlesca y satisfecha, sentándose en la cama mientras retiraba su bata, revelando un bikini color fuego que no tapaba casi nada. Se encontraba en un lujoso hotel de las playas caribeñas, disfrutando del dinero que había logrado conseguir, dándose la vida de lujos que a su parecer merecía. Miró la hora en su teléfono y frunció el ceño al ver que ya había pasado más de una hora y su amante aún no había regresado, lo que comenzó a preocuparle. Marcó el número de este y un mal presentimiento comenzó a extenderse en su pecho cuando la operadora respondió diciendo que estaba fuera de línea. Marcó de nuevo y al obtener el mismo resultado, lanzó el apar
Todo se encontraba en completa calma, con el cielo iluminado por la luna llena en todo su esplendor y las estrellas titilantes que parecían pequeñas luciérnagas dispersas en el firmamento. Un llanto agudo y lastimero rompió la quietud de la noche, siendo acompañado casi de inmediato por otro igual. Un hombre se sentó de golpe en la cama y a tientas, comenzó a buscar algo con lo cuál iluminarse, con sus ojos tan verdes como un bosque espeso en plena primavera abiertos de par en par, mirando aturdido a todas partes, mientras trataba de alejar la somnolencia que aún persistía en su cerebro. Miró a todos lados y al no encontrar nada que pudiera servirle, acompañado del reflejo de la luna, se lanzó de la cama y abrió la puerta de un tirón, buscando el interruptor y encendiendo todas las luces en el proceso, corriendo enloquecido por el corredor hasta llegar a aquella puerta de madera oscura, pues del interior de la habitación que guardaba tan celosamente, provenían aquellos desgarrad
Resopló fastidiada y golpeó la cama con la almohada, deslizando sus dedos entre las hebras oscuras de su cabello, metiendo la cabeza entre sus piernas flexionadas. Por más que trataba, el sueño le era realmente esquivo. Llevaba horas dando vueltas en la cama, luchando contra el insomnio que casi nunca la dejaba dormir y que desde que su padre prácticamente le había ordenado volver a casa, se había vuelto mucho más recurrente y severo. Sabía perfectamente cuál era el motivo de aquel trastorno que desde que su madre había muerto no la dejaba en paz y sólo podía sobrevivir a este a base de medicamentos que ya no estaban dispuestos a surtir efecto en su cuerpo. Pero ahora que la incertidumbre y las preguntas sin respuesta a tan inusual decisión de su progenitor se habían sumado a su mente atribulada, este parecía aferrarse a ella con más ganas. Se sentó en la cama y encendió la lamparita en su mesita de noche, iluminando apenas la habitación en penumbras, restregando sus ojos az






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