Margot observó a la mujer que descendía lentamente las escaleras y sus ojos se abrieron desorbitados, a punto de salirse de sus cuencas, negándose a creer que aquello era real y no una alucinación.
No podía ser... Esa mujer no podía ser Ariane. ¡Era imposible!.
- Me estabas insultando hace apenas unos segundos, ¿Cómo es que de repente decides quedarte callada?. ¿Te comió la lengua el gato o qué?.- La mujer alzó una ceja con una mueca difícil de interpretar y una sonrisa burlona danzó en sus labios rojos como las cerezas.
La observó de pies a cabeza y negó despacio, como si aquello fuera una broma de mal gusto, porque de la Ariane que recordaba no quedaba nada.
Aquel cabello azabache que su madre había cortado una vez de manera desigual hasta su nuca y por el cuál fue la burla de sus compañeros en la escuela, volvía a caer con elegancia a lo largo de su espalda, acariciando suavemente sus caderas con aquellas ondas naturales que tanto había envidiado.
Sus ojos azules ya no tenían aquel