 Mundo de ficçãoIniciar sessão
Mundo de ficçãoIniciar sessãoTodo se encontraba en completa calma, con el cielo iluminado por la luna llena en todo su esplendor y las estrellas titilantes que parecían pequeñas luciérnagas dispersas en el firmamento.
Un llanto agudo y lastimero rompió la quietud de la noche, siendo acompañado casi de inmediato por otro igual. Un hombre se sentó de golpe en la cama y a tientas, comenzó a buscar algo con lo cuál iluminarse, con sus ojos tan verdes como un bosque espeso en plena primavera abiertos de par en par, mirando aturdido a todas partes, mientras trataba de alejar la somnolencia que aún persistía en su cerebro. Miró a todos lados y al no encontrar nada que pudiera servirle, acompañado del reflejo de la luna, se lanzó de la cama y abrió la puerta de un tirón, buscando el interruptor y encendiendo todas las luces en el proceso, corriendo enloquecido por el corredor hasta llegar a aquella puerta de madera oscura, pues del interior de la habitación que guardaba tan celosamente, provenían aquellos desgarradores alaridos, que se intensificaban a cada segundo. Abrió la puerta de un tirón y entró en la estancia como un vendaval, dirigiéndose de prisa a aquellas dos cunas color rosa como todo lo que se encontraba en el interior de aquel espacio. - ¿Qué sucede princesas?, ¿Por qué lloran?.- Preguntó con voz suave, mientras tomaba a una bebé en cada brazo y comenzaba a tararearles una canción de cuna, meciéndolas con cuidado. Empezó a caminar de un lado a otro y las pequeñas comenzaron a calmarse gradualmente, dejándole oír hasta entonces los pasos pesados y apresurados que venían del lado contrario del pasillo por el cuál él había llegado. - ¿Qué pasó?. Oí llantos.- Un hombre con la mitad de sus cabellos blancos, entró resollando al lugar, mientras secaba el sudor que le perlaba la frente y se acercaba al hombre preocupado. - No lo sé Leroy. Quizá tengan hambre.- El hombre respondió con voz suave, mientras caminaba con ambas bebés hasta la enorme cama que se encontraba dentro de la habitación y las colocaba a ambas con sumo cuidado. Apenas se alejó un poco, levantándose para ir a buscarles el biberón, ambas niñas comenzaron a llorar de nuevo con más ímpetu que hacía un momento. - Ya, ya, ya mis amores: aquí está papá, no lloren. - Iré a prepararles algo de comer, tú quédate con ellas.- Leroy le sonrió con dulzura casi paternal, antes de darse la vuelta y caminar hacia la puerta, dispuesto a llevar a cabo dicho cometido. - Leroy… - Las niñas te necesitan a ti, no a mí.- Él lo señaló y sin esperar respuesta, abandonó la estancia con pasos ligeros. El hombre suspiró cansado y se frotó las sienes con desesperación, sintiendo que de un momento a otro se volvería loco. Caminó nuevamente hacia la cama de prisa y de nuevo comenzó a susurrarles trozos de canciones de cuna con las que recordaba su madre le ayudaba a conciliar el sueño, mientras revisaba el pañal de ambas pequeñas. - ¡Dios!.- Exclamó cuando un olor para nada agradable salió de uno de estos.- Creo que ese es uno de los principales motivos por los que me despertaron de mi dulce sueño.- Murmuró, mientras caminaba hasta el mueble en dónde guardaba los pañales. Comenzó a cambiarlas con esmero, haciendo diferentes muecas de concentración, tratando de poner adecuadamente los pañales a cada una de las bebés, las cuáles reían mientras con sus pequeñas manitas, halaban el cabello que caía en la frente de su padre. - ¡Ahhhhh!, Así que les encanta maltratar a su padre, ¿Eh?.- Murmuró divertido, mientras comenzaba a hacerles cosquillas. - ¿Quiénes son esas dos pequeñas traviesas que quieren que el tío Leroy les dé un sabroso biberón?.- El mayor ingresó a la habitación con un biberón en cada una de sus manos, mientras les hacía caras graciosas a los dos pequeñas desdentadas. Esras reían tanto por las cosquillas, como por las muecas del mayor. - Deberías descansar Leroy. Esta responsabilidad es mía.- El ojiverde lo miró con un toque de reproche, aún cuando internamente agradecía la ayuda incondicional que este junto a Louis le ofrecían. El hombre de cabellos mixtos no respondió y simplemente caminó hasta sentarse en la cama y comenzó a alimentar a ambas niñas con tranquilidad. - Recuerdo el día en que tu naciste.- Susurró con una sonrisa en sus labios.- Era una noche tormentosa y las calles se encontraban llenas de agua. Los relámpagos partían el cielo y los truenos retumbaban en cada rincón. La densa cortina de agua no nos dejaba ver por donde íbamos y los gritos de dolor de tu madre en la parte trasera del coche sólo ponían más nervioso a tu padre. Apenas llegamos al hospital, subieron a tu madre a una camilla y sólo quince minutos después de que esta ingresara a la sala de partos, las enfermeras salieron a informarnos que tu madre había dado a luz a un precioso niño sano y regordete. Tu padre y tu madre no cabían de la felicidad y yo tampoco: no eras mi hijo de sangre, pero desde ese día tomé la firme decisión de ser una de las personas en las que más confiaras.- Miró al hombre frente a él, con muchas emociones entrelazándose en su mirada gris y acuosa. - ¿Por qué me cuentas esto Leroy?.- El hombre preguntó con voz ronca y temblorosa. - Porque quiero que entiendas de una vez por todas que no importa lo que hagas, o lo que me digas: yo estaré a tu lado y siempre podrás contar conmigo.- El mayor retiró los biberones de las pequeñas despacio, al ver que estas ya se habían quedado profundamente dormidas.- No estás sólo Kalet… No mientras yo viva.- Se levantó despacio y rodeó con sus brazos al hombre frente a él. El ojiverde no se contuvo más y si dejó envolver por aquellos brazos tan cálidos como los de su madre y que le daban la misma sensación de seguridad que los de su padre, porque en eso se había convertido Leroy desde que sus padres habían perdido la vida en aquel fatídico accidente. - Me siento tan perdido.- Kalet susurró entre medio de un sollozo.- Ya no sé quien soy Leroy. Yo… Yo no sé cómo enfrentar esta pesadilla.- Se aferró a él con más fuerza, cómo si este fuera lo único que lo mantenía en pie.- Amo a mis soles pero, a veces siento que ya no doy para más. - Lo sé hijo, lo sé. Pero eso no significa que no puedes. Eres fuerte y valiente y vas salir de esta cómo has salido de muchas más. - Esto es diferente Leroy... ¡Son dos niñas!. Y sí, siempre soñé con formar un hogar ¡Como el de mis padres!. Llegar a casa del trabajo, abrazar a mi esposa, contarle como iba la empresa y contarle cuentos a nuestros hijos. Nunca esperé ser padre soltero y como cereza del pastel estar en la quiebra. - Pero esto es lo que hay.- Leroy tomó a Kalet de los hombros y lo obligó a mirarlo a los ojos.- Encontraremos una solución a este desastre. Tocaremos cuántas puertas sean necesarias, lucharemos hasta el final y demostraremos de que estamos hechos. Sólo… Sólo no hay que perder la fe. Kalet asintió, limpiando sus lágrimas con rabia, sintiendo vergüenza de su propia debilidad. Leroy tenía razón: él no era débil, tampoco un inútil bueno para nada y podía con eso y mucho más. Kalet caminó hasta la cama, dónde sus hijas se encontraban dormidas tranquilamente, ajenas al enorme conflicto al que su padre se estaba enfrentando en aquel momento. - Si mis padres aún vivieran… ¿Crees que estarían decepcionados de mí?.- Preguntó en un susurro al hombre a su lado, mientras acomodaba a sus hijas en la enorme cama, decidiendo quedarse junto a ellas. - Sabes que no.- Leroy respondió con sinceridad.- Ellos te amaban y estoy seguro que dónde quiera que se encuentren, te siguen amando. Eres ese pequeño milagro por el que ellos tanto habían rogado y siempre fueron conscientes que eres un ser humano perfectamente imperfecto y te amaban tal cuál. Así que no, ellos jamás podrían decepcionarse de ti. Si vivieran: estoy seguro que nunca hubiesen dudado en apoyarte incondicionalmente. Kalet sintió nuevamente sus ojos llenarse de lágrimas que se negó rotundamente a derramar. - Descansa muchacho.- Leroy le dio unas suaves palmaditas en su espalda.- Lo necesitas para poder enfrentar todo lo que aún falta. - Gracias Leroy. - No hay nada que agradecer. Buenas noches.- Leroy le sonrió antes de salir y apagar las luces, dejando a Kalet sólo en aquella habitación iluminada por el suave resplandor de la luna que dibujaba sombras casi mágicas por todas partes. Se acomodó en la cama, cubriéndose con el edredón y tapando a las pequeñas con el mismo, colocándose de lado y observando a las dos mini rubias a su lado.- No sé como, pero por ustedes no pienso rendirme. Voy a recuperarme de este fiasco y haré que se sientan orgullosas de mí, a pesar de mis errores y desaciertos. No voy a fallarles… No puedo fallarles.- Susurró antes de besar a ambas pequeñas en la frente. Estas se removieron brevemente, mientras Kalet se recostaba mirando al techo, cómo si este tuviera la capacidad de brindarle las respuestas y el consuelo que tanto necesitaba. No lo entendía: ¿Qué había hecho tan terriblemente mal para sufrir una desgracia tras otra?. Nunca fue uno de esos playboy que iba rompiendo corazones y haciendo daño sin remordimientos. Siempre habló claro de sus sentimientos y nunca jugó con los ajenos. Su corazón siempre fue sólo de una mujer, entonces: ¿Por qué a él le rompían el corazón sin lástima alguna?. Un sollozo ahogado, nacido del dolor más puro de su alma le desgarró la garganta y posando su brazo sobre su rostro abatido, sólo pudo rogar porque acabara aquella tortura. El viento sopló con furia y una fotografía desgastada por el tiempo voló desde un rincón desconocido, cayendo sobre el rostro de Kalet. Este la tomó con las manos temblorosas y al ver a la chica de mirada tan dulce como la miel y aquella sonrisa tan deslumbrante incluso más que el mismo sol, no pudo evitar que todos aquellos recuerdos que había tratado de eliminar de su memoria, volvieran a esta con una fuerza demoledora. Abrazó la fotografía a su pecho, jurando en silencio que algún día podría arrancársela del corazón, pero por aquella noche se aferraría a su fantasma, se entregaría completamente a su recuerdo y se mentiría con una ilusión marchita. Sería masoquista y volvería a bailar con ella bajo la luna, al son de las olas del mar, riendo mientras la brisa movía aquellos cabellos del color de la noche más oscura, aún sabiendo que al despertar, su corazón se rompería un poco más al saber que solamente era un sueño y se hundiría otro tanto en la miseria.








