Mundo de ficçãoIniciar sessãoAmelia lo dio todo por un amor que la destrozó. Tras firmar el divorcio, una noche de pasión con un misterioso desconocido le dejó la mayor bendición y el mayor secreto de su vida: un hijo genio. Años después, su regreso desata una guerra entre dos titanes: su exmarido, obsesionado por reconquistarla, y el CEO frío que jamás olvidó aquella noche... y que ahora reconoce sus propios ojos en el niño. Amelia ya no es la mujer sumisa de antaño. Pero ¿logrará proteger a su hijo de un pasado que amenaza con devorarlos? ¿Y si Teo con su agilidad mental, descubre antes que nadie quién es su verdadero padre? Aviso legal: Esta es una obra de ficción. Los personajes, nombres, lugares, empresas, situaciones y eventos descritos son producto de la imaginación de la autora o se usan ficticiamente. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, o con hechos reales, es pura coincidencia. Todos los derechos reservados. Este libro y su contenido están protegidos por las leyes internacionales de derechos de autor. Queda prohibida la reproducción total o parcial, distribución, venta, adaptación, traducción o cualquier tipo de uso no autorizado de esta obra por cualquier medio o formato, sin el consentimiento previo y por escrito de la autora. Obra registrada en Safecreative bajo el código: 2509XXXXX8798. 01/09/2025
Ler maisCinco años de matrimonio... y lo único que conseguí fue oír cómo me llamaba su "trofeo".
La luz de las arañas de cristal estallaba en destellos sobre copas de champán y bordados de seda. El salón vibraba con risas moderadas y discursos suaves.
Amelia Navarro lucía un vestido de raso blanco perlado con el collar de diamantes sobre su clavícula —el mismo que su esposo le había obsequiado en una subasta el mes pasado.
Sonreía como tantas veces lo había hecho en los innumerables eventos e interpretaba el papel de la esposa perfecta.
A su lado, Lisandro, su esposo, conversaba con soltura, deslizándose con naturalidad entre figuras de influencia.
Amelia lo admiraba. Lo había hecho desde que tenía veinte años. Para ella, él era el centro de su mundo. Todo en él irradiaba seguridad, prestigio, éxito.
Amelia captó el fugaz destello de orgullo en los ojos de Lisandro cuando oyó a los demás elogiar a su esposa, y una sonrisa se dibujó en sus labios.
Durante cinco años había aprendido a leer sus gestos, a actuar según sus silencios. Sabía cuándo acercarse, cuándo callar, cuándo retirarse sin hacer ruido.
Lo amaba y sabía que él también.
De repente, sintió una punzada en los tobillos y se inclinó levemente hacia él.
—Voy a tomar un poco de aire —murmuró.
Lisandro no giró el rostro. Solo asintió, apenas, mientras reía con un senador. Pero para Amelia, bastaba.
Cruzó el salón con elegancia medida, la misma que Lisandro le había enseñado a perfeccionar.
Empujó suavemente las puertas de cristal que daban a la terraza. El aire nocturno acarició su rostro y por un momento, respiró con libertad.
Estuvo unos minutos ahí contemplando el anochecer, luego fue al tocador y al regresar justo cuando iba a empujar una de las puertas una voz familiar y grave la detuvo en seco.
—Vamos, Gerardo —decía con una risa breve—, no me vengas con eso de la “felicidad conyugal”… Eso suena bonito en discursos, pero en la vida real no funciona.
Era Lisandro.
Amelia frunció el ceño ligeramente y se detuvo detrás de una de las columnas.
—¿Qué pasa? ¿Te casaste por conveniencia? —rió Gerardo, levantando su copa.
—¿Y tú no? —replicó Lisandro con sarcasmo—. Mira, Amelia es perfecta. Tiene buena figura, modales, viste como debe. No molesta. No opina demasiado. Es… funcional.
El corazón de Amelia dio un vuelco seco. Se apoyó contra la pared.
—Además, ¿qué más se necesita? —continuó Lisandro—. Amor es para la gente que no tiene agenda. Nosotros necesitamos una mujer que sume imagen, que sepa cuándo hablar y cuándo callar. Un trofeo, Gerardo. Uno que se exhibe donde conviene y se guarda donde estorba. Y Amelia... bueno, ha sido bastante dócil. Estoy satisfecho.
«Un Trofeo. Una esposa funcional. Una mujer dócil»
Cada palabra fue como si le clavara una estaca en el corazón.
Amelia sintió que el calor le abandonaba el cuerpo. El mundo a su alrededor se volvió un eco lejano.
Seis años de amor, cinco de matrimonio... Había dejado todo por él: sus estudios, su beca, sus amistades... y al final, nada.
Contuvo el temblor en su barbilla, tragó el nudo en la garganta y se obligó a respirar.
Cuando los asistentes pasaron junto a ella, Amelia se dio la vuelta apresuradamente.
Se secó las lágrimas antes de que cayeran. Nadie podía verla derrumbarse. Nadie.
Volvió al salón con la espalda recta, el rostro intacto.
Lisandro se acercó, colocándole una mano en la cintura con la misma naturalidad de siempre.
—¿Estás bien? Te ves un poco pálida —susurró con tono neutro.
—No pasa nada. Quizás estoy un poco cansada.
—Aguanta un poco más. Esto terminará pronto.
Lisandro le dio una palmadita suave en la espalda. Un gesto que pretendía ser tranquilizador, pero que se sintió como si acariciara un objeto bien portado.
El banquete finalmente terminó. Ellos salieron del salón. Dentro de la limusina, el aire estaba terriblemente quieto.
Amelia miraba por la ventana el fluir de los neones, las luces de la ciudad distorsionadas en un río frío por sus lágrimas contenidas.
Lisandro, habiendo terminado con sus correos electrónicos, se frotó las sienes e intentó tomar su mano como de costumbre.
Amelia, como si se hubiera quemado, la retiró bruscamente.
La mano de Lisandro se quedó suspendida en el aire, tensó la mandíbula.
—¿Qué te pasa? Desde que salimos del banquete actúas extraño.
Amelia no volvió la cabeza.
—Escuché algunas cosas hoy —su tono fue ronco.
—¿Qué cosas? —preguntó él, con un dejo de impaciencia apenas disimulado.
Ella se volvió lentamente. Sus ojos enrojecidos buscaron en los suyos una reacción, algo, lo que fuera.
—Te escuché decir que solo soy un trofeo perfecto. Hermosa, sumisa, un adorno para complementar tu estatus y éxito. ¿Es así, Lisandro? Lisandro se quedó paralizado por un segundo. Luego frunció el ceño, y la impaciencia dio paso a su actitud de control habitual. —¿Saliste del salón para luego espiarme? No lo negó. No se disculpó. No intentó suavizar sus palabras. Solo la acusó.De repente, ella soltó una risa baja.
—Cinco años... Lisandro, llevo cinco años contigo...
Lisandro no apartó la vista del camino. Su respuesta fue tan cortante como un cristal.
—¿Y qué? Te he dado todo lo que una señora Elizalde puede tener: una vida cómoda, estabilidad, reconocimiento social. Amelia, ¿qué más quieres? ¿Vas a hacer una escena ahora?
—¿Qué más quiero? —repitió ella, con un temblor en la voz—. No lo sé… tal vez respeto. No sentir que soy algo que exhibes y manipulas. Que me ames por quién soy y no por lo que me exiges mostrar ante tus amistades.
Cap. 12: A punto de saber la verdad. El guardia miró hacia la puerta.—Jefa… ¿cómo supieron?—¡Cállate y mueve el maldito cuerpo! —gruñó ella.Corrió hacia una de las mochilas donde guardaba documentación falsificada, dinero y el arma que mantenía lejos de Lisandro. La tomó sin pensarlo. Cargó la pistola. El clic metálico fue un latigazo seco dentro de la casa.—Por la entrada no —dijo—. Nos atrapan antes de llegar al porche.El guardia asintió, tragando saliva.Natalia se acercó a la ventana para evaluar el perímetro.Y su estómago se hundió.Entre los árboles, entre sombras y luz, empezaban a aparecer siluetas. Siluetas que sabían moverse. Que no se apresuraban. Que no necesitaban hacerlo.—Nos rodearon… —musitó el guardia, retrocediendo.—Cierra la boca —escupió ella.La primera patrulla se detuvo frente a la casa. Luego aparecieron dos más. El bosque parecía tragarse las sirenas al apagarse, dejando un silencio tenso.Natalia supo que no tenía más de segundos.—Por atrás —ordenó—
Cap. 11: Cayó al barranco. Iker no perdió tiempo. Apenas la línea quedó muerta, marcó a Blair. Ella llegó veinte minutos después con parte de su equipo técnico, entrando rápido, sin gestos innecesarios.—Cuéntamelo —dijo en cuanto lo vio.Iker tenía el rostro desencajado.—Recibimos una llamada al teléfono fijo de la empresa. Un hombre desesperado… dijo que estaba secuestrado, que no sabía quién era ni dónde estaba. Era Lisandro, Blair. Era su voz. Sonaba perdido… y luego escuché un disparo.Blair no pestañeó.—¿Estás completamente seguro? —preguntó con la precisión de quien necesita descartar trampas—. Natalia es demasiado inteligente. Podría haber usado un modulador o un montaje.—No. Era él. Era su respiración… su forma de hablar cuando está desesperado, confundido… —Iker apretó los puños—. Y luego cayó la llamada.Blair respiró hondo. —Bien. Trabajaremos con la hipótesis de que fue real.Se giró hacia su analista.—¿Podemos rastrear la llamada entrante?El hombre ya estaba frent
Cap. 10: El escape. Esa noche, cuando Amelia se retiró con un abrazo y un último “descansa, por favor”, Valentina cerró la puerta del apartamento y apoyó la frente contra la madera, respirando hondo. Había llorado, sí. Se había permitido derrumbarse. Se había permitido sentir como mujer, se había dejado llevar por las hormonas del embarazo. Pero ahora la psicóloga forense despertaba.Se secó el rostro con la toalla del baño, recogió su cabello y se sentó en el escritorio pequeño junto a la ventana. Tenía la mirada fija, concentrada, como si un interruptor hubiera hecho clic dentro de ella. Sacó su grabadora y empezó a hablar. —Lisandro Elizalde. Cinco meses desaparecido. Un cuerpo que no corresponde. Una mujer obsesiva huyendo. ¿Qué posibilidades reales existen?Abrió su cuaderno de trabajo, aquel donde siempre hacía sus perfiles preliminares. Lo había evitado desde que perdió su empleo y desde que el embarazo la empujó a aislarse. Pero esa noche, su mano volvió a moverse con la pr
Cap. 9: Se fue para no estar conmigo. Blair sostuvo la mirada de Valentina, sin suavizar la gravedad de sus palabras.—Todo apunta a que sí —confirmó—. No hubo más cuerpos dentro de la bodega. Y afuera… —abrió la carpeta de nuevo— solo encontramos a los secuestradores heridos. Ningún tercer fallecido. Ningún rastro que coincida con Lisandro.Amelia se llevó ambas manos a la boca, ahogando un sollozo.Valentina parpadeó, como si necesitara un segundo para volver a habitar su propio cuerpo.Blair continuó:—Pero Natalia escapó. Y hasta el momento… —su voz bajó un tono— no sabemos qué pasó con él.Iker se pasó una mano por el cabello, incrédulo.—Pero si está vivo… —su respiración tembló— ¿por qué no ha aparecido? Han pasado casi cinco meses desde la explosión.Blair cerró la carpeta con un clic seco.—No lo sabemos. Eso estamos investigando. Hay huecos en la línea de tiempo y demasiadas variables. Lisandro pudo haber salido de la bodega antes de la explosión, pudo haber sido tomado por
Cap. 8: ¿Lisandro está vivo?Natalia esperaba, sentada en una silla vieja, con el abrigo aún puesto y un temblor sutil en la pierna que delataba su ansiedad en una antigua casa abandonada. El hombre llegó sin anunciarse. La puerta trasera se abrió con un leve crujido y él entró, silencioso, dejando caer una carpeta delgada sobre la mesa improvisada hecha con dos cajas.Esperó de pie hasta que ella alzó la mirada.—Dime —ordenó.Él abrió la carpeta bajo la luz amarillenta.—El nombre de la mujer es Valentina Rojas. Tiene treinta años, es psicóloga forense. Vive sola. Tenía buena reputación profesional, pero… —pasó una hoja— fue despedida hace poco.Natalia arqueó una ceja.—¿Y su vida sentimental?—Nada sólido. No hay pareja conocida, ni fotos, ni redes que sugieran relación alguna. Nadie sabe quién es el padre del bebé. Ella evitó el tema completamente.Natalia tamborileó los dedos sobre la mesa de cartón. Impaciente e Irritada.—¿Y su relación con Lisandro?El hombre tragó antes de
Cap. 7: La soledad pesa menos acompañada. Iker dio un paso adelante. Su voz fue tranquila, pero firme.—No lo hacemos por obligación —dijo—. Lisandro era mi hermano. Y nunca pude devolverle lo que hizo por nosotros. Pero lo que sí puedo hacer es asegurarme de que su hijo no quede desprotegido.Valentina bajó la mirada hacia su abdomen, recordando que no estaba sola, que ya no lo estaría nunca más.Lucía apretó su brazo con ternura.Amelia sonrió, con esa calidez transparente que desarma hasta a quien no quiere ser consolado.—Ven con nosotros —insistió—. Solo unos días. Lo suficiente para que te repongas y puedas pensar con claridad.Valentina respiró hondo. Tenía orgullo, sí. Pero también tenía un niño creciendo dentro de ella. Un niño que no merecía cargar con sus batallas.—Unos días —aceptó finalmente—. Nada más.Iker asintió, y por primera vez desde que entraron en la habitación, su expresión se suavizó.—Será suficiente.****El vapor llenaba el baño como una neblina espesa. Li





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