Luna Imperfecta
Luna Imperfecta
Por: sheyla garcia
Prólogo

El espejo frente a mí devolvía una imagen que no me gustaba mirar demasiado.

El vestido azul grisáceo, con bordes plateados, resaltaba la cicatriz que cruzaba mi ceja y subía hasta perderse en el cuero cabelludo. No importaba cuántas veces la cubriera con mi cabello o maquillaje, siempre volvía a mostrarse, como si quisiera recordarme que no era como las demás.

Cumplí veinte años hace unos días, y en este mundo, eso significaba que ya no había escapatoria. Los lobos adultos podíamos controlar nuestras transformaciones después de los veintiún años, pero antes de eso, nuestros cuerpos y emociones eran un campo de batalla. A los dieciséis, cuando tuve mi primera transformación, mi padre lo celebró como si fuera el logro de un hijo varón. Fue la primera y última vez que me abrazó.

Soy la séptima de mis hermanos. La única mujer.

Y la menospreciada de la familia Azuleja.

Nuestra manada vivía dentro de los Bosques Azules, un territorio cubierto por neblina y rodeado por montañas donde la Luna parecía más cercana que en cualquier otro lugar. Entre los árboles se alzaban las mansiones antiguas, herencia de los reyes licanos. Las torres estaban cubiertas de musgo, y las luces permanecían encendidas toda la noche para protegernos de los espíritus que rondaban el bosque.

Desde pequeña me gustaba subir a la torre norte y mirar el reflejo de la luna sobre los tejados de piedra. Era el único momento en que sentía que el mundo no me pesaba tanto.

Pero aquella mañana, la paz se rompió.

El consejo de mi padre había decidido que debía casarme con Daren Kirk, el Alfa de la manada Sombra de Hierro.

Daren.

El nombre que me revolvía el estómago desde que lo escuché por primera vez.

Recibí la noticia mientras me vestía para la ceremonia del Equinoccio. Mi doncella apenas alcanzó a decir “felicitaciones” antes de que el aire se me escapara del pecho. Me quedé frente al espejo, inmóvil, intentando procesar las palabras: “Te casarás con Daren Kirk. La unión fortalecerá el tratado entre las manadas.”

Era un matrimonio político, arreglado desde antes de mi nacimiento, o eso decía mi padre. Pero habían pasado años sin mencionarlo, y pensé que esa antigua promesa había muerto junto con mi madre.

—No puede ser —susurré.

La puerta se abrió lentamente y mi madrastra, la nueva reina de los Azuleja, entró con su perfume de jazmín que me resultaba insoportable.

—Es un honor para la familia —dijo sin mirarme—. Daren es el Alfa más poderoso de nuestra era. Con su manada al mando, los Azuleja nunca serán atacados.

—Prefiero que me maten —respondí, conteniendo las lágrimas—. No pienso casarme con un monstruo.

Ella arqueó una ceja y se cruzó de brazos.

—Hablas de un monstruo, pero olvidas que tú también lo eres. Todos lo somos, Alana. Algunos solo aprendemos a disimularlo mejor. 

Apreté los puños, deseando tener el valor de gritarle todo lo que pensaba. Pero sabía que sería inútil. En mi familia, una mujer no tenía voz, ni siquiera si era la heredera.

Cuando se fue, golpeé el tocador con el puño. Las botellas de perfume cayeron al suelo, y por un instante deseé romper también el espejo. Pero me quedé allí, respirando con dificultad, mirando a esa chica de ojos ámbar que parecía estar a punto de romperse.

—No voy a casarme con él —murmuré al reflejo—. No lo haré.

El viento golpeó las ventanas. Desde la torre se escuchaban los aullidos de los centinelas que vigilaban el bosque. En nuestro mundo, las noches pertenecían a los lobos jóvenes que aún no dominaban su naturaleza. Yo recordaba lo que era eso: la furia, el dolor, la transformación que te partía los huesos y la mente.

Pero Daren… él había nacido dominando el caos. A los quince años ya lideraba batallas, y a los diecisiete se proclamó Alfa de su manada, tras derrotar a su propio padre.

Tenía los ojos más oscuros que la noche, sin reflejo, sin alma. Lo había visto una vez, cuando asistió al funeral de mi madre. Me miró apenas unos segundos, pero bastaron para que sintiera miedo. En aquel entonces tenía solo nueve años, y él ya imponía una presencia que helaba la sangre.

—Todos mueren—, dijo sin más al acercarse a mi. 

—¿Se supone que eso me haga sentir mejor?—fue la pregunt aque le hice sintiendo como mi cuerpo se llenaba de rabia. —Si no tienes respeto por mi madre...

—A los muertos no se les debe nada.

—Eres un...

—Cuida tus palabras niña. 

—¿Como te atreves?—me giré a el y lo confronté. Vi sus ojos y supe que aquel adolescente no era normal.

—Llora si queires. Serás mi esposa. Ya mi padre me lo dicho. Tu debes saberlo también. 

—Jamás me...

—Lo harás. —dijo simplemente, y me sonrió. —Disfruta la solteria niña. 

Ahora, doce años después, el destino pretendía unirnos.

De verdad. 

Salí de mi habitación con el corazón apretado. Afuera, el bosque vibraba con vida. Las hojas susurraban nombres antiguos, los riachuelos brillaban bajo la luz de la luna, y el aire tenía ese olor a tierra húmeda que solo los licanos podían percibir como promesa.

Más allá, se veía la mansión principal de los Sombra de Hierro, una fortaleza oscura entre los árboles, con torres de piedra negra. Sabía que en ese momento Daren debía estar allí, riendo con sus consejeros, aceptando el acuerdo que para mí era una condena.

Bajé las escaleras del ala norte buscando a mi madre… o a la mujer que tomaba su lugar desde su muerte.

La encontré en el gran salón, revisando documentos junto al consejero. No me atreví a entrar hasta que se quedó sola.

—Por favor —dije apenas crucé el umbral—. No me obligue a hacerlo.

Ella levantó la vista, sorprendida por mi tono.

—Alana, no es una decisión mía. Tu padre firmó el pacto con la familia Kirk hace veinte años. Debe cumplirse antes del solsticio o nuestra manada perderá la protección del tratado.

—No me importa la política —dije, la voz temblando—. No puedo casarme con él. No puedo.

Por un segundo, vi algo parecido a compasión en su mirada. Pero desapareció rápido.

—No tienes elección. El destino de los Azuleja depende de ti.

Di un paso atrás, sintiendo cómo me faltaba el aire.

—Entonces que el destino se muera conmigo.

Ella no respondió. Me giré y corrí hacia los jardines, sin importar los gritos detrás. Afuera, el bosque se abría como un refugio. Las luciérnagas iluminaban el camino y el murmullo de los lobos jóvenes se escuchaba a lo lejos.

Me senté junto a la fuente de piedra y miré el reflejo de la luna sobre el agua.

“¿Por qué yo?”, pensé. “¿Por qué siempre yo?”

Las palabras de mi madre biológica volvían a veces en sueños: “Serás fuerte, Alana. Tu sangre es vieja. La luna no marca defectos, marca destinos.”

Nunca entendí lo que quiso decir. Pero esa noche, por primera vez, quise creerle.

Si tenía que enfrentarme al Alfa de los Sombra de Hierro, lo haría.

Si mi familia me quería usar como moneda de paz, aprendería a jugar con sus reglas.

Y si el destino había decidido que Daren Kirk sería mi esposo…

Entonces el destino iba a arrepentirse.

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