El bosque seguía en silencio.
Solo el sonido del agua moviéndose lentamente contra la orilla. Me quedé quieta, observando esa figura entre los árboles. Alta, firme, demasiado tranquila para ser un enemigo al acecho.—¿Quién está ahí? —pregunté de nuevo.
El hombre salió de las sombras sin prisa. Caminaba erguido, con los hombros anchos y el paso seguro. La luz de la luna caía sobre él, revelando una silueta imponente.
Debía medir más de seis pies. Su cabello oscuro y algo desordenado le caía sobre la frente. No pude distinguir el color de sus ojos. Tal vez eran azules. Tal vez grises. La oscuridad no me dejaba saberlo.—No te asustes —dijo con voz grave, profunda. —No soy el enemigo aqui.
Su tono no sonaba amenazante, pero tampoco amable.
Era la voz de alguien acostumbrado a que lo obedecieran.Me hundí más en el lago, hasta que el agua me cubrió el pecho.
—No te acerques —advertí.Él se detuvo, sin mostrar interés por avanzar. Solo se inclinó ligeramente y se sentó sobre una roca en la orilla, apoyando los codos sobre las rodillas.
Me observaba en silencio. Esa calma me inquietó más que cualquier gesto agresivo.Intenté pensar. Calcular distancias.
Si intentaba salir corriendo, me alcanzaría en segundos. Sus piernas largas y su postura lo delataban: era un cazador. Y si era un lobo —mi instinto no dudaba que lo fuera—, mis posibilidades eran casi nulas. Su olor lo confirmaba. Fuerte, denso, con un fondo terroso. A madera húmeda y bosque profundo. Un olor vivo.—¿Qué haces aquí? —pregunté, intentando sonar segura. —Es terreno de los Azuleja.
Él ladeó la cabeza, sin apartar la vista.
—Podría hacerte la misma pregunta.—Estoy en territorio Azuleja.—repetí. — No tienes derecho a estar aquí. Lárgate.
—No sabía que bañarse en un lago fuera un delito —respondió con una media sonrisa.
Apreté los dientes.
—Si Daren te envió a vigilarme, dile que no necesito ni su protección ni su permiso. Ya suficiente tengo con saber que tengo que casarme con esa bestia.Por un segundo, el desconocido pareció confundido.
—¿Daren? —repitió—. No tengo idea de quién hablas.—Claro —dije con sarcasmo—. Porque los lobos aparecen solos, en medio de la noche, junto a un lago en el corazón del territorio Azuleja.
Su risa fue baja, profunda, casi divertida.
—Tienes razón, suena mal —admitió—. Pero no, no estoy aquí por ti. Ni por Daren. Ni por nadie. —dijo simplemente. —Bueno, no mentiré. Tampoco es coincidencia estar aqui.—Entonces márchate. —Mi voz se quebró un poco. El frío comenzaba a hacer su trabajo.
El agua helada me entumecía las piernas y los brazos.—¿Y dejarte sola aquí, a esta hora? —preguntó con tono burlón—. No parece buena idea. Hay peligro por todas partes y pareces una dama en apuros.
—No te necesito —dije, conteniendo un escalofrío—. Soy una mujer comprometida, y no deberías estar mirando mientras me baño.
Se carcajeó, esta vez sin disimulo.
El sonido retumbó en el aire quieto, fuerte, natural.—Si no querías que te vieran —respondió con un gesto despreocupado—, no deberías bañarte en un lugar público.
Abrí la boca para responder, pero no salió nada.
Tenía razón. El lago no era privado. Ni siquiera seguro. ¿Qué clase de tonta venía aquí, sola, a la una de la mañana?El aire me helaba la piel. Sentía los labios entumecidos y los dedos rígidos.
Mi rabia crecía junto con el frío.—¿Piensas quedarte ahí mirándome toda la noche? —le solté.
—Depende. —Su sonrisa se volvió apenas visible—. ¿Planeas seguir en el agua toda la noche?
—No te importa —repliqué.
—Quizá sí. No todos los días una loba se baña sola en un lago a medianoche —dijo—. No es algo que se vea a menudo.
Me quedé en silencio, sin saber si debía sentirme amenazada o ridícula.
Él seguía mirándome, sin moverse, como si esperara algo. El reflejo de la luna se dibujaba sobre su piel y, por primera vez, vi un leve brillo en sus ojos. Eran oscuros. Muy oscuros. Pero dentro de esa oscuridad había algo más. Una chispa. Un tono que cambiaba con el movimiento del agua. Gris, tal vez. O verde. No podía estar segura.El viento sopló y tuve que cruzarme de brazos para contener el temblor.
—Vete —dije por última vez, aunque la voz sonó más débil de lo que quería.—Está bien. —Se levantó despacio. La sombra de su cuerpo se alargó sobre el agua—. Pero deberías salir antes de que el frío te deje sin fuerzas.
Hizo una pausa. —O antes de que alguien más te encuentre primero.—¿Alguien más? —pregunté, confundida.
—No soy el único que ronda este bosque —respondió—. Algunos no tienen tan buenas intenciones como yo.
Dio media vuelta y empezó a alejarse.
El desconocido se levantó de la roca con un movimiento lento, casi perezoso, pero su sola altura bastó para imponerme miedo.
Desde el agua lo vi de pie, con los brazos relajados a los costados y la mirada fija en mí. La luz de la luna caía sobre su rostro, dejando ver líneas firmes, un mentón cuadrado y una expresión difícil de leer. No sonreía, no amenazaba. Solo observaba.El agua helada me llegaba al pecho, pero el calor subió al rostro.
Sentí una punzada de vergüenza. Por lo general nunca dejaba que nadie me viera así. Siempre llevaba flequillo para cubrir la cicatriz dorada que cruzaba mi ceja y descendía hasta el pómulo. Bajo la luz lunar, el brillo dorado se acentuaba sobre mis ojos ámbar. Era la marca que me hacía distinta, la que me recordaba cada día que no era “perfecta”.Me crucé de brazos sobre el pecho, más por reflejo que por pudor.
Él no parecía impresionado ni curioso, solo... atento. Su presencia me incomodaba, así que decidí cambiar de tema.—¿Qué quisiste decir con que “otros” rondan el bosque? —pregunté, intentando sonar tranquila.
Él giró ligeramente la cabeza, como si evaluara mis palabras.
—Que no deberías confiarte —respondió—. Aunque este territorio sea de los Azuleja, no significa que esté libre de peligros.—Eso no tiene sentido —repliqué—. En cincuenta años no ha pasado nada raro en nuestras tierras. No va a comenzar justo hoy.
Una sonrisa apenas visible se dibujó en su rostro.
—Los peligros no siempre avisan antes de llegar —dijo—. Las criaturas malignas abundan por todas partes, y las peores no son las bestias.—¿Ah, no? —pregunté, arqueando una ceja.
—No. Las peores son los humanos.
Fruncí el ceño.
—Algo de humano corre por mis venas —dije con tono desafiante—. Así que te agradecería que no hablaras así delante de mí.Él soltó una risa corta, grave.
—Entonces deberías saber mejor que nadie de lo que hablo.No respondí.
El aire entre ambos se tensó. A pesar del frío, sentí el cuerpo arder, mezcla de irritación y nervios. Él dio un paso más cerca de la orilla. La luna se reflejaba en sus hombros, marcando su silueta sólida.—Eres valiente —dijo, casi en un murmullo—. Pero la valentía no te salvará si te enfrentas a una fuerza que no puedes controlar.
—¿Y cuál sería esa? —pregunté con sarcasmo.
—La de un alfa. —Su voz sonó más profunda, más firme—. Una mujer, incluso loba, sigue siendo débil ante la fuerza de un verdadero líder.
Me mordí el labio, conteniendo el impulso de lanzarle una piedra.
—Entonces qué bueno que tú no lo eres —respondí sin dudar.Esta vez sí sonrió, de verdad. Una sonrisa corta, cargada de ironía.
—Touché —murmuró. Y levantó la vista hacia la luna.El silencio se alargó unos segundos, hasta que un sonido quebró la calma.
Un crujido seco, fuerte, proveniente de los arbustos detrás del lago. Ambos giramos la cabeza al mismo tiempo.No era un animal pequeño.
Las ramas se movieron como si algo grande se deslizara entre los árboles.El desconocido tensó los hombros, adoptando una postura alerta.
Su expresión cambió por completo: los músculos del cuello se marcaron, el cuerpo listo para reaccionar.—¿Qué fue eso? —susurré.
No respondió.
Solo olfateó el aire, rápido, preciso. Yo también lo hice. Pero el viento no traía un olor claro, solo el de la humedad del lago y el musgo viejo.Entonces lo entendí.
No estábamos solos.El corazón me golpeó el pecho.
Y, peor aún, estaba desnuda, dentro del agua, sin mi ropa, sin defensa alguna. Con un desconocido a pocos metros, sin saber quién o qué se escondía en la oscuridad.Pensé en llamar a mis hermanos, pero sabía que estaban lejos.
Pensé en transformarme, pero el agua fría me había quitado fuerzas. Y, sobre todo, pensé que si salía corriendo, no llegaría lejos.El desconocido dio un paso hacia mí, la voz más firme que antes.
—Sal del agua.—¿Qué? —susurré, confundida.
—Sal. Ahora.
No me moví. Lo miré sin entender.
Pero entonces lo vi: su mirada no estaba en mí, sino en los árboles detrás. Sus ojos se habían oscurecido por completo. El aire cambió, espeso, cargado de tensión.—¿Qué pasa? —alcancé a decir.
—Algo peligroso está en el aire —respondió en un tono bajo, sin apartar la vista del bosque—. Y no te conviene estar medio desnuda cuando llegue.
El instinto me gritaba que obedeciera.
Sin pensarlo más, avancé hacia la orilla. El agua me pesaba como plomo. Sentía cada gota helada deslizarse por mi piel mientras salía, intentando no resbalar. Tomé mi ropa con las manos temblorosas, pero él ya se había movido: estaba frente a mí, cubriéndome sin decir palabra, como si me protegiera de algo invisible.El crujido volvió a sonar, esta vez más cerca.
Una sombra pasó entre los troncos. Grande. Ágil. El bosque entero pareció contener la respiración.Y entonces lo supe:
Aquel no era un simple encuentro. Algo más estaba ahí fuera. Y acababa de encontrarnos.