Mundo ficciónIniciar sesiónEl clan Marino, una feroz manada de cambiaformas tigre, sobrevive a base de fuerza, jerarquía y reglas inquebrantables. Al mando está Vincent Marino, un Alpha que cargó con el peso del liderazgo para restaurar el orden tras una sangrienta guerra interna. Pero su corazón siempre ha pertenecido a Lana, una mujer mitad tigre, despreciaba por su sangre impura. Vincent, sabiendo que reclamarla como su pareja en ese momento de caos la convertiría en el blanco perfecto para sus enemigos, se contuvo, protegiéndola desde la sombra y condenándose a una vida de soledad y anhelo. Ahora, aunque su posición como Alpha está consolidada.Todo se complica cuando Lana, ahora más fuerte y decidida, aparece de improvisto en su guarida para confrontarlo. Su visita no es social. La presencia de Lana desata en Vincent el instinto primitivo que tanto contuvo, obligándolo a enfrentar por fin sus sentimientos y el peligro inminente que su unión podría desatar. Mientras Vincent lidia con el regreso de su amor eterno, su hermano menor y mano derecha, Axel Marino, enfrenta una crisis propia. Axel es la ley: pragmático, frío. Pero cuando un miembro rebelde del grupo viola la ley suprema al raptar y forzar el cambio en una humana inocente, Axel interviene para impartir justicia. El shock llega cuando descubre que la humana, ahora una cambiaforma aterrada y furiosa, es su compañera de alma, la otra mitad de su ser. Ante la desesperación de ver a su pareja destinada luchar por escapar de él, Axel, el hombre que siempre siguió las reglas, decide romperlas. Le propone una apuesta peligrosa: si ella logra dominar su bestia interior y contener el cambio físico durante siete días, él mismo la liberará . Pero si falla, deberá aceptar su destino a su lado.
Leer másEl aire en el taller de Vincent Marino estaba impregnado del olor a gasolina, aceite de motor y metal caliente. Bajo el capó abierto de un Mustang clásico, sus manos expertas, manchadas de grasa, ajustaban una pieza con precisión quirúrgica. Aquel lugar era su santuario, el único sitio donde el título de Alpha del clan Tigre Blanco se diluía entre el sonido de las herramientas y el ronroneo de los motores. Aquí, solo era Vincent, el mecánico, el hombre no el Alpha.
La radio, sintonizada en una vieja estación, apenas cubría el ritmo de su trabajo. Hasta que el sonido de la puerta de hierro arrastrándose interrumpió la rutina. —Jefe.— La voz de Leo, uno de sus hombres de confianza, resonó en el taller. —Hay una chica que te busca en la puerta. Dice que es importante. Vincent no se separó del motor. —¿Nombre? — Pregunto Vincent sin dejar lo que estaba haciendo. —No quiso decirlo.— le contestó Leo — Pero insiste en que la vea... Un fastidio leve cruzó por su mente. Probablemente otro asunto del clan que no podía esperar. Suspiró, dejando la llave inglesa sobre una toalla sucia. Muchos sabían que cuando trabajaba en el taller, no debía de ser molestado pero algunas mujeres del clan aun no entendían eso. Pensaban que podían tentar a su bestia para aparearse con él. Ilusas... —Está bien. Dile que salgo en cinco, primero voy a terminar con el motor de este bebé. Diez minutos después, se incorporo. Se secó las manos lo mejor que pudo con un trapo grasiento, sin mucho éxito, mientras caminaba hacia la entrada principal. La luz del atardecer se colaba a cegas por la puerta abierta, perfilando la silueta de una mujer. —¿En qué puedo ayud…? La frase murió en sus labios. El viento trajo un aroma desde la puerta. Un olor que era una mezcla de miel silvestre y lluvia fresca sobre la tierra, un perfume único que había perseguido sus sueños durante casi ocho años. Un aroma que su tigre, una bestia que siempre rugía justo bajo su piel, reconocía al instante. ¡Lara! Ella estaba ahí. De espaldas a la luz del amanecer, pero era ella. Su cuerpo se tensó como un resorte. Una oleada de calor primal, feroz y posesiva, lo recorrió de pies a cabeza. Su tigre despertó de un salto, rugiendo internamente, exigiendo acercarse, reclamar. Sus garras parecían querer salir de sus dedos, su columna se estremeció con el impulso de arquearse para el cambio. Por un milisegundo, el mundo se tiñó de ámbar, su visión se agudizó hasta el extremo, centrándose solo en ella. Vincent apretó los puños, los nudillos blanqueando bajo la grasa. Respiró hondo, forzando el aire a entrar en sus pulmones con una calma que no sentía. Control. Dominio. Siempre el maldito dominio. Frunció el ceño, conteniendo a la bestia con una fuerza de voluntad que le costó gotas de sudor en la frente. No aquí. No así. —Sígueme —dijo, y su voz sonó áspera, mucho más grave de lo normal, traicionando la tormenta interna. No esperó su respuesta. Dio media vuelta y se dirigió a la pequeña oficina contigua al taller, confiando en que ella lo siguiera. Una vez dentro, cerró la puerta, atenuando los ruidos del taller. El espacio era pequeño, lleno de estantes con repuestos y papeles desordenados en un escritorio. Se apoyó contra el borde de la mesa, cruzando los brazos sobre su pecho, una postura defensiva que esperaba ocultara el temblor que aún sentía, al verla de nuevo. La miró directamente a los ojos, aquellos ojos que nunca había podido olvidar. —¿Por qué regresaste, Lara? Ella lo sostuvo con una mirada igual de intensa, pero cargada de una amargura que le partió el alma. —Si hubiera tenido otra opción en este mundo, Vincent, nunca habría vuelto a este lugar —dijo, su voz firme pero con un deje de dolor. —Este territorio representa lo peor de mi vida. La lucha constante, el desprecio por mi sangre mixta, la sensación de nunca ser suficiente. Hizo una pausa,y por un instante, su armadura se resquebrajó. —Pero también…también tuvo lo mejor. Tú. Fuiste mi único amigo. Mi único confidente. La única persona que no me veía como un error de la naturaleza. Vincent sintió que el golpe emocional era más fuerte que cualquier puñetazo que hubiera recibido en una pelea. Su tigre rugió de angustia, queriendo consolarla, acercarse a su mujer verla así le estaba matando por dentro, pero él se mantuvo firme. —Entonces, si es tan doloroso, ¿por qué estás aquí?— insistió, su tono un poco más suave. Lara bajó la mirada por un segundo, como buscando valor en el suelo desgastado. Luego, alzó la vista de nuevo, con una determinación que parecía costarle todo. —Mi ciclo de calor se acerca. Vincent se quedó inmóvil. Esas palabras eran un disparo directo a su instinto más básico. La bestia dentro de él se alzó, poderosa, voraz, ansiosa. —¿Cómo es posible? Si…— no terminó la frase, olfateando el aire, su olor le inundo. Ahí están sutil pero inconfundible. Ninguno hablo pero ambos sabían, lo que Vincent estaba pensando. Si solo eres mitad tigre, esto era casi imposible. Era la razón por la que siempre había creído que estaría a salvo, que podría pasar desapercibida. Un recuerdo cruzó su mente: su madre, Eleanor, una mujer de porte severo, hablando con Lara, entonces una adolescente angustiada. "Querida, con tu sangre humana... es prácticamente imposible que tu celo aparezca alguna vez. Tu naturaleza de tigresa está demasiado diluida. No tendrás que preocuparte por eso." Lara había asentido, aliviada y devastada a la vez. —Lo sé — lo interrumpió ella, adelantándose a su pensamiento, su voz un eco de ese mismo recuerdo. —Nunca debería pasar. No con mi sangre diluida. Tu madre me lo dijo claramente. Pero no sé qué está ocurriendo. Conozco mi cuerpo, Vincent. Las señales están todas ahí. Es inconfundible. Lo pudiste oler en mi, ¿No es así? Cerró los ojos por un segundo, y cuando los abrió, había una vulnerabilidad brutal en ellos. —Por eso regresé. Porque siempre he vivido sola. He luchado sola. He sobrevivido sola. Pero si ahora… si ahora hay una posibilidad… una remota posibilidad de tener un hijo,— su voz se quebró levemente, —no voy a arriesgarme a perderlo en la calle, sin protección. No lo voy a hacer. El silencio que llenó la oficina era tan denso que se podía cortar con un cuchillo. Vincent la miraba, y toda su fría lógica, su cálculo de Alpha, su eterno control, se hacía añicos ante la cruda verdad de sus palabras. Su pareja, la mujer que había alejado para proteger, había regresado porque, en su momento de mayor vulnerabilidad, el único lugar donde se sentía segura era a su lado. Y su tigre, finalmente, rugió en acuerdo, aprobación y una necesidad absoluta. La partida había cambiado por completo. Vincent la observó en silencio durante un largo momento, el peso de sus palabras grabándose a fuego en su alma. Su tigre, que momentos antes rugía de impulso posesivo, ahora emitía un ronroneo grave y protector. Con un gesto que pretendía ser más calmado de lo que se sentía, señaló la única silla frente al escritorio, apartando un manual de motor. —Siéntate, Lara,— dijo, su voz un poco más suave, aunque la tensión no abandonaba sus hombros. Él permaneció de pie, apoyado contra el escritorio, creando una barrera física para no ceder al impulso de cerrar la distancia entre ellos. —¿Cuál es tu plan? ¿Dónde te estás quedando? Lara se dejó caer en la silla, como si la determinación que la había traído hasta allí empezara a flaquear bajo el peso del agotamiento y la ansiedad. Cruzó los brazos sobre el pecho, en un gesto que parecía de autodefensa. —No tengo un plan, Vincent. —admitió, con una honestidad que lo desarmó. Evitó su mirada, fijando los ojos en una estantería llena de bujías y filtros de aceite. —Solo... pensé en volver. En buscarte a ti. Eres el Alpha ahora. Tú siempre... tú siempre has sabido lo que es mejor. Tú sabrás qué hacer. Esa fe ciega, depositada en él después de todos esos años, después de haberla alejado, le dio un vuelco al corazón y lo atravesó como un cuchillo. "Tú siempre has sabido lo que es mejor." La frase resonó en su mente, transportándolo instantáneamente a través de los años, a la primera vez que supo que su destino estaba ligado al de ella. El recuerdo lo golpeó con la fuerza de un mazazo. No era la Lara casi mujer de ahora, sino una niña delgada, demasiado callada, con rodillas raspadas y una tristeza inmensa en ojos que parecían demasiado grandes para su rostro. La habían arrinconado contra un árbol tres chicos del clan, mayores que ella, burlándose de su olor "débil", de su sangre "impura". Vincent, apenas un adolescente pero ya con el porte de quien sería un líder, los ahuyentó con solo una mirada y una advertencia gutural que salió de lo más profundo de su instinto. No fue una decisión consciente; fue su tigre, reconociendo algo en ella, exigiendo protegerla. Él le tendió la mano. Ella la tomó, y en ese momento, una lealtad feroz e inquebrantable nació en él.Ella se separó solo unos centímetros, sus ojos brillaban con una chispa de travesura y una profundidad que no estaba allí antes.—¿Sabes una cosa, Axel? —dijo, su voz era un susurro juguetón que contrastaba con la tensión en su cuerpo, inhaló profundamente, como para probar su punto—Nosotras... supimos quién eras desde el primer día. Tu olor no nos alertó. Nos calmó. En medio de la oscuridad y el pánico en casa de Kaila, tu aroma fue lo único que nos trajo un atisbo de paz.Su sonrisa se suavizó, volviéndose más genuina, más vulnerable.—Yo era la que tenía miedo. La que no quería aceptar lo que era, lo que significaba este nuevo mundo. Pero tú... —lo miró con una gratitud que le llenaba los ojos— tú nunca me trataste como a una pieza de cristal. Me provocaste, me desafiaste, me hiciste reír. Me diste el valor para caminar por este camino, mostrándome que no tenía que ser solo una carga o una víctima. Eso fue y será lo que más valoro de nuestro empezar, no forzastes nada, me distes ti
La áspera caricia de su lengua volvió acariciar mi mejilla dejó una sensación de calor y una posesividad que no pudo ignorar. Mientras la magnificencia de su tigresa blanca lo miraba con esos ojos llenos de picardía, una parte de él, la parte del Beta consciente de las implicaciones, sintió la necesidad de advertirla. Su voz sonó ronca, mezclando asombro con un dejo de seriedad.—Gatita... —dijo, manteniendo la mirada en sus ojos felinos— Lo que estás haciendo... me estás marcando. Con tu olor. Es... un reclamo. ¿Entiendes?La reacción fue instantánea. Los ojos de la tigresa se abrieron ligeramente, la chispa juguetona se atenuó por un segundo de pura sorpresa. Miriam, dentro de esa forma, se quedó impactada.— ¿Marcarlo? ¿Reclamarlo? — pensó, dirigiendo su confusión hacia Anya. —¡No puedes hacer eso! ¡Le dije que no estaba lista!Anya, lejos de sentirse reprochada, emitió un ronroneo de pura satisfacción. —¿Por qué no? Él es nuestro. Si quieres, márcalo. Reclámalo. Que todos sepan
La decisión estaba tomada, finalmente éramos una. El acuerdo resonó en cada fibra de mi ser: era hora de cambiar. No podía seguir teniendo a esa nueva parte de mi, la aceptación de que mi vida, mi realidad era otra nunca sería la misma, llegó y con ella la paz que necesitaba dentro de mi. Suspiré el cambio no sería algo difícil ni complicado había visto a Axel transformarse, una explosión de poder y gracia felina, pero nada me preparó para la realidad de vivirlo en primera persona.No fue doloroso, no fue aterrador. Fue como despertar de un sueño largo y darme cuenta de que había estado usando solo una fracción de mi cuerpo. Fue un torrente de sensaciones, en una fracción de segundo mis sentidos se agudizaron hasta casi veinte metros fuera de la cabaña, pude oler la humedad de la madera, el rastro de Axel en el aire, el jabón de los platos. Mi cuerpo se estiró, se reorganizó con una fluidez que era pura magia. La piel se cubrió de un suave y espeso pelaje, y mis uñas se volvieron gar
El sonido del agua corriendo y el leve tintineo de la loza desde la cocina eran un arrullo extrañamente doméstico. Me había retirado a la sala, acurrucada en el sofá, mientras Axel cumplía su promesa de enfrentarse a los platos. Mi tigresa ronroneaba en mi interior, una vibración profunda de satisfacción. Cada movimiento que oía de la cocina, cada pequeño ruido que delataba su presencia, la calmaba y la alegraba aún más. Nuestro macho era fuerte, era un guerrero, y también fregaba platos. ¿Qué más se podía pedir?Miré el reloj en la pared. Tres horas. Tres largas horas hasta que la cabaña se llenara de hombres serios y planes peligrosos. La anticipación era una cosa, pero la espera era otra. En el silencio, mi mente retrocedió hasta una conversación que había escuchado entre Axel y Kaila hace unos días, cuando aún estaba más débil y asustada, acostada en la cabaña de Kaila, Solo unas horas después de conocer a Axel por primera vez. Su actitud le desconcertó el no la trato con lástima
MiriamLa tensión estratégica se rompió con la misma rapidez con la que había llegado. Había reclamado mi lugar en la guerra que se avecinaba, y la solemne aceptación de Axel me había llenado de una determinación feroz. Pero ahora, en el silencio que seguía, la realidad doméstica de la cabaña volvía a imponerse, y con ella, un viejo hábito que ni la transformación en tigresa parecía haber erradicado.Una sonrisa pícara, la primera genuinamente juguetona desde hacía mucho tiempo, se dibujó en mis labios. Axel, que aún tenía esa mirada de Beta evaluador, pareció desconcertarse por el cambio repentino repentino de ella.—De acuerdo... —dije, alargando las palabras— He reclamado mi trinchera en esta... operación de comandos. Pero, ya que vas a ser mi comandante en jefe, deberías estar al tanto de una pequeña... condición logística.Él arqueó una ceja, intrigado, una esquina de su boca se torció hacia arriba. —¿Una condición logística?Asentí con seriedad exagerada. Con un gesto teatral,
Miriam Las palabras de Axel resonaban en el silencio de mi mente, encontrando eco en rincones de mi alma que hasta ahora no me había atrevido a explorar. Omega. La palabra ya no sonaba a mito, sino a una clave que destrababa el misterio de mi propia existencia desde el cambio. No era un error, no era una maldición. Era un propósito. Y ese propósito, de alguna manera visceral, estaba inextricablemente ligado a él.Mientras lo observaba su figura poderosa llenando el espacio, no pude evitar dejar que mi memoria viajara al principio. Al primer día.Lo recordaba con una claridad dolorosa. Yo estaba rota, hecha pedazos por dentro y por fuera, escondida en esa habitación con el miedo como único compañero. Y entonces, él estaba allí. No como una sombra amenazante, sino como una presencia sólida e inquebrantable. Se presentó Axel Marino Beta de la manada Tigre Blanco. El recuerdo después del entrenamiento con el saco de boxeo en el porche de la cabaña, su espalda ancha, sus manos fuertes qui
Último capítulo