Capitulo 4

Axel Marino apagó su teléfono después de la explosiva llamada de su hermano y se dejó caer de nuevo en la cama, mirando al techo sin ver. La noticia de que Lara había regresado, y en ciclo de calor, no era solo un acontecimiento; era un terremoto que sacudía los mismos cimientos de su mundo y le traía un alusión de recuerdos dolorosos.

Su pensamiento voló hacia Vincent. Hacia la trágica ironía de su destino. El heredero, el más fuerte, el destinado a tenerlo todo... y sin embargo, el que más había perdido. Axel había estado allí, había sido testigo de todo. Había visto cómo el primer celo de Vincent, una tormenta feroz de instinto y testosterona, se había centrado en la frágil figura de Lara, quien por entonces era apenas una adolescente.

Vincent, el futuro Alpha, había tenido que ser encerrado y sedado por su propio padre para evitar que cometiera un error terrible o que, peor aún, se rompiera al no poder reclamar lo que su bestia ya consideraba suyo. Y luego, justo cuando Lara florecía en una mujer, cuando la espera casi insoportable estaba a punto de terminar, el infierno se desató. La traición, la lucha por el poder, la muerte de sus padres...

Axel apretó los puños, la vieja furia, negra y amarga, resurgiendo como si fuera ayer. Recordaba el dolor desgarrador en los ojos de Vincent, no solo por la pérdida, sino por la decisión imposible que tuvo que tomar: salvar a Lara alejándola, o arriesgarse a que la mataran para herirlo a él.

Axel y Vincent canalizaron todo ese dolor, toda esa rabia impotente, en un único propósito: venganza y control. Entrenaron hasta caer exhaustos, lucharon con una ferocidad que aterraba incluso a los veteranos del clan, y cuando llegó el momento, limpiaron la mancha de la traición con puño de hierro. Axel se convirtió en la sombra de su hermano, su brazo derecho, la mano ejecutora que no cuestionaba. El Beta de su manada, Juntos, reconstruyeron desde las cenizas, pero a Vincent siempre le faltaba una pieza. Siempre llevaba una sombra de melancolía, el fantasma de la mujer a la que había tenido que renunciar.

Axel suspiró, frotándose el rostro. Él lo había visto de cerca. Había visto el vacío en su hermano, la forma en que ninguna otra mujer, por más que lo intentara, lograba siquiera rozar el interés de su bestia, que ya estaba marcada por un aroma imborrable.

—Ninguna otra hembra ya que está marcado por el aroma de su pareja—murmuró para sí mismo. Esa era una condena o una bendición que Axel no envidiaba.

Y por eso, él había tomado una decisión hace mucho tiempo. Prefiero mis noches solitarias. Su vida no era perfecta, lo sabía. Había noches de una soledad profunda, donde el silencio de su apartamento se volvía opresivo. Pero era una soledad que él controlaba. No tenía que preocuparse por el dolor de perder a una pareja, por la agonía de no poder tocarla, por la responsabilidad abrumadora de protegerla de un mundo lleno de peligros.

Cuando la frustración, la tensión del liderazgo o el simple impulso animal se acumulaban demasiado, tenía sus salidas: una pelea en los confines del territorio, una carrera en su moto por caminos desiertos, o algún encuentro casual y sin significado con una humana que no supiera nada de clanes ni de bestias interiores. Un desahogo rápido, físico, que no complicaba su corazón.

Se levantó de la cama y se acercó a la ventana, observando el territorio del clan que empezaba a despertar. No, él no era como Vincent. No tenía la fuerza para cargar con el dolor de un amor eterno ni la debilidad de un vínculo que te hacía vulnerable. Su lealtad era para su hermano y para su clan. Eso era suficiente. Eso tenía que ser suficiente.

"Mi vida no es perfecta," pensó, volviendo la espalda a la ventana, "pero no debo de ser exigente." Ser la sombra del Alpha, el soldado solitario, era su rol. Y lo aceptaba. Con todas sus ventajas y, sobre todo, con todos sus vacíos.

Dos horas después, Axel estaba revisando los turnos de guardia en su tableta, mientras que en su otra mano sostenía una taza de café. Intentando sumergirse en la rutina para ahuyentar los pensamientos sobre su hermano y el torbellino de emociones que Lara traía consigo, cuando la puerta de su oficina se abrió sin ceremonias. Era Marcus, uno de sus ejecutores más veteranos y de los pocos a los que Axel consideraba un amigo. Su rostro, usualmente impasible, estaba marcado por la frustración.

—Axel, tenemos un problema con la humana— anunció, sin preámbulos. —La chica que transformaron. Se niega a cambiar. Se encierra, se resiste. Grita que prefiere morir a convertirse en... esto. El desprecio en su voz al final era palpable, pero no hacia la chica, sino hacia la situación.

Axel suspiró,dejando la tableta sobre el escritorio. No era una noticia inesperada.

—Ella debe de estar asustada,—pensó, con un atisbo de compasión que se apagó rápidamente. La compasión era un lujo que un ejecutor no podía permitirse a menudo. —Vincent ya lo anticipó. Designó a Keila para que se ocupara de ella.

Keila. La sanadora más veterana del clan. Una mujer cuya sabiduría y poder calmante eran leyenda. Había sido la mejor amiga de su madre, la única que los había protegido a él y a Vincent cuando todo se desmoronó. Era la única persona fuera de su hermano en quien Axel confiaba ciegamente.

—Keila ya está con ella — asintió Marcus. —Pero no parece suficiente...

Mientras hablaban, la propia Keila apareció en el marco de la puerta. Su presencia era tan calmante como el aroma a hierbas secas y tierra mojada que siempre la rodeaba. Pero hoy, sus ojos ancianos y llenos de conocimiento tenían una sombra de preocupación.

—Marcus, ¿puedes dejarnos solos? —pidió con su voz suave pero firme.

El ejecutor asintió con una breve inclinación de cabeza y se retiró, cerrando la puerta tras de sí. Axel se quedó de pie, frente a la sanadora, sintiéndose de pronto como el niño al que ella regañaba por meterse en peleas.

Keila lo miró directamente, sin rodeos.

—La chica no puede seguir así, Axel. Su bestia lucha por salir, pero su mente humana la reprime con todo su terror. Es una batalla que está librando en su interior y... la está perdiendo. —Hizo una pausa, cargando cada palabra con un peso terrible. — Si no cambia pronto, si no encuentra un equilibrio, su cuerpo no aguantará la tensión. Puede morir.

Axel cruzó los brazos, una barrera instintiva.

—Es una situación terrible, Keila. Lo sé. Pero Vincent y yo hemos hecho lo que está en nuestras manos. Te pusimos a ti. ¿Qué más podemos hacer?

La sanadora no se inmutó. Su mirada se intensificó, volviéndose casi penetrante.

—Necesita más que una sanadora anciana diciéndole que acepte su destino. Necesita a alguien que entienda la lucha entre dos naturalezas. Necesita una guía fuerte. Necesita... tu ayuda, Axel.

Axel soltó una risa corta y seca, carente de humor.

—¿Mi ayuda? Keila, yo soy un ejecutor, el Beta de la manada. Mi trabajo es hacer cumplir las reglas, no... consolar a humanas aterrorizadas. No soy la persona adecuada para eso.

Fue entonces cuando Keila dio un paso adelante, y su voz, aunque todavía suave, adquirió un filo de reproche maternal.

—¿Crees que no lo sé?¿Crees que no recuerdo al niño que eras? El que seguía a su madre por el jardín de hierbas, el que tenía el don en sus manos mucho antes de que la furia se apoderara de su corazón...

Axel contuvo el aliento. Ella había tocado una herida que creía sellada.

—Tu destino no era solo ser un soldado, Axel Marino —continuó ella, implacable—. Estabas destinado a ser algo más. Un sanador. Un puente. Tienes el don en la sangre, igual que tu madre. Lo enterraste bajo capas de ira y deber, pero sigue ahí. Ella puede sentirirlo. La bestia asustada dentro de esa chica puede sentir la calma que emanas cuando dejas de luchar contra quien realmente eres.

Axel desvió la mirada, sintiéndose expuesto. Negó con la cabeza, retrocediendo un paso.

—Ese niño ya no existe, Keila. Ese camino se cerró hace mucho tiempo. Yo... yo no puedo.

Keila no cedió. Su expresión se suavizó, llena de una pena comprensiva.

—Puedes intentarlo. Por ella. Y quizás, por ti mismo. Porque un hombre que solo sabe destruir, nunca está completo Axel...

Y con esas palabras, dejó a Axel solo en su oficina, con el eco de un don que había renunciado hace mucho tiempo y el fantasma de una chica que se estaba muriendo por miedo a su propia piel.

La conversación con Keila lo dejó inquieto. Las palabras de la sanadora resonaron en su mente, abriendo viejas compuertas que había mantenido selladas durante años. La furia era un escudo más fácil de llevar que la vulnerabilidad de un don que exigía sentir el dolor de los demás. Sin embargo, la imagen de la chica aterrorizada, luchando contra su propia naturaleza hasta el borde de la muerte, no lo abandonaba.

Después de pensarlo mucho, tomó una decisión. No por la chica, se dijo a sí mismo, sino por Vincent. Un Alpha con la cabeza despejada era lo que el clan necesitaba, y la situación con Lara nublaba el juicio de su hermano. Si él podía analizar la situación de primera mano, podría darle a Vincent argumentos sólidos, fríos, para la reunión. Le ayudaría a tomar la mejor decisión para el clan, la más lógica, libre de la tormenta emocional que sin duda lo estaría consumiendo.

Sin avisar, Axel se dirigió a la clínica donde Keila trabajaba y donde estaba la chica. Su intención era supervisar, solamente. Analizar. Observar desde la sombra y recopilar la información necesaria.

Al llegar, el aroma a antiséptico y tensión lo golpeó. Encontró a Keila en un pequeño dispensario, preparando una infusión de hierbas calmantes. Ella alzó la vista al verlo entrar, y una ligera, casi imperceptible, sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios. Ella sabía que iría.

Axel frunció el ceño, tratando de quitarla esa expresión de "te lo dije" de la cara.

—No sonrías, Keila. No estoy aquí para hacer lo que tú crees —dijo, su voz más áspera de lo que pretendía. —Vincent necesita claridad, no más problemas. He venido a supervisar, a analizar la situación. Para poder darle una evaluación real de los hechos y que pueda tomar la mejor decisión para el clan. Nada más.

Keila lo miró con esa paciencia infinita que siempre lo había exasperado.

—Como digas, Axel —respondió, su voz serena. —La observación es el primer paso para entender. Y para entender, a veces hay que acercarse más de lo que uno cree seguro. Le tendió una taza de la infusión. —Ella está en la habitación del fondo. No ha dejado de temblar, el miedo la paraliza. No entiende y no quiere hacer una conexión con su tigresa.

Axel tomó la taza, evitando su mirada perspicaz. Su rol era de ejecutor, de lógica fría. Pero al acercarse a la puerta entreabierta de la habitación, sintió el tenue y aterrorizado aroma a miedo y bestia reprimida, y su propio instinto, enterrado bajo años de hierro y disciplina, se estremeció levemente. Un presentimiento le invadió sabía que su vida estaba apunto de cambiar para siempre ...

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