Vincent
Vincent empujó la pesada puerta de hierro del taller y salió al aire fresco de la tarde, que no logró calmar el fuego que llevaba dentro. Necesitaba espacio. Necesitaba actuar. Necesitaba contener a su tigre, que pacede de un lado a otro en su mente, eufórico y posesivo tras haber estado tan cerca de Lana, de sentir que su ciclo de calor estaba dando sus primeros intentos de aparecer. Con manos que casi temblaban, sacó el teléfono de su bolsillo y marcó un número de memoria. La línea sonó dos veces antes de que una voz ronca, gruñona y claramente adormilada contestara al otro lado. —¿Jefe? ¿Pasa algo? Era Axel su hermanito menor siempre quería sacarlo de sus casillas, con esos saludos tan formales. Vincent a veces extrañaba el tiempo en el que Axel era un joven tigre despreocupado, ahora tenía preoridades no podía permitir que los recuerdos del pasado le afectarán, no tuvo preámbulos. No los necesitaban, sabía bien que su hermano estaría alerta —Lana volvió— soltó, directo al grano. Su voz era un eco grave de la turbación que sentía. —Y está entrando en su ciclo de calor, el olor es casi imperceptible pero hay está. Del otro lado de la línea se produjo un estruendo, como si alguien se hubiera caído de la cama o hubiera golpeado una mesita de noche. —¡¿QUÉ?!— La voz de Axel ya no tenía rastro de sueño, solo de un shock absoluto. Siguió un silencio pesado, cargado de implicaciones. Luego, la pregunta crucial, la misma que resonaba en la cabeza de Vincent como un tambor de guerra: —¿Qué vas a hacer, Vincent?¿Sabes lo que ocurre cuando una hembra está en celo? Vincent apretó el teléfono con fuerza, mirando hacia la puerta cerrada del taller como si pudiera ver a través de ella, hacia donde estaba Lana. Respiró hondo, y por primera vez en ocho años, dejó que la verdad gobernara sus palabras sin la capa de cálculo de Alpha. —No lo sé, Axel, ahora mismo no lo sé. Mi mente es un caos hermano. Pero algo es seguro: ella no se va de mi lado. No esta vez.— Hizo una pausa, y su siguiente confesión salió cargada de una vulnerabilidad que solo su hermano podía escuchar. —No creo ser tan fuerte como para alejarla una vez más. Ambos sabemos que no dejaré que ninguno de los machos de la manada se acerque a ella, reclamado o no por mi ella es mia para proteger. Al otro lado, Axel soltó un suspiro largo y profundo, un sonido de comprensión total. —Lo sé, hermano. Mamá y papá lo sabían también. ¿Recuerdas? Desde que tuviste tu primer celo... a papá le costó ancias lograr contenerte porque Lana aún era una niña en ese momento. Tu bestia siempre la ha reconocido como suya. Siempre. Sabes que vas a tener que tomar una decisión, en algún momento te darás que contarle... El recuerdo de su padre, un hombre tan fuerte como sabio, usando toda su fuerza para refrenar el instincto primitivo de un Vincent adolescente y frenético, golpeó a Vincent con una ola de nostalgia y dolor. Su padre lo entendió incluso antes de que él mismo pudiera comprenderlo. —No te preocupes por el clan —continuó Axel, su tono cambiando al pragmático del segundo al mando que tomaba el control. —Yo me hago cargo del manejo del día a día, tú tienes ahora mismo otra prioridad. Aunque... está el asunto del chico que mandamos juntos a los demás clanes a estudiar y que rompió las reglas. Esa reunión, está noche, tienes que estar presente. Tú eres el Alpha. La sentencia final debe venir de ti. Vincent asintió para sí mismo, un gesto firme. Era su deber. La ley era la ley. —Pero el resto de los asuntos— insistió Axel,— las patrullas, la logística, los informes... déjalos a mi cargo. Tú necesitas pasar tiempo con tu pareja y renovar su vínculo. Es lo más importante ahora. El clan necesita un Alpha estable, y un Alpha estable necesita a su Luna a su lado. Concéntrate en eso. Yo cubro tu espalda. Sabes que no me molestaría tener run sobrino o sobrina haciendo travesuras para la próxima primavera. Un peso inmenso se levantó de los hombros de Vincent. La lealtad inquebrantable de su hermano era un pilar que le permitía ser el líder que era. —Gracias, Axel. Lo tendré en cuenta y tomaré nota... — el tono de Vincent era más relajado, su hermano sabía cómo relajar el ambiente cargado. —No me des las gracias. Solo asegúrate de no echarlo a perder esta vez—, respondió Axel con un gruñido que pretendía ser severo, pero que no podía ocultar un deje de complicidad y apoyo. —Ahora ve con tu mujer. Yo me ocupo de que nadie os moleste. La llamada se cortó. Vincent se quedó un momento más en la quietud, mirando el horizonte. La batalla interna no había terminado, pero por primera vez, no la peleaba solo. Tenía a su hermano. Y ahora, tenía la oportunidad de reclamar a su pareja. Con una determinación renovada, giró sobre sus talones y se dirigió hacia el coche de Lana, su misión ahora clara: traer de vuelta sus cosas y, con suerte, empezar a traer de vuelta su corazón. Su mente, por fin, empezaba a dejar de rugir para trazar un plan. Un plan frágil, peligroso, pero el único que su corazón y su bestia aceptarían. "Prioridades," pensó, la palabra resonando en su interior con la claridad de un latigazo. "La primera y única prioridad es ella. Su seguridad. Su bienestar. Calmar esa tormenta que lleva dentro." Pero no podía ser de cualquier manera. Lana no era una posesión para reclamar con brute force. Era un alma quebradiza que siempre lo había visto como un refugio, un amigo. El amigo grande y fuerte que la protegía. Si se lanzaba sobre ella, abrumado por el instinto y ocho años de espera, solo conseguiría asustarla, confirmar todos sus miedos de que este mundo de bestias era demasiado salvaje para ella. "Hay que ir despacio. Paso a paso. Primero, un lugar seguro. Lejos de aquí, lejos de miradas y de los rumores del clan." Su mente voló hacia la cabaña. La cabaña que había construido con sus propias manos en un rincón apartado del territorio, escondida entre los árboles junto a un arroyo. Cada clavo martillado, cada tabla lijada, había sido con su imagen en la mente. Un refugio para ellos. Un sueño que nunca se atrevió a nombrar. Era el lugar perfecto. "Luego... paciencia. Demostrarle que no solo soy el Alpha frío y calculador que todos conocen. Recordarle al hombre que era para ella. Dejar que se acostumbre a mi presencia, a mi olor, sin la presión del clan. Y solo entonces... solo si ella lo desea, dejarle ver mis intenciones. Dejarle saber que puede ser mi Luna, no por obligación, sino por elección. Que puede ayudarme a construir el clan que siempre soñamos, uno donde alguien como ella nunca tendría que esconderse." Era un riesgo monumental. Pero era el único camino. Con una determinación nueva, más calmada, giró para entrar de nuevo al taller. Se dirigió directamente a su oficina, abriendo la puerta con una suavidad que no era habitual en él. Y allí se detuvo, el aire atrapándosele en el pecho. Lana se había quedado dormida en el pequeño y gastado sofá de cuero que había en un rincón. La tensión y el agotamiento habían podido con ella. Su respiración era profunda y regular, y en su rostro se había suavizado la máscara de angustia que llevaba puesta desde que llegó. Pero lo que le hizo quedarse completamente inmóvil, con una oleada de satisfacción tan profunda que casi lo derribó, fue ver su propio abrigo de trabajo, grasiento y manchado, que él había dejado colgado en la percha, ahora cuidadosamente puesto sobre ella como una manta. Alguien, probablemente Leo, había entrado y se lo había echado encima para que no tuviera frío. "Mi olor," pensó su tigre, eufórico. "Ella está envuelta en mi olor. Durmiendo. Segura. En mi territorio." Era un gesto pequeño, inconsciente para ella, pero para su naturaleza más básica, era un símbolo poderoso. Su bestia ronroneó dentro de él, un sonido profundo y visceral de posesividad absoluta y un contentmento feroz. La veía allí, tan vulnerable y yet tan confiada, y algo se encajaba en su lugar dentro de su pecho. Se acercó sin hacer ruido, agachándose frente al sofá. La observó durante un largo minuto, memorizando la curva de su pómulo, la suave exhalación de sus labios. "Así," pensó, "quiero verte siempre. Segura. Protegida. Mía." El camino sería largo y lleno de obstáculos, lo sabía. Pero en este momento de quietud, con ella durmiendo bajo su aroma, Vincent supo, con una certeza que le quemaba el alma, que no descansaría hasta hacerlo oficial. Hasta hacerla permanentemente suya...