Axel se aproximó a la casa de Keila a paso rápido. Los temas más importantes ya habían sido tratados; ahora solo quedaba acompañar a su compañera. Alzó la vista y la vio en la puerta. Keila estaba pálida y con los brazos cruzados, apretando su propio cuerpo como si intentara contener una explosión inminente. Su mirada se clavó en él, llena de una angustia que lo alertó al instante.
—¡Axel! Gracias a los cielos... No sabía si debía mandarte a buscar o... —su voz era un susurro tembloroso y urgente.
Axel cerró la distancia de una zancada. Su voz era grave y directa. —¿Qué ocurre?¿Dónde está Miriam? ¿Está herida?
Keila negó con la cabeza, frustrada. —No...no físicamente. Fueron los guardias... Dos de los muchachos vinieron por vendajes, heridas de entrenamiento. Iban vestidos igual que... que él ese día. El uniforme, las botas... Ella los vio y... algo se quebró dentro de ella.
La mandíbula de Axel se tensó. La furia hacia Mason fue instantánea, pero la sofocó. —¿Qué pasó entonces?
Keila