Capitulo 2

Los años pasaron y la niña se convirtió en una joven de una belleza frágil y poderosa a la vez. El acoso infantil se transformó en insinuaciones peligrosas de machos jóvenes del clan, sus miradas cargadas de un interés que nada tenía que ver con el cariño. Vincent se convirtió en su sombra.

—Siempre quédate cerca de mí — le decía. Inventaba razones para que ella estuviera en la casa de la familia Marino, le asignaba tareas que la mantuvieran a su vista, se interponía con una frialdad amenazante entre cualquier macho y ella. Su tigre ya no solo la protegía; la reclamaba como suya, aunque él se negara a verbalizarlo, incluso a sí mismo.

Una tarde, su madre, Eleanor, lo encontró observando a Lara desde la ventana con una intensidad que no pudo disimular.

—Vincent—dijo su voz, seria pero no desprovista de cariño—. Un día serás Alpha. El linaje Marino debe continuar. ¿Has pensado en cómo pasarás el mando? No puedes... atarte a un callejón sin salida. Él no apartó la vista de Lara.

—Madre, tú sabes tan bien como yo que nuestro linaje es fuerte. Está Axel... La sangre Marino no se detendrá conmigo.

Eleanor suspiró.

—Pero el liderazgo no se trata solo de sangre,hijo. Se trata de destino. De un vínculo que fortalece al clan. Vincent finalmente se volvió hacia ella,sus ojos dorados brillando con una certeza absoluta.

—Y cuando ese vínculo se forme,madre, lo sabrás. Mi tigre ya lo sabe. Ella es mi destino. Está sellado.

Eleanor lo miró con una mezcla de preocupación y resignación,sabiendo que argumentar contra la certeza primal de su hijo era inútil.

Y luego llegó la noche en que todo estalló. La lucha interna por el liderazgo del clan se tornó sangrienta. Su padre, el antiguo Alpha, fue derrocado y asesinado. La guarida se convertió en un campo de batalla. Vincent supo, con una certeza aterradora, que Lara sería el primer blanco de los insurgentes para herirlo a él, para romperlo. La encontró escondida en su habitación, temblando. No hubo tiempo para explicaciones dulces.

—Tienes que irte. Ahora. — le dijo, su voz urgente mientras empujaba un fajo de billetes en su mano, todos sus ahorros.

Lara lo miró, aterrada, con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Qué? No, Vincent, no te dejaré aquí. ¡Pelearemos juntos! — Él negó con la cabeza, con una dureza que le destrozaba el alma.

—No. Esta no es tu pelea. Es la mía.— De su bolsillo sacó un sobre arrugado. La carta de admisión a la universidad lejos de allí, la madre de Lara la habia echado a la basura y que Vincent había rescatado, desafiando toda la logística de un hombre cambia forma.

—Toma.Es tu sueño. Es tu salida...— le dijo, poniendo el sobre sobre el dinero. —Vive. Vive por los dos. Vete de aquí, Lara. Por favor.

Los gritos y el sonido de cristales rompiéndose se acercaban.Vincent la empujó suavemente hacia la ventana trasera. Las lágrimas le corrían por el rostro a ella, pero asintió, el corazón destrozado. Mientras ella escapaba hacia la oscuridad, Vincent giró sobre sus talones para enfrentarse a tres guardias rebeldes que irrumpían por la puerta, canalizando todo su dolor y su rabia en los puños que volaron para proteger su retirada.

De vuelta en el presente, Vincent parpadeó, despejando la imagen de la lucha y la despedida de su mente. La vio sentada allí, la mujer en la que se había convertido la niña a la que una vez salvó, ahora confiando en él una vez más con su vida y la de un posible futuro.

Su voz era áspera por la emoción contenida cuando finalmente habló.

—Te quedarás aquí—dijo, no era una pregunta, era una declaración. Una orden de Alpha. —En las habitaciones privadas arriba del taller, por el momento hasta que encontremos un mejor lugar para que te quedes. Nadie te molestará. Nadie se atreverá, las personas que antes solían hacerlo ya no están...

Se acercó un paso,y por primera vez desde que ella entró, permitió que una fracción de la abrumadora protección que sentía se filtrara en su tono.

—Ya no eres una niña que tiene que huir por la ventana, Lara. Yo... nosotros... enfrentaremos esto. Juntos.

Era una promesa. La promesa que no pudo hacerle hace ocho años.

Lara

Desde el momento en que sus pies pisaron el suelo gravoso frente al taller, el corazón de Lara latía con un ritmo frenético y aterrado. Cada paso hacia la puerta de hierro era una batalla contra el instinto que le gritaba que huyera. Este lugar era una herida mal cerrada, un recordatorio de todo lo que había perdido y de todo lo que nunca pudo tener.

—Pero no tenía a dónde más ir.

Al verlo emerger de entre la penumbra del taller, con las manos manchadas de grasa y una expresión de fastidio, el mundo se detuvo. Vincent. No era el joven de mirada intensa y promesas tácitas que recordaba. Este era un hombre. Más ancho, más duro, con el peso del liderazgo grabado en la frente y en la línea firme de su baza. Y entonces, su aroma la alcanzó. Madera de cedro, metal caliente y esa esencia única, pura y abrumadoramente Alpha que era suya y solo suya.

Su tigresa, una presencia que siempre había sido tenue y dormida dentro de ella, se revolvió con una fuerza brutal. El calor que había estado construyendo en su vientre estalló en una marea de fuego que le quemó las venas. Un deseo primitivo, visceral, la abrumó. Todo su ser le gritaba que cerrara la distancia, que enterrara el rostro en su cuello, que se fundiera en él y dejara que su esencia calmara la tormenta que ardía dentro de ella.

Era un impulso potente que casi cedió. Pero no. No podía. No podía permitirse eso. Él era Vincent, su amigo, su confidente, el hombre que la había salvado una y otra vez. Pedirle, o peor, exigirle algo que su instinto reclamaba, podría arruinarlo todo para siempre. Podía cambiar la dinámica de respeto y devoción que siempre había habido entre ellos y convertirla en una carga, en una obligación que él aceptaría por deber, no por deseo.

Cuando él le ordenó que se quedara, un alivio tan inmenso la inundó que por un segundo el calor se atenuó. Pero inmediatamente después, la angustia regresó. Ocho años eran mucho tiempo. Él era el Alpha. Un hombre así no estaría solo.

—¿Y... no habrá nadie a quien le moleste que me quede aquí?— La pregunta salió temblorosa, casi un susurro. Se preparó para la respuesta, para el golpe de oír sobre su compañera, su Luna, sus cachorros.

Pero entonces, él se movió. Y vio cómo un brillo antiguo, una chispa de ese joven que una vez conoció, encendió sus ojos dorados. Su proximidad era electrizante, haciendo que cada pelo de su brazo se erizara. Su voz, baja y grave, le quitó el aire.

—No. No ha habido nadie.

Las palabras la atravesaron, desarmando por completo todas sus defensas. ¿Era posible? ¿El hombre más poderoso, el más deseado...? Y luego, el hablo.

—Lara, no te preocupes nadie molestará a la chica de las coletas.

La imagen fue tan específica, tan íntima, tan suya, que la ofensa que sintió fue una pantalla frágil para la oleada de emoción que la embargó. Él no solo recordaba; atesoraba.

—Ya no uso coletas desde hace años,— protestó, sintiéndose de pronto como la chica vulnerable que una vez fue.

—Ya me he dado cuenta...—respondió él, y en esa simple frase hubo una admisión tan cargada que el ambiente se volvió casi irrespirable. Él también había notado el paso del tiempo en ella. Él también veía a la mujer en la que se había convertido.

Y entonces, él cambió de tema con una brusquedad que delataba su propia turbación. La petición de las llaves del auto fue un salvavidas para ambos, una distracción necesaria de la tensión palpable que los envolvía.

Ella iba a decirle el modelo, el color, pero él la interrumpió.

—Conozco tu olor. Sabré cuál es. No te preocupes, tus cosas, las traeré.

Esa frase, tan simple, tan bestial, fue la más íntima y abrumadora que había oído en su vida. Significaba que su esencia estaba grabada en él de forma indeleble. Que para Vincent, ella no era un rostro o un nombre, sino un aroma imborrable en su alma.

Él tomó las llaves y salió casi a escape, como si necesitara huir del campo magnético que los atraía el uno al otro.

Y Lara se quedó sola en la oficina, con el eco de sus palabras y el fantasma de su calor rodeándola. Se dejó caer en la silla, temblorosa, llevando una mano al vientre donde el fuego del ciclo de calor ardía ahora con una nueva promesa de esperanza... y un miedo aún más profundo a romper el corazón del único hombre que siempre había sido su hogar.

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