"Axel:"
Axel permaneció un largo minuto frente a la puerta, como si fuera la entrada a una celda y no a una habitación. Su orgullo de guerrero se debatía contra el instinto de su tigre. Finalmente, con un gruñido de fastidio dirigido a sí mismo, giró el picaporte y abrió la puerta lo justo para permitir que su mirada se colaran dentro. No llegó a cruzar el umbral. No hizo falta. Él aire que salía de la habitación estaba cargado de miedo, angustia y un dolor tan profundo que casi podía palparse. Pero debajo de esa tormenta de emociones humanas, como un hilo de oro puro en un lecho de carbón, surgió un aroma. Dulce como la flor de lys bajo la lluvia, salvaje como el viento sobre la hierba alta, y tan, tan familiar que le quitó el aliento. Su tigre, que siempre era una presencia alerta pero contenida en el fondo de su ser, se irguió de golpe con una fuerza brutal. ¡COMPAÑERA! No fue un pensamiento, fue una certeza absoluta, visceral, que le golpeó el pecho con la fuerza de una bala. Todo su cuerpo se tensó, sus sentidos se agudizaron hasta un punto casi doloroso, y por un segundo el mundo entero se redujo a ese aroma y a la fuente de donde provenía: la figura encogida en la cama al fondo de la habitación. La certeza lo inundó, seguida de inmediato por una ola de pánico tan crudo que le hizo retroceder un paso. " No...No era posible. Él no quería esto. No había buscado esto. Había construido su vida, su identidad, alrededor de la ausencia de este preciso vínculo." Los pensamientos se arremolinaban en su cabeza mientras su tigre se alzaba... Su mirada, salvaje y desencajada, se volvió hacia Keila, que observaba la escena con una calma que ahora le resultó exasperantemente profética. La vieja bruja no parecía sorprendida. Al contrario, había una triste comprensión en sus ojos. "Ella lo sabía." Keila lo había sabido todo el tiempo. Por eso lo había presionado, por eso había hablado de destinos enterrados y de dones olvidados. No se trataba solo de salvar a una chica cualquiera. Se trataba de guiarlo a él hacia su pareja. El miedo quería apoderarse de él, el viejo miedo a sentir, a perder, a sufrir como había sufrido Vincent. Quería dar media vuelta, cerrar la puerta y enterrar la verdad bajo capas de negación y furia. Pero entonces, otro instinto, más profundo y primitivo que el miedo, se apoderó de él. Su tigre rugió dentro de su mente, no con rabia, sino con una determinación feroz, protectora. La vio allí, frágil y luchando contra su propia naturaleza, contra el don que él también había rechazado, y supo que retroceder ya no era una opción. "No puede rendirse. No puede morir." La idea fue un golpe de claridad. No cuando él estaba allí. No cuando finalmente la había encontrado, la sola idea de perderla era una condena para él. Axel cerró la puerta con suavidad, como si un ruido fuerte pudiera quebrarla a ella. Se giró completamente hacia Keila, y toda su resistencia anterior se había esfumado, replacedo por una expresión grave y resuelta. El guerrero había encontrado una misión que trascendía las órdenes o el deber del clan. —¿Qué debo hacer? — preguntó, y su voz ya no era la del ejecutor que daba órdenes, sino la de un hombre que aceptaba un destino, por aterrador que fuera. Keila asintió lentamente, una luz de aprobación y alivio en sus ojos ancianos. —Entrar —dijo simplemente. —Y dejar que tu bestia le muestre a la suya que ya no está sola. Axel respiró hondo, el aroma de su compañera aún grabado a fuego en sus sentidos, una marca imborrable que ahora dictaría cada uno de sus movimientos. La voz de Keila era un murmullo sensato en medio del caos que rugía dentro de él. Por un instante, la imagen fue tentadora. Cruzar ese umbral, dejar que su tigre tomara el control y consolara al de ella con ronroneos y una presencia tranquilizadora. Pero luego, la realidad, fría y brutal, lo golpeó. Él no era Vincent, que luchaba por contener una bestia eufórica. Él era Axel, el ejecutor. Su bestia era ira pura, cicatrices y garras. Y ella... ella estaba hecha pedazos, aterrorizada por la violencia de una transformación forzada. —No. — La palabra salió de sus labios como un disparo, firme y decidida. Keila arqueó una ceja, pero no dijo nada, esperando. — Sabes el riesgo de alargar el encuentro entre ustedes, ella sufre y tú puede ayudarla... Axel, le hizo un gesto con la mano a Kaila, ella no continuo hablando, solo le miró con esos ojos de años de experiencia. —Todavía no... — se explicó Axel, clavando la mirada en la puerta cerrada, como si pudiera ver a través de ella. —Si entro ahora, con esto... Se golpeó el pecho con un puño, donde su bestia aún pacede y rugía. —...no la voy a calmar. La voy a aterrorizar aún más. Las cosas, en vez de mejorar, pueden ir peor Kaila. Ella necesita calma, no la tormenta que ahora llevo dentro. ¡Cuidala, Kaila, por mi ... Hasta que regrese.! Su instinto de protector chocaba con su naturaleza feroz, pero por primera vez, la lucidez ganaba. Entrar como un torrente sería repetir el error de Mason, aunque con intenciones opuestas. Sería otra imposición, otra fuerza abrumadora en su vida ya fracturada. Sin decir más palabra, Axel giró sobre sus talones y salió abruptamente de la casa de Keila. Necesitaba aire. Necesitaba espacio. O necesitaba... correr. No se dirigió a su apartamento. Se encaminó directamente a los límites del territorio, hacia el bosque denso y oscuro que servía de frontera natural. Con cada paso, la furia lo consumía más, pero ya no era una furia abstracta o dirigida a Keila. Tenía un nombre y un objetivo claro. "Mason." Las palabras del informe oficial que había leído horas antes, que entonces le habían parecido solo otro problema a resolver, ahora resonaban en su mente con una claridad brutal y personal. Mason aceptó la negativa de ella... El informe lo pintaba como un simple rechazo, pero Axel ahora podía sentir la humillación y la frustración del macho débil que no podía aceptar un no por respuesta. "...el acoso al que se vio sometida por él..." Semanas de persecución, de miradas lascivas, de "casualidades" forzadas que ahora se leían como lo que eran: el preludio de una obsesión malsana. "...cómo la secuestró..." La imagen de ella, una humana indefensa, siendo arrastrada a la fuerza a un mundo que desconocía y al que nunca quiso pertenecer. "...la transformación brutal que sufrió durante el ataque de él." Esto era lo que más lo encolerizaba. La Transformación, el don más sagrado de su especie, el vínculo con su bestia interior, había sido profanado. Convertido en un acto de violación y de poder obsceno. Mason le había robado su humanidad y le había entregado a cambio un infierno. Con un rugido que ya no podía contener, Axel se desprendió de su ropa y se dejó caer de rodillas en la tierra húmeda. La transformación no fue un estallido de luz, sino una explosión de rabia pura. Huesos crujieron, músculos se expandieron y el aire se llenó del sonido de tendones estirándose. Donde antes estaba un hombre furioso, herido por lo que le había ocurrido a su compañera, ahora había un enorme tigre de pelaje blanco y rayas negras como azabache, con ojos que brillaban con una ira incandescente. Y entonces, corrió. Corrió como si pudiera escapar de la verdad. Corrió para desfogar la furia que amenazaba con consumirlo. Corrió para quemar la adrenalina que le gritaba que fuera directamente a la celda de Mason y lo despedazara con sus propias garras. Pero incluso en su forma bestial, una parte de él, la parte que ahora estaba irrevocablemente ligada a ella, seguía pensando, planificando. "Tengo que buscar la manera de acercarme primero." No como una bestia, sino como un hombre. No como un ejecutor, sino como... algo más. Algo que ella no temiera, un sanador. El tigre que era Axel rugió su frustración al viento nocturno, pero sus pasos, aunque poderosos y destructivos, no lo llevaron hacia la venganza. Lo llevaron en círculos, alrededor del territorio, alrededor de su nueva y aterradora verdad: tenía que aprender a ser algo que nunca había querido ser. Para ella. Para los dos, por un futuro juntos El tigre que era Axel se detuvo en medio de la espesura, su respiración aún entrecortada por la carrera feroz. La rabia física se había disipado un poco, quemada por el esfuerzo muscular, pero la confusión y el peso de la responsabilidad seguían allí, tan densos como la noche que lo rodeaba. Necesitaba anclarse. Necesitaba la única voz que siempre lo había guiado en la tormenta. Se transformó de vuelta con un gruñido, la energía de la bestia retrocediendo para dejar paso al hombre cargado de conflictos. Se vistió rápidamente con la ropa que había dejado cerca del m tronco y sacó el teléfono. Marcó el número de Vincent