La vida de Ivy cambió en un suspiro. Un error de su padre, contador del cartel más temido, la puso frente a Alejandro Cross: un hombre hecho de hielo y sangre, un depredador que no conoce la misericordia. Para Cross, la muerte sería un castigo demasiado piadoso. Él quiere algo más. Algo que duela, que marque, que destruya. Quiere a Ivy. La arrebatará de su mundo, la atará a su vida... y la reclamará como suya. Sin escapatoria, sin negociaciones. Ahora Ivy pertenece a un hombre que no entiende de límites ni de compasión, un hombre que la quiere para él, en cuerpo, mente y alma. Y Alejandro Cross no comparte lo que considera suyo. Jamás.
Leer másIvy CrossCubierta superior del yate – 19:01 hLas luces de Atenas brillaban a la distancia como una constelación invertida, titilando desde la costa mientras el mar se teñía de los tonos púrpuras del atardecer. La brisa era fresca, cargada de sal, y me revolvía el cabello con la misma libertad con la que me estaba revolviendo los nervios.Sostuve la copa de champagne entre los dedos, procurando parecer relajada, como si estuviera acostumbrada a yates de este tamaño, a mujeres con acentos griegos impecables, a joyas que pesaban más que mi antigua vida. Kallista reía con Thalia, sus vestidos vaporosos ondeando como velos, perfectas anfitrionas en un mundo que no me pertenecía.Y sin embargo, ahí estaba yo. Jugando el papel.—Eres más joven de lo que imaginaba —comentó Thalia, girando levemente su copa de vino blanco, los ojos claros y curiosos fijos en mí—. ¿Cuánto tiempo llevan juntos tú y Alejandro?La pregunta me tomó con el pie cambiado. No por inesperada, sino por lo que desataba.
Alejandro CrossEl avión tocó tierra con suavidad, casi como si la pista nos hubiera estado esperando. Desde mi asiento, observé los viñedos extendiéndose más allá de las colinas, como una postal cuidadosamente diseñada. Grecia. Neutral, hermosa y segura… hasta donde puede serlo cualquier lugar cuando llevas fantasmas y enemigos en la maleta.Giré apenas la cabeza.Ivy estaba mirando por la ventanilla. No decía nada, pero la tensión en sus hombros, el leve golpeteo de su pulgar contra el reposabrazos, la traicionaban. Estaba emocionada. Aunque no lo admitiría ni bajo tortura.La primera vez que salía del país. Y lo hacía conmigo. Después de un año encerrada en esa habitación, ahora tenía el mundo delante. Lo veía en sus ojos. Ese brillo que intentaba disimular tras el filtro de su desprecio.—Nunca habías viajado fuera —le dije en voz baja, solo para ella.No se volvió de inmediato. Cuando lo hizo, ya llevaba puesta su máscara de sarcasmo.—Y lo hago contigo. Qué irónico. Es como sali
Ivy CrossEl sonido de la puerta cerrándose detrás de Alejandro me hizo dar un salto, el aire dentro del baño aún denso con su presencia. Mi pecho subía y bajaba rápidamente, mi cuerpo temblaba de una forma que no podía controlar. Su toque, su proximidad, me habían dejado ardiendo por dentro. Las manos aún me temblaban, como si las huellas de su toque permanecieran marcadas en mi piel.Cerré los ojos, llevándome los pulgares a mis labios, tocando suavemente el lugar donde él había rozado con los suyos. Aún podía sentir la presión de su boca, tan desafiante y posesiva. El latido de mi corazón retumbaba en mis oídos, mi respiración acelerada. Mi cuerpo aún sentía la intensidad de lo que había sucedido, esa corriente eléctrica que había recorrido cada centímetro de mi ser.Sentí el calor entre mis piernas, la humedad que había comenzado a formarse en mi interior. Mi cuerpo había respondido a él de manera involuntaria, como si lo deseara. Pero, entonces, me detuve. Abrí los ojos con dific
Alejandro CrossLa puerta de la camioneta se cerró de golpe, el sonido resonando en el espacio reducido, inmediatamente seguido por su llegada. Su perfume llenó el aire, un aroma característico que siempre la precedía, una mezcla compleja a la vez dulce y seca, anunciándola incluso antes de que la viera. Era el aroma de los secretos, de la rebelión, de la mismísima Ivy.Se acomodó en el asiento a mi lado, envuelta en un abrigo largo hasta los tobillos que la hacía parecer una condesa moderna, una imagen a la vez impactante y cuidadosamente elaborada. Sorprendentemente, se había logrado subir a la camioneta sin mostrar nada de piel, un inusual acto de moderación que me hizo sospechar. Se sentía deliberado, como un preludio a algo.Entonces, sin siquiera mirarme, se desabrochó lentamente el cinturón de seguridad, cada movimiento preciso y controlado. Con un gesto displicente, dejó que el pesado abrigo se deslizara de sus hombros y cayera sobre el suave asiento de cuero. Allí yacía como
Ivy CrossEl agua caliente me envolvía como un abrazo. Llevaba más de veinte minutos sumergida en la bañera rústica de la habitación principal, la que ahora, por decreto divino de Alejandro Cross, era también mi habitación.Nuestra habitación.La idea seguía revolviéndome por dentro, como si fuese veneno y néctar a la vez.Cerré los ojos, con la cabeza recargada contra el borde de piedra. Mis piernas flotaban levemente, y la espuma perfumada cubría apenas lo suficiente para mantener una mínima dignidad. El vino en mi sistema aún me adormecía los sentidos, pero lo que más me inquietaba no era el alcohol… era la lujuria.Me dolía. Literalmente. Cada vez que pensaba en él, en su maldita boca, en sus manos grandes, en esa forma en que me miraba como si ya supiera qué zonas de mi cuerpo temblaban más. Mis muslos se apretaban bajo el agua. Mis dedos se deslizaban con suavidad, no del todo inocentes, y entonces me detuve.No, me dije, conteniéndome. No vas a darte placer como una adolescente
Ivy CrossLa brisa nocturna me rozó el rostro como una caricia suave, casi burlona, y sentí un leve escalofrío recorrerme la espalda. Estaba de pie junto a Alejandro, frente a la mansión, mientras las camionetas negras se alejaban lentamente por el camino de grava, perdiéndose entre los árboles centenarios que custodiaban la propiedad como guardianes mudos. Las luces traseras tintineaban como luciérnagas artificiales antes de desaparecer por completo.Apreté los labios. Sabía que había tomado más vino del que debía. No estaba ebria, pero sí lo suficiente para sentir el cuerpo liviano, las ideas sueltas y la lengua más desatada de lo habitual. Las risas con mis dos nuevas “amigas” griegas —ambas esposas de los capos con los que Alejandro acababa de cerrar el negocio— todavía resonaban en mis oídos, como un eco de otra vida. Una vida social. Una vida fuera de mi celda de lujo.Quizás, pensé, no había sido tan mala idea salir de aquella habitación. Encerrarme fue una decisión que tomé co
Último capítulo