Capítulo 9. Una comida
Alejandro Cross
Esperar no era un problema. La espera refinaba el carácter, enseñaba paciencia, poder. Quien no sabía esperar, no merecía mando.
Yo sí.
De pie, en la entrada principal de la mansión, con el mármol reluciente bajo mis pies y los ventanales filtrando la luz grisácea de la mañana, me sentía exactamente donde debía estar. Todo en mí hablaba de control: la camisa de lino negro sin una sola arruga, la corbata de seda, el saco a la medida, los zapatos pulidos al nivel del reflejo. Incluso el aire parecía respetar mi presencia, manteniéndose denso, contenido. La mansión no era solo mi hogar; era mi fortaleza.
Las reuniones con las mafias extranjeras solían celebrarse en hoteles, salones privados, bodegas seguras. Pero esta vez, no. Esta vez quería un mensaje claro: “Estoy tan confiado en mi posición que abro las puertas de mi casa.” Y los Altounis y los Kouris, astutos, sabían leer entre líneas. El lujo les hablaba. La opulencia, la disciplina, la brutalidad cubierta con oro.