Él es el único hombre capaz de desarmarla con una sola sonrisa. Gemma es brillante, reservada y con más libros que citas en su historial. Nunca se ha dejado llevar por un hombre encantador… excepto una vez. Sebastián Morelli le dio su primer beso y luego la destrozó con unas palabras. Todo en una noche. Desde entonces, lo ha evitado a toda costa. Pero el destino los obliga a trabajar juntos en un proyecto y mantener la distancia ya no es una opción. Ella es la única mujer a la que alguna vez ha notado. Sebastián Morelli no es precisamente un santo, y su historial probablemente lo pondría en más de una lista dudosa. Pero está convencido de que no sabe cuál fue su pecado para que Gemma lo evite como si fuera la misma peste. Ahora solo puede observarla, deseando probar sus labios una vez más. Quizás esta vez tenga una segunda oportunidad. Aunque derribar los muros de Gemma no será fácil, sobre todo cuando cada encuentro entre ellos se convierte en una guerra de opiniones porque parece que nunca pueden estar de acuerdo. Pero cuando el deseo choca con el orgullo, ¿hay realmente distancia suficiente para evitar la colisión entre dos almas que se resisten… y se atraen?
Leer másLos tacones de Gemma resonaban sobre el suelo impecable del corredor. Estaba nerviosa, pero mantenía la espalda recta y una expresión profesional, saludando con una sonrisa educada a quienes se cruzaban en su camino.
—La dirección quiere verte —le había dicho su secretaria apenas llegó a su consultorio.
No quería ser pesimista, pero no podía evitar interpretarlo como una señal de alarma.
Gemma trabajaba en el Instituto de Neurociencia más prestigioso del país desde hacía apenas cuatro meses. Había obtenido el puesto poco después de terminar su especialización. Antes había trabajado en un hospital privado y, aunque le gustó la experiencia, estar en el instituto era completamente distinto. Solo esperaba no perder el trabajo tan pronto.
Era buena en lo suyo —sin querer presumir, una de las mejores para su edad— y, hasta ahora, había tomado su trabajo muy en serio, demostrando a sus superiores que merecía el puesto.Gemma desvió la mirada hacia los enormes ventanales sin dejar de caminar. Estaba en el ala norte del edificio; desde allí, las vistas daban a uno de los jardines principales. La luz del día se filtraba con suavidad, iluminando gran parte de los pasillos.
Aunque muchas áreas del Instituto estaban destinadas al tratamiento clínico, nada en él se parecía a un hospital. No había luces frías ni olor a desinfectante. Todo era pulcro, moderno, cuidadosamente diseñado para parecer acogedor y hacer sentir a los pacientes más cómodos.
Al verla, la secretaria del director la condujo hasta la puerta de la oficina y llamó con suavidad. Gemma aprovechó para ajustar su atuendo de forma sutil. No tenían uniforme obligatorio, pero ella procuraba vestir siempre de forma impecable, aunque en la privacidad de su casa prefiriera los pantalones holgados y las poleras suaves.
La secretaria abrió la puerta y entró primero.
—La señorita Vitale está aquí —anunció, apartándose para dejarla pasar.
Gemma dio un paso al frente y se detuvo un instante.
Dentro no solo la esperaba el director, sino también tres personas más. Renato, el psiquiatra a cargo del área clínica a la que ella pertenecía. Martina, la jefa de la unidad de investigación. Y… él.
Sebastián Morelli.
El hombre que alguna vez la había hecho suspirar como una idiota. A quien siempre había admirado en silencio. El que le dio su primer beso y después…
Gemma apartó esos pensamientos con rapidez. Lo último que quería era desenterrar viejos recuerdos.
Por más que lo intentó, no pudo dejar de mirarlo. Tal vez con más atención de la necesaria. Su cabello estaba algo desordenado. Estaba recostado contra el respaldo de la silla, con los brazos cruzados, en una postura tan relajada como arrogante. La camisa que llevaba se amoldaba a su cuerpo como si la hubieran pintado sobre él, marcando cada línea de sus brazos. Para alguien que pasaba la vida encerrado en un laboratorio, se conservaba demasiado bien.
La desconcertó la repentina punzada de anhelo en el pecho. Una sensación que decidió ignorar de inmediato. Era ridículo que su cuerpo aún reaccionara a su presencia, incluso cuando estaba segura de que ya no sentía nada por él.
Sebastián le dedicó una sonrisa ladeada que no hizo más que irritarla. Odiaba esa expresión engreída, como si creyera que una sonrisa bastaba para hacerla caer bajo su encanto, igual que al resto del mundo.
«Presumido».
Rodó los ojos, lo cual solo provocó que él sonriera aún más.
Demonios, cuánto deseaba borrarle esa sonrisa de un golpe.
En serio, esperaba que no la hubieran llamado allí para despedirla. Sería realmente vergonzoso que Sebastian estuviera allí para presenciarlo.
Giró la cabeza hacia el director, obligándose a recuperar el control.
—Buenos días —saludó con tono amable y profesional.
—Gracias por venir, doctora Vitale —dijo el director con cortesía—. Tome asiento, por favor. ¿Desea algo de beber?
—No, muchas gracias. Estoy bien.
Eligió la silla más alejada de Sebastián. La sala ya se sentía demasiado pequeña con él dentro como para arriesgarse a estar más cerca.
—¿Cómo va su trabajo? —preguntó el director—. He oído muy buenos comentarios sobre sus avances con los pacientes.
—Hago lo mejor que puedo para ayudar a cada uno de ellos.
—Soy consciente. Su jefe solo ha dicho cosas buenas de usted.
Gemma miró a Renato y le dedicó una sonrisa. Le gustaba trabajar con él. No solo era accesible, sino que también se había asegurado de que se adaptara bien al equipo, algo que muy pocos jefes se tomaban el tiempo de hacer.
—Supongo que ya conoce al doctor Morelli, nuestro especialista en neurobiología —añadió el director, mirando a Sebastián.
—Así es —respondió ella, sin molestarse en mirarlo.
—Entonces iré al punto. —El hombre apoyó las manos sobre la mesa y entrelazó los dedos—. Como también debe de saber, el doctor Morelli forma parte de nuestro departamento de investigación. Ha participado en diversos proyectos centrados en la relación entre procesos biológicos y distintas patologías. Recientemente, ha iniciado una investigación sobre los mecanismos neurobiológicos asociados al trauma. Por su experiencia clínica con pacientes diagnosticados con estrés postraumático, y los grandes avances que ha tenido con muchos de nuestros pacientes, usted ha sido seleccionada para ser la segunda a cargo de este proyecto.
Gemma se mantuvo en silencio, digiriendo las palabras del director.
—Su experiencia será fundamental para validar las etapas de intervención desde el enfoque clínico —añadió el director—. Confiamos plenamente en que ambos harán un gran trabajo.
Sabía que era una gran oportunidad. Pero… ¿tenía que ser justo con Sebastian?
Podía negarse, pero si esta investigación podía ayudar a personas con sus problemas entonces no iba a rechazarlo, por mucho que no le agradara la idea de trabajar con Sebastian.
—Gracias por la confianza —respondió, modulando su voz con cuidado—. Estoy lista para comenzar cuando me lo indiquen.
—Sabía que aceptaría sin dudar —intervino Renato con una sonrisa—. La doctora Vitale es una de nuestras psicólogas más competentes.
—Será un honor trabajar contigo —añadió Sebastián.
Gemma giró la cabeza hacia él por primera vez desde que se había sentado y lo miró fijamente.
—No puedo esperar para comenzar —dijo, cuidando que su voz no sonara sarcástica—. Y, nuevamente, agradezco la oportunidad —añadió, volviendo la vista hacia el frente—. Ahora, si no hay nada más, me temo que debo retirarme. Mis pacientes me esperan —terminó con una sonrisa educada.
—Por supuesto —asintió el director—. Usted y el doctor Morelli pueden coordinar los detalles más tarde.
Ella asintió y se puso de pie al instante. No pensaba quedarse ni un segundo más del necesario.
Apenas cruzó la puerta, soltó una larga exhalación. El pasillo le pareció más estrecho que nunca mientras se dirigía hacia el ascensor. Aceleró el paso. Cuanto más lejos estuviera de Sebastián, mejor.
Su voz era baja, modulada, con esa maldita calidez que una vez la envolvió… o al menos antes lo había hecho.
Se detuvo frente al ascensor y se giró hacia él.
—Pero no me conoces, ¿verdad? —respondió con frialdad—. Ni un poco.
—¿Eso es lo que crees?
—¿Necesitas algo? —preguntó, ignorando sus palabras.
Sebastian sabía exactamente qué decir, y cuándo decirlo, para hacerte creer que eras especial. Tal vez por eso casi todo el mundo en el Instituto lo adoraba.
Si tan solo supieran que era una farsa…
Él la observó con esa intensidad suya, como si pudiera leer lo que ella no decía.
Gemma sostuvo su mirada, negándose a retroceder.
—Te enviaré el cronograma para coordinar agendas —dijo él, al fin.
—Perfecto. Aunque imagino que no siempre trabajaremos en el mismo espacio. Después de todo, no planeo evaluar pacientes en tu laboratorio.
—Y no lo harás —dio un paso hacia adelante—. Aun así… todavía pasaremos mucho tiempo juntos.
Ella asintió con un leve movimiento de cabeza.
—¿Algo más?
Él negó despacio. Luego levantó una mano y la llevó hasta el mechón suelto que se había escapado de su coleta. Se lo acomodó detrás de la oreja con lentitud.
Ella se quedó quieta, inmóvil durante un momento, atrapada en alguna especie de hechizo. Entonces, el ascensor sonó, devolviéndola a la realidad, y dio un paso lejos de él.
—Nos vemos después —murmuró al entrar.
—Gemma… —la llamó justo antes de que las puertas se cerraran—. En serio, me alegra trabajar contigo.
Ella lo miró una última vez.
No le creía. No podía creer nada que viniera de él.
—A mí no —susurró.
La música llenaba el salón mientras Gemma se dejaba guiar por Sebastian a través de la pista de baile. Una melodía suave llenaba el aire, y a su alrededor, otras parejas disfrutaban del momento, sumergidas en su propio mundo.—Gracias por esto —susurró.Sebastian había organizado una fiesta para celebrar sus cumpleaños, y parecía haber pensado en cada detalle. Sus flores favoritas adornaban el salón, dispuestas con delicadeza en arreglos que llenaban el aire de un aroma sutil y embriagador. En el centro, un imponente candelabro colgaba del techo, sus luces reflejándose en cada superficie y bañando la sala con un brillo cálido. Toda su familia y amigos estaban reunidos allí.—Fue un placer, aunque no fue tan fácil mantenerlo en secreto hasta el final. Eres demasiado persuasiva cuando quieres saber algo —dijo Sebastian, con una sonrisa.Gemma rio, divertida, mientras recordaba sus intentos por hacerle confesar lo que guardaba en silencio.—No puedes actuar raro y esperar que no trate de
—Sebastian —dijo Ginevra, recuperando su sonrisa, aunque tardó un segundo más en que el pánico desapareciera de su rostro—. ¿Qué haces aquí?La observó en silencio. Después de unos segundos, soltó una risa seca, sin una pizca de humor, y negó con la cabeza.—Eres muy buena fingiendo —dijo con un gesto frío, apenas podía contener la furia que le hervía la sangre. De haber sido un hombre, probablemente ya lo habría arrastrado afuera para destrozarlo a golpes.—¿Qué? ¿De qué hablas?—Es suficiente, Ginevra —advirtió, esperando que terminara con la farsa—. Sé que estuviste involucrada en lo que le sucedió a Gemma.—Si Corrado te dijo algo, tienes que entender que miente. Hace unas semanas me amenazó para que lo ayudara a quedarse a solas con ella. No sé qué tramaba exactamente, pero no parecía nada bueno —hablaba rápido, atropellando las palabras—. Cuando supe lo que ocurrió, entendí que él tenía que estar detrás. Seguramente por eso la drogó.Sebastian entrecerró los ojos.—¿Cómo sabes q
Sebastian tuvo que esforzarse para mantener la expresión neutra al ver a Ginevra entrar en su oficina. En realidad, lo que deseaba era cerrar las manos en torno a su cuello y arrancarle la verdad a la fuerza. Ni siquiera la educación inculcada por sus padres bastaba para acallar ese impulso de hacerle daño.—Sebastian —saludó ella con una sonrisa tímida.Él apenas asintió, seco.—Te traje esto —continuó Ginevra, tendiéndole un vaso—. Es tu café, justo como te gusta. Escuché que algo le pasó a Gemma y quería ver cómo te sentías. Sé cuánto te preocupas por ella. En serio, espero que esté bien.El tono era tan convincente que, si todavía estuviera cegado creyendo que conocía a la verdadera Ginevra, habría caído en su engaño.Al ver que no pensaba tomar el vaso, ella lo dejó sobre su escritorio.—Lo está. No fue nada grave. Ahora, si me permites… —respondió, buscando una forma de deshacerse de su presencia. Cada segundo frente a ella era un reto a su autocontrol.—Sé que estás molesto con
Gemma sonrió mientras se acurrucaba junto a Sebastian en el sillón. Por primera vez desde que habían regresado del hospital, estaban solos. Al fin su familia había dejado de rondar a su alrededor con esa preocupación constante que la hacía sentir como si fuera de cristal. Sabía que era porque se preocupaban por ella, pero a veces podían ser un poco —demasiado— intensos. Aunque resultaba un tanto divertido, no iba a negar que se sentía bien tener un respiro antes de que volvieran a la carga porque estaba segura de que continuaría así al menos por unos días. —¿Vas a contarme lo que averiguaron mi padre y tú? —preguntó, rompiendo el silencio.—Debí imaginar que lo notarías —respondió Sebastian. —No son tan discretos como creen —replicó ella, alzando la mirada. Se perdieron durante algunas horas y cuando regresaron estaban algo pensativos. —¿Nos estabas analizando?—¿Por qué todo el mundo cree que los psicólogos nos la pasamos analizando a las personas?—¿Así que no es lo que hiciste?
Corrado palideció en cuanto la puerta se abrió. Apenas intentó cerrarla, Sebastian ya había interpuesto el brazo.—No tan rápido —gruñó, empujando la puerta con una fuerza que obligó al hombre a retroceder.Corrado levantó ambas manos en el aire, igual que aquella noche en su consultorio, cuando Sebastian lo había encontrado con Gemma inconsciente en el sofá. De solo pensar otra vez en aquello, se le erizó la piel y sintió ganas de lanzarse sobre el imbécil frente a él.—Les juro que no hice nada. ¿Cómo está ella? —balbuceó, la voz temblorosa.Sebastian avanzó despacio hacia el interior, obligándolo a ceder terreno con cada paso. Detrás de él, su padre, Giovanni, Luka y Angelo entraron también, llenando el lugar con su presencia imponente.Corrado se puso aún más pálido al darse cuenta de que estaba acorralado. Hacía bien en temer.—Eso no es asunto tuyo —dijo Sebastian con dureza—. Corrado, estoy seguro de que todavía no has tenido el “placer” de conocer al padre de Gemma en persona.
Gemma giró la cabeza hacia la pantalla. Al principio solo vio una imagen en blanco y negro algo confusa, sombras y manchas que parecían no tener forma. Pero poco a poco empezó a distinguir algo, y cuando el médico señaló una pequeña figura en medio del espacio oscuro, supo de inmediato lo que estaba viendo.—Este es vuestro bebé —anunció el doctor, confirmado lo que ella ya había deducido.El corazón de Gemma dio un vuelco.—Es tan pequeño… —susurró Sebastian, con la voz rota por la emoción.Ella lo miró y se encontró con sus ojos llenos de lágrimas. El gesto le estrujó el alma.—¿Eso es normal? —preguntó Sebastian, sin apartar la vista de la pantalla—. Siento que debería verse más grande.—No se preocupe —respondió el médico con serenidad—. Su bebé tiene el tamaño perfecto para esta etapa.Sebastian asintió, aunque no parecía convencido del todo. Pasó una mano por su nuca y soltó una risa baja, más nerviosa que divertida.—Sé sobre muchas cosas, pero, viendo a nuestro bebé, me siento
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