Gemma soltó un gemido, suave y contenido. Sebastian levantó la mirada sin dejar de masajearle las piernas.
—Eso se siente muy bien —susurró ella, con la voz impregnada de placer.
Él no se detuvo; al contrario, continuó con lentitud calculada, complacido de cada estremecimiento que arrancaba de su cuerpo.
Habían pasado la tarde paseando por la playa, caminando descalzos sobre la arena húmeda hasta que el sol empezó a descender. Más tarde, compartieron un baño entre risas, besos robados y caricias que prometían más.
En ese momento, Gemma estaba recostada en una de las perezosas de la terraza, con la cabeza apoyada en el respaldo y los ojos entrecerrados. Sebastian se había acomodado a los pies de su esposa, sentado con las piernas colgando a ambos lados del mueble. Desde allí tenía acceso perfecto para masajearla y, por qué negarlo, también apreciarla muy bien. ,
Sus manos firmes recorrieron las pantorrillas de Gemma y sonrió al sentirla estremecerse bajo su tacto. La posición lo obl