Início / Romance / La colisión perfecta / Capítulo 3: Encantador
Capítulo 3: Encantador

Gemma escribió algunas notas en su libreta mientras su paciente le relataba los eventos de la última semana. Esa semana, por primera vez, había salido sola de casa. Un paso pequeño en apariencia, pero monumental para alguien que, seis meses atrás, apenas podía dormir por el miedo constante. Cuando había llegado por primera vez al consultorio, era una mujer temerosa, sobresaltada incluso por los sonidos más leves. Era comprensible, después de haber pasado meses siendo acosada por su expareja, al punto de sentirse constantemente vigilada.

—Por primera vez en todo el año, no estuve mirando por encima del hombro esperando que alguien me atacara —dijo la joven con un tono sereno—. Y por la noche, cuando me acosté, sonreí. Pensé en lo que había logrado. Sé que no es gran cosa, pero…

Gemma levantó la mirada de sus notas y le dedicó una sonrisa genuina, profesional y cálida a la vez.

—Claro que lo es. Es un avance significativo, y has trabajado muy duro para llegar hasta aquí. No minimices tus logros.

La joven le devolvió la sonrisa, esta vez con algo más de confianza.

—Estuve hablando con el Dr. Greco —añadió— y me comentó que decidió suspender algunos de los medicamentos.

—Sí, me informó sobre eso —asintió Gemma—. Es un paso importante y una buena señal de tu evolución. Me alegra mucho escucharlo.

Hizo una breve pausa, evaluando el momento adecuado para lo que debía decir a continuación.

—Y, considerando cómo estás progresando, creo que podemos empezar a espaciar un poco nuestras sesiones. Me parece adecuado que nos veamos dos veces al mes, al menos por ahora. ¿Cómo te sentirías con eso?

La joven asintió, visiblemente animada.

—Perfecto. Entonces, por hoy hemos terminado. Puedes coordinar tu próxima cita con mi asistente antes de salir.

—Está bien. Muchas gracias, doctora. Hasta la próxima sesión.

—Nos vemos en dos semanas —respondió.

La joven se puso de pie y se dirigió hacia la puerta. Gemma la siguió con la mirada, y una sonrisa suave se dibujó en su rostro. Ya no quedaba mucho de aquella mujer tímida, con los hombros encorvados y la mirada ausente, que había cruzado por primera vez la puerta de su consultorio.

Esa era, sin duda, la parte que más le gustaba de su trabajo. Presenciar el proceso de transformación. Saber que, de algún modo, sus intervenciones contribuían al bienestar de alguien. Aunque aceptaba que no podía salvar a todo el mundo —solo se generaría daño si ese fuera su pensamiento.

Lo primero que aprendió en su carrera fue que, a veces, a pesar de todos los recursos, los esfuerzos y la dedicación, se pierde. Aún recordaba al primer paciente que no pudo ayudar. Su nombre, su historia, y lo que no pudo hacer por él.

Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos, y pronto un rostro demasiado familiar asomó por el marco. Había logrado evitarlo durante los últimos dos días, pero sabía que no podría hacerlo indefinidamente. Después de todo, tendrían que trabajar juntos durante los próximos meses. Resultaba poco práctico comunicarse únicamente por correos electrónicos y mensajes, aunque —para ser sincera— había considerado seriamente cuán viable sería esa alternativa.

—No era necesario que vinieras hasta aquí. Justo me dirigía a tu departamento —dijo Gemma, incorporándose para ir hacia su escritorio y comenzar a guardar sus cosas.

Había reorganizado toda su agenda para poder enfocarse en el proyecto con Sebastián, así que no tenía más sesiones por ese día.

Él entró en su oficina como si fuera el dueño del lugar. Y, siendo sincera, quizás lo era de alguna forma. Si un día se proclamaba propietario de todo el instituto, dudaba que alguien se atreviera a contradecirlo. Sebastián no solo tenía ese don irritante de conseguir siempre lo que quería, sino que además era uno de los investigadores jóvenes más valiosos del centro. Sus publicaciones habían traído prestigio, fondos y reconocimiento internacional. Podía decir o hacer lo que quisiera y todos lo aplaudirían por ello.

—Por supuesto, ponte cómodo —comentó con tono seco, casi sarcástico—. ¿Te gustaría algo de beber también?

—¿Tienes agua?

—Claro —respondió, haciendo un leve gesto con el mentón hacia la mesita junto a la pared, donde descansaba una jarra y un par de vasos—. Puedes servirte tú mismo. Espero que no sea demasiado trabajo.

Sebastián soltó una carcajada, como si sus comentarios sarcásticos le resultaran de lo más divertido.

—Puedo confiar en que no está envenenado.

—Para nada —dijo con seriedad, sosteniendo su mirada.

—Supongo que no estoy tan sediento como creía.  

Gemma no respondió. Bajó la mirada y siguió organizando sus documentos en silencio, estirando deliberadamente cada movimiento. Pero cuando ya no hubo nada más que acomodar, respiró hondo, cuadró los hombros y lo miró con serenidad medida.

—¿Terminaste? —preguntó él, incorporándose.

—Sí.

—Entonces, vamos. Quiero mostrarte el laboratorio y presentarte al resto del equipo.

Gemma rodeó el escritorio y se dirigió hacia la puerta. Sebastián llegó a su lado antes de que pudiera abrirla y, con toda la naturalidad del mundo, la abrió por ella. Luego colocó una mano en su espalda para guiarla fuera de la oficina. Un leve estremecimiento le recorrió la columna, pero actuó como si no lo hubiera notado.

—Si quieres conservar tus manos, deberías tener más cuidado con dónde las pones —dijo sin volverse y, solo cuando él retiró las manos, empezó a caminar.

Pasaron junto al escritorio de su asistente y Gemma le indicó que estaría en el departamento de investigación, y que, si surgía algo, la llamara. La mujer asintió, aunque tenía la mirada fija en Sebastián, como si se tratara de una aparición irreal. Gemma no habría estado sorprendida si su asistente —y mejor amiga— se hubiera desmayado en ese mismo instante. Su, siempre profesional amiga, parecía haberse olvidado de respirar.

—¿Angelina?

Ella parpadeó y se giró hacia Gemma con una sonrisa.

—Llámame si algo sucede —repitió solo por si ella no la había escuchado antes.

—Como ordene, jefa.

Gemma negó con la cabeza y siguió caminando. Podía sentir a Sebastián a su lado; su presencia era imposible de pasar desapercibida.

—Preferiría que no volvieras a venir a mi consultorio —dijo, sin molestarse en ocultar su irritación—. No te quiero aquí distrayendo a mi asistente. Al parecer, las mujeres pierden toda noción de cordura cuando estás cerca.

—Eso no parece aplicarse a ti —replicó él.

Gemma pudo escuchar la sonrisa en su voz.

—Porque soy inmune a tus encantos.

—¿Entonces admites que soy encantador?

—¿Por qué no me sorprende que eso sea lo único que escuchaste?

Gemma no dijo nada más, y Sebastián tampoco insistió. El silencio entre ellos se mantuvo hasta que entraron al ascensor. Entonces, de pronto, Sebastián rompió la quietud:

—¿Qué compromiso tenías? —preguntó sin mirarla—. Hace un par de días, quiero decir.

—No veo cómo eso es de tu incumbencia.

—Solo intento entablar conversación. ¿Entonces? —insistió él

—Cené con mis padres.

—Ah. Por eso pasaste la noche fuera —dijo, con una pausa ambigua—. Quiero decir… supongo que te quedaste a dormir con ellos.

Gemma lo miró de reojo, con el ceño levemente fruncido, intentando descifrar qué demonios estaba parloteando.

Él solo sonrió de lado, sin más.

—Envíales mis saludos la próxima vez que los veas.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App