Gemma observó a su esposo desde la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza apoyada en el marco de madera. Él estaba demasiado absorto observando a su hijo que no se había dado cuenta que ella ya llevaba un rato allí.
—Él está bien —susurró, haciendo notar su presencia.
—Lo sé… pero pasarán unos días antes de que se me pase el susto.
Gemma sonrió. El pequeño Giovanni había contraído gripe y, entre la irritabilidad y la fiebre, los últimos días habían sido agotadores. Mientras estaba en casa, Sebastian no se había separado de él: lo mecía en brazos cada vez que lloraba y le hablaba en voz baja para tranquilizarlo. Y cuando debía ir al trabajo, la preocupación lo consumía, temeroso de que algo sucediera en su ausencia y no poder actuar de inmediato.
—Vamos a descansar. Lo necesitas, apenas has dormido en las últimas dos noches.
Sebastian inclinó la cabeza y depositó un beso en la frente de Giovanni antes de acercarse a ella. La tomó por la cintura y se inclinó para besa