Gemma miró el horizonte con una sonrisa serena. El sol descendía lentamente, bañando el lugar con destellos anaranjados que poco a poco se iban apagando. Había sido un día particularmente único: cálido y radiante.
—Es un atardecer hermoso, ¿no lo crees? —le preguntó a su bebé, acariciando su vientre. A sus cinco meses ya se le notaba un poco, aunque el vestido de novia hacía parecer más pequeño de lo que realmente era—. Tu papá eligió el día perfecto para casarnos. —Sonrió con complicidad—. No hay nada que él haga mal ¿verdad?… pero no se lo vamos a decir, porque no dejaría de presumirlo nunca y ya es demasiado engreído.
—¿Qué hacen ustedes aquí? —murmuró Sebastian, rodeándola con los brazos y dejando descansar las manos sobre su vientre. Luego apoyó la nariz en su hombro, respirando el aroma de su piel—. Parpadeé solo un instante y cuando me di cuenta ya no estabas a mi lado —se quejó él como un niño pequeño.
Gemma rio.
—Nuestro hijo y yo estábamos disfrutando de la puesta de sol —re