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Capítulo 2: Adiós sentido común

Las puertas del ascensor se cerraron con un suave zumbido, dejando un silencio espeso en el pasillo. Sebastián permaneció allí un instante más, inmóvil, con la mirada fija en las puertas metálicas, como si esperara que se volvieran a abrir.

No sabía exactamente qué había estado esperando. ¿Una sonrisa? ¿Una palabra amable? ¿Algún gesto que le diera a entender que Gemma no lo detestaba por completo?

Bufó por lo bajo y se pasó una mano por la nuca.

Estupendo comienzo. Aquello no había ido para nada como esperaba… ¿A quién intentaba engañar? Sabía que aquello resultaría precisamente así. Al menos, ella no había fingido que él no existía en esta ocasión. Era la primera vez en mucho tiempo que Gemma le dirigía la palabra, ese ya debái de ser un avance.

Con algo de suerte, habría otra oportunidad para mejorar las cosas. Tal vez, si lograban hablar con calma, podrían empezar a llevarse… al menos, de forma civilizada.

Se giró sobre los talones y caminó hacia la otra ala del edificio, donde se encontraba su laboratorio, aún afectado por el encuentro. Usualmente, lo evitaba o fingía no verlo. Había lidiado con todo tipo de personas a lo largo de su vida, pero Gemma era la única con la capacidad de descolocarlo por completo.

Soltó una larga exhalación.

Era un hombre de ciencia. Razonable. Metódico. Le gustaban los datos, no las conjeturas emocionales. Debería ser capaz de seguir adelante, de dejar a Gemma atrás. Pero bastaba una sola mirada para quedar atrapado de nuevo. Incluso cuando ella lo miraba como si quisiera borrarlo del mapa.

Y lo peor de todo: sin que él entendiera por qué.

—¡Maldición!

Todo había comenzado hacía algunos años, poco después de que por fin se atreviera a dar un paso. A intentar algo con ella, en lugar de limitarse a observarla desde la distancia. Aquella noche, mientras la besaba, todo se había sentido casi mágico… hasta que los interrumpieron. La había dejado a solas por unos minutos y, al volver, ella ya se había marchado. Después, cuando intentó contactarla, Gemma dejó en claro que no quería volver a saber de él.

Aún se preguntaba qué había salido mal. Si acaso se había excedido, si la había presionado demasiado… o si simplemente ella se arrepintió de haberse dejado llevar.

Pero cada vez que recordaba aquel beso… le resultaba imposible creer que ella no hubiera sentido el mismo deseo y anhelo que él. No cuando lo había sentido tan claramente en la forma en que le respondía, en la tensión de su cuerpo, en la forma en que se aferró a él como si el mundo a su alrededor no existiera.

Entonces… ¿cuándo se torció todo?

Debería haber exigido respuestas, en lugar de darle tiempo, hasta que fue demasiado tarde. Era hora de descubrir si aún había alguna oportunidad con ella o si, finalmente, debía dejarla atrás. Aunque eso último no era tan fácil de hacer como sonaba. Y sí que lo había intentado.

Cuando entró a su laboratorio, lo recibió el olor familiar a desinfectante.

Su compañera de trabajo levantó la mirada de los papeles y le dedicó una sonrisa.

—¿Cómo fue la reunión? —preguntó.

—Bastante bien —mintió.

Ginevra no necesitaba saber que Gemma lo odiaba.

Ella se puso de pie y se acercó con una taza en la mano.

—Te conseguí café hace poco, así que aún está caliente.

—Gracias, eres muy amable.

Ginevra le sonrió de nuevo y se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja. Era rubia, alta y hermosa. Lo había visto más de una vez: hombres girándose a mirarla en los pasillos. Pero no era solo su apariencia. Era amable, brillante, eficiente. Y, aun así, Sebastián nunca había sentido con ella ni una fracción de lo que sentía cuando estaba cerca de Gemma.

—Será mejor que empiece a trabajar. Tengo muchos pendientes.

Sebastián se dirigió a su área y se sentó frente a la computadora. Le dio un sorbo a su café —agradecido por la amargura— y comenzó a revisar los documentos del proyecto. Tenía listo el borrador del cronograma con las fechas de entrega establecidas. Lo envió al correo institucional de Gemma y, acto seguido, le escribió un mensaje de texto. Era la primera vez que usaba su número personal desde que lo había conseguido… de formas bastante cuestionables.

Sebastián: “Revisa tu correo. Acabo de enviarte la propuesta del cronograma.”

Esperó unos minutos una respuesta, pero no llegó. El mensaje figuraba como leído. Aun así, nada.

Sebastián: “Te espero en mi oficina al final del día para que podamos hacer cualquier ajuste y discutir otros asuntos.”

Después de enviarlo, dejó el celular a un lado y se sumergió en el trabajo. Un par de horas más tarde, recibió un correo:

Revisé el cronograma. Te envío algunos de los cambios que me gustaría hacer. Si no todos son viables, intentaré mover mis citas, aunque no puedo prometer nada.

Hoy no podré reunirme contigo, ya tengo otro compromiso.

Sebastian no pudo evitar preguntarse qué tipo de compromiso tenía. ¿Una cita? ¿Con quién? Apretó la mandíbula y sus manos se cerraron en puños.  

—¿Vas a quedarte hasta tarde? —preguntó Ginevra más tarde, asomando la cabeza por la puerta.

—No —respondió con calma, sin apartar la vista del monitor—. Hoy no.

—¿Quieres ir a tomar algo?

—Está bien.

***

El bar al que fueron era discreto, con luces tenues y música suave, a unas cuadras del instituto.

Sebastian pidió un whisky. Necesitaba algo fuerte.

—¿Quieres hablar de eso? —preguntó ella, removiendo su gin tonic con un gesto pausado.

Él la miró, ladeando apenas la cabeza.

—¿Hablar de qué?

—No lo sé... —respondió con una sonrisa—. Tienes esa cara. Como si hubieras leído un estudio que contradice tu teoría favorita.

Sebastián esbozó una sonrisa fugaz y bajó la mirada hacia su vaso.

—Solo estoy cansado —dijo.

—¿Cansado o frustrado?

No respondió.

—Deberías estar dando saltos —continuó ella—. Lograste que aprobaran tu proyecto y pronto comenzarás la ejecución. Eso es algo por lo que celebrar. —Levantó su copa—. Vamos, brindemos por tu logro.

Él alzó su vaso, brindó y bebió un sorbo largo. Le ardió la garganta, pero al menos el silencio volvió a su cabeza. Porque lo único en lo que podía pensar era dónde estaba Gemma y con quién.

Una hora más tarde, y con algunas copas de más en el cuerpo, Sebastián despidió a Ginevra con un taxi y luego contrató un servicio de conductores. Pero en lugar de darle la dirección de su departamento, le dio la de Gemma. No tenía un plan claro. Solo quería comprobar si ella estaba allí. Nada más.

Cuando el auto se detuvo frente al edificio, bajó del auto, le pagó al conductor y murmuró un gracias. Sabía que no debía estar allí. Era una mala idea, lo bastante impulsiva como para avergonzarse al día siguiente. Había actuado con cautela durante años, observando desde lejos, solo tenía que hacerlo por un poco más hasta que pudieran hablar. Pero el alcohol había anulado lo poco que quedaba de su sentido común.

Se detuvo frente a la puerta del edificio. ¿Y si ella no estaba? ¿Y si lo estaba… con alguien más?

¿Qué carajo estaba haciendo?

—Joder —maldijo al tropezar, pero continuó caminando.

Se acercó al guardia de seguridad.

—Estoy aquí para ver a Gemma Vitale —dijo y milagrosamente no arrastró las palabras. 

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