Thalia fue vendida por su padre a Praxis Stratos para saldar la deuda de su hermano. Ella se entregó al griego no solo por obligación, sino porque en el fondo le gustaba, pero después de una noche de pasión él la echó a la calle y ella se marchó para no volver jamás. Praxis tenía un plan de venganza muy bien trazado, pero en cuanto conoció a Thalia se le derrumbó todo. Por eso tuvo que rechazarla. Sin embargo, cuando la encontró cinco años después con dos niños de la misma edad, el mundo se le puso de cabeza. Praxis no tuvo dudas, esos niños eran sus hijos y por tenerlos a su lado era capaz de lo que fuera. Incluso de convertir a su peor enemiga en su esposa.
Leer másCapítulo 1. El Precio de la libertad
Thalía no dejaba de observar la ciudad de Londres por la ventanilla del auto a medida que el mismo avanzaba. No quería hacerlo, pero no tenía otra opción. Su hermano estaba en problemas y como era habitual, su padre la había obligado a limpiar el desastre. Sin embargo, Christian West había llegado demasiado lejos.—Tienes que convencer a Praxis de que retire los cargos contra tu hermano —le había exigido su padre—, a como de lugar.Su destino estaba cada vez más cerca.El reloj seguía avanzando. El servicio de seguridad de Stratos había inspeccionado su coche y su persona, y enviado una foto suya a la planta ejecutiva donde, según le habían informado, la esperaban. Tenía diez minutos antes de ser considerada un riesgo para la seguridad.Había creído que jamás volvería a encontrarse con Praxis Stratos.Se alisó la falda lápiz y evitó asomarse al espejo del coche para comprobar su maquillaje por enésima vez. No tenía sentido. Iba a enfrentarse a él, y lo cierto era que se halagaba al pensar que la reconocería siquiera.El cosquilleo del vientre le indicó que no era simplemente halago, pero Thalia lo ignoró y avanzó hacia los ascensores.Habían pasado años. En ese lujoso edificio de oficinas iba a presentarse como el orgullo de sus padres, no en una de las fiestas de su familia. Las fiestas eran el único motivo por el que se había relacionado con la clase de persona a las que su padre y hermano tanto admiraban, como Praxis Stratos, temido e idolatrado por todos sin excepción.—No entiendo por qué crees que un hombre como Praxis Stratos me escuchará —le había protestado a su padre. «Si mi propio padre no me escucha, ¿por qué iba a hacerlo él?»—. Es más probable que te escuche a ti.—Debes apelar a él como… un hombre de familia.La cabeza de Thalia estaba repleta de imágenes demasiado brillantes y ardientes de Praxis Stratos, imágenes que intentaba ocultar incluso de ella misma. Sobre todo de ella misma. Porque él era… excesivo. Demasiado peligroso, autoritario, arrogantemente hermoso.Aunque no le hacía justicia a esa boca y ojos, crueles como el más oscuro infierno. Y cómo hacía arder a los incautos…Thalia se había sonrojado, aunque por suerte su padre no prestaba atención a cosas como la actitud o el estado emocional de su única hija. Era la primera vez que le pedía algo más que una bonita sonrisa, habitualmente dirigida hacia algún lascivo socio en alguna fiesta.—Praxis no tiene familia, papá.—Entonces deberás apelar a él como hombre, Thalia —aseguró explícitamente su padre.Incluso le había comprado un conjunto de ropa bastante sugerente para acudir a la cita. Prostituida por su propio padre, así se sentía.—No lo haré —se había opuesto de inmediato—. Esta vez no, papá.—¿Y si te digo que este favor será tu ticket hacia la libertad?Y así la había manipulado para aceptar cometer semejante bajeza. Esperaba no llegar a las últimas consecuencias, pero si tenía que hacerlo, entonces vender su cuerpo y su dignidad de mujer sería el precio de su libertad.El ascensor subió tan deprisa que su estómago quedó atrás. En una esquina vio una cámara de seguridad con su parpadeante luz roja que le recordaba que debía mantener la compostura.La ansiedad, los nervios y un poco de asco también, se acumulaba en sus vísceras, consiguiendo que las piernas le temblasen.Praxis por su parte no esperaba el evento que estaba por suceder en su vidaNo contaba para nada con que aquella rubia, vestida con un traje en extremo corto y con unas piernas que incitabab a la locura, se ofreciera a él en bandeja de plata, así, tan descarada y desesperadamente.—Thalia West —él pronunció las palabras como si las saboreara, y ella lo sintió por todo el cuerpo—. Tu osadía es realmente sorprendente. ¿Has venido al fin a terminar lo que empezaste hace tres años?—¿Qué tan dispuesta estás a solucionar el asunto que te ha puesto a mis pies, pequeña West?—He venido por mi familia —contestó ella con frialdad.Sonaba profesional, salvo por el calor en sus mejillas y los brillantes y dorados ojos.Era una mentirosa, pensó Praxis. No debería haberle sorprendido.No debería sentir algo demasiado parecido a la decepción.—Te consideran su arma más apropiada, ¿no? —preguntó él con suavidad—. Creo que tu familia no está captando la situación—No he venido para excusar el comportamiento de mi hermano.—Eso espero. Me robó. Peor aún, pensó que podría salir impune —él sonrió—. No soporto la arrogancia.Había saboreado el pulso en su cuello. Quizás por eso era incapaz de apartar la mirada de él. Sobre todo al verlo latir con fuerza, salvaje.También la culpó por ello.—No espero que lo perdones. Ni siquiera que seas amable con él.¿Por qué ibas a serlo?—Exactamente.—Lo que espero es que tú y yo lleguemos a un acuerdo. Si hay algún modo de convencerte para que no presentes cargos, me encantaría saberlo.Praxis soltó una carcajada.—¿Qué demonios te hace pensar que yo haría tal cosa? —preguntó él curioso por la respuesta—. El orgullo desmesurado. El descaro indisimulado. Debes tener un alto concepto de ti misma si piensas que podrás convencerme de… lo que sea.Ella extendió las manos en un gesto de rendición… que no debería hacerle sentir ansioso por saborearla.—No voy a fingir conocer cada detalle de la contabilidad —ella le sostuvo la mirada fija—. Pero sé lo que es robar y estoy dispuesta a devolvértelo, con intereses. Hoy.—De nuevo no lo has entendido —Praxis sonrió percibiendo el fugaz respingo de Thalia—. No quiero el dinero de tu familia. Quiero su ruina.O la vergüenza de su padre, pero eso llegaría.Las brillantes mejillas de Thalia palidecieron.—Tengo entendido que el monto es de un millón de euros. Mi padre tiene intención de devolvértelo de su propio dinero. Y no debería suponer ninguna ruina.Praxis había dedicado tiempo a imaginarse ese momento, y lo disfrutó.—Me malinterpretas —continuó él—. No hablo de dinero. Hablo de destrozar a tu familia, Thalia. Sobre todo a tu arrogante padre. Y los dos sabemos muy bien que tu familia quedaría mancillada para siempre si arrastrara a tu hermano ante el juez. Claro que a nadie le sorprendería, pero se sentirían escandalizados porque le hubieran pillado. Y creo que el resto de tu familia sería… menos bien recibida en los círculos en los que os movéis.Por primera vez Thalia parecía angustiada, pero a Praxis no le resultó tan satisfactorio como había pensado.—Debe haber algún modo de convencerte de que no hace falta llegar a eso.—¿Qué tienes tú que yo pueda desear?Algo en su interior se inflamó, amargo y casi furioso, mientrasThalia tragaba nerviosamente y echaba a andar hacia él con gesto decidido.No habría resultado más obvia de haber colgado un cartel con sus tarifas en una esquina.Confirmaba lo que ya sospechaba. Que tres años atrás la habían enviado a ese cenador para comprobar hasta dónde podía llegar.Para provocarlo.Llevaba la huella de Christian West y, maldito fuera ese hombre y su imperdonable arrogancia, había tenido éxito.—¿Exactamente qué me estás ofreciendo? —preguntó él en tono tranquilo a pesar de su ira.Ella estaba lo bastante cerca como para poder interpretar su expresión. O intentarlo. Praxis habría jurado que veía sufrimiento. O aprensión.«O», le recordó una cínica vocecilla, «es muy buena en lo que hace».Porque durante un instante estuvo seguro de haber detectado un ligero temblor en sus labios, antes de que los apretara y él supiera que se lo había imaginado.—Nombra una cifra —lo alentó ella.—Me interesa más saber qué crees que quiero —él la contempló como a cualquier conquista, personal o de negocios, evaluando beneficios y pérdidas, buscando debilidades que explotar en su beneficio—. ¿Qué crees que puedes ofrecerme que yo no tenga ya?—A mí…Capítulo veintiséis. El golpe y la trampaLa mañana amaneció clara, pero en Atenas el aire olía a pólvora política. Los noticieros abrían con titulares que hablaban de corrupción, empresas fantasmas y acusaciones que sacudían a la élite económica.En el despacho de su villa, Andreas Konstantinos revisaba los últimos detalles con su equipo. Frente a él, un monitor mostraba el esquema de una red empresarial compleja: sociedades registradas en Chipre, cuentas en Luxemburgo y transferencias sospechosas hacia compañías de fachada en Europa del Este.—Hoy no habrá marcha atrás —dijo Andreas, ajustándose la chaqueta—. Si Leonidas quiere jugar con fuego, que sepa que yo no tengo miedo de quemarlo todo.Su abogado principal asintió.—La rueda de prensa está lista. La fiscalía recibirá la documentación de manera simultánea. El impacto será inmediato.Ariadna, sentada a un lado, lo observaba en silencio. Tenía el cabello recogido en un moño bajo y vestía un conjunto elegante pero sobrio, un rega
Capítulo veinticinco. Entre la calma y la tormentaLa villa sobre el acantilado estaba en silencio. Solo el rumor del mar contra las rocas rompía la calma, como un recordatorio de que incluso en el sosiego, la naturaleza nunca duerme.Ariadna López observaba el horizonte desde la terraza, envuelta en una bata de seda ligera que Andreas había ordenado traer para ella. El viento jugaba con su cabello y, por primera vez en semanas, sentía el aire libre rozando su piel sin rejas ni barrotes que la separaran del mundo.Unas lágrimas silenciosas resbalaron por sus mejillas. No eran de dolor, sino de desahogo. Había sobrevivido.Detrás de ella, Andreas se apoyó en el marco de la puerta. Llevaba la chaqueta del traje en la mano y la corbata deshecha. La tensión de la batalla legal aún pesaba sobre sus hombros, pero al verla ahí, con la luna bañando su rostro, sintió que todo lo demás quedaba en segundo plano.—¿Qué piensas? —preguntó él, con voz baja.Ariadna se giró lentamente.—Que no sé si
Capítulo veinticuatro. Rescate bajo juramento.El alba no había terminado de romper cuando la ciudad ardió con una noticia que nadie esperaba: El imperio Konstantinos había presentado ante el tribunal pruebas irrefutables de la falsificación de documentos que habían incriminado a Ariadna López. No fue solo un recurso legal: fue una exhibición pública. Andreas había decidido jugar todas sus cartas de una vez, y su golpe final incluía no solo papeles, sino rostros, nombres y la verdad mostrada como una herida abierta.En la fría sala de espera del juzgado, la tensión era un animal vivo. Andreas no pestañeó desde que entró; su traje oscuro parecía absorber la luz y devolver determinación. A su lado, el equipo legal trabajaba sincronizado: peritos en falsificación, contadores forenses, testimonios que desmontaban transferencia por transferencia. En la primera fila, bajo la mirada implacable de la prensa, la defensa había pedido una audiencia de emergencia por riesgo de vida y por la evide
Capítulo veintitrés. El contraataque.La sala de prensa de Atenas estaba abarrotada. Las luces de las cámaras brillaban con tanta intensidad que parecían soles diminutos apuntando al escenario. Los murmullos eran constantes, como un zumbido nervioso que flotaba en el aire. Era el evento del año: Andreas Konstantinos, el enigmático magnate griego que se había mantenido en silencio mientras los escándalos lo rodeaban, por fin iba a hablar.La tensión era tan densa que podía cortarse con un cuchillo.Cuando Andreas apareció, un murmullo colectivo recorrió la sala. Alto, imponente, vestido con un traje negro impecable y una corbata del mismo tono, proyectaba autoridad en cada paso. Sus ojos, de un gris tormentoso, no temblaban ni un instante; se notaba que estaba preparado para la batalla.Se colocó frente al podio y, durante unos segundos, no dijo nada. Solo los observó. El silencio se volvió absoluto. El Griego implacable estaba a punto de pronunciarse.—Hoy —su voz retumbó grave, con u
Capítulo veintidós. Ataques en la oscuridadEl amanecer en Atenas no trajo consuelo. En la villa Konstantinos, Andreas revisaba una y otra vez los documentos obtenidos en el club privado. Los nombres, las transferencias, las fechas… todo formaba un patrón: Leonidas había usado empresas fantasma para mover dinero proveniente de contrabando en el puerto.El problema era simple y devastador: si Andreas exponía esto demasiado rápido, también podría dañar a la corporación Konstantinos, y con ella, su propio legado.Su abogado lo observaba en silencio, hasta que se atrevió a hablar.—Señor Konstantinos, estas pruebas son poderosas, pero peligrosas. Si las usamos mal, podrían arrastrarlo a usted.Andreas cerró el maletín con violencia.—Prefiero arriesgarlo todo antes que dejar que Ariadna pase un día más entre esas paredes.Su voz estaba cargada de determinación, pero también de un dolor que lo consumía.— — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — — —
Capítulo veintiuno. Un mensaje del enemigo.La segunda noche en prisión fue más dura que la primera. Ariadna apenas había dormido, entre los murmullos de las reclusas y el ruido metálico de los cerrojos. El frío se colaba por las paredes desnudas, y cada segundo parecía un recordatorio de que había caído en una trampa perfectamente tejida.Se obligaba a mantenerse firme, recordando la promesa de Andreas. Pero algo en el ambiente esa noche era distinto.Mientras bebía un vaso de agua del pequeño lavabo, escuchó pasos lentos acercándose por el pasillo. La guardia no era la misma de siempre. Una mujer de rostro inexpresivo se detuvo frente a su celda y sonrió con un gesto que la hizo estremecer.—Tienes visita —dijo con un tono extraño.Ariadna frunció el ceño.—¿Visita? A estas horas…Antes de que pudiera reaccionar, la puerta metálica se abrió. Dos reclusas mayores, de miradas duras y tatuajes en los brazos, entraron y cerraron tras ellas.Ariadna retrocedió hasta el catre, sintiendo e
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