— ¿Por qué actúas como si todo hubiera sido un desastre? — Porque lo que pasó fue un desastre, Mia. Un maldito error que no habría cometido si hubiera sabido quién eres. [...] Tras perder a su madre de forma trágica y enfrentarse al caos de un padrastro violento como consecuencia, Mia Bennett, de 18 años, huye a Chicago en busca del padre con el que nunca convivió. Pero su llegada está marcada por un encuentro inesperado con Ethan Hayes, un hombre magnético y enigmático que parece ofrecerle un instante de calma en medio de su tormenta. Sin embargo, Mia pronto descubre que Ethan no es solo un desconocido: es socio y el mejor amigo de James Bennett, su padre. Como si el destino quisiera poner a prueba sus límites, James decide hacerlos trabajar juntos, convirtiendo la chispa entre ellos en algo imposible de ignorar. Ahora, atrapada entre el deseo de empezar de cero y la atracción por alguien que debería ser inalcanzable, Mia deberá enfrentarse a amores prohibidos, enemigos implacables y la lucha por conquistar su propia libertad.
Leer más¡Pum!
Un golpe seco resuena por toda la casa, seguido del inconfundible sonido de cristales rompiéndose en pedazos. Mi cuerpo se encoge instintivamente bajo las sábanas. No necesito mirar el reloj ni bajar las escaleras para saber qué está pasando. Lo sé. David, mi padrastro, está borracho otra vez. — ¡Sarah, amor mío! ¡No deberías haberme dejado! — lo escucho gritar desde abajo, seguido por el ruido de algo más rompiéndose. Cierro los ojos y respiro profundo, intentando contener las lágrimas que amenazan con salir. Pero es inútil; el dolor ya era suficiente, pero la reacción de David solo lo hace todo más insoportable. Como ha sido en las últimas semanas, los pasos tambaleantes en el pasillo me paralizan. Pronto, el sonido de su puño golpeando la puerta retumba en la habitación. — ¡Ella está muerta por tu culpa! — grita, y otro puñetazo sacude la puerta. — ¡Tú mataste a tu madre! — Otro golpe. — ¡Si no hubieras sido tan rebelde, Sarah estaría viva! Aprieto la almohada contra mis oídos, pero sé que no servirá de nada. Nunca ha servido. Y cada día, sus palabras venenosas me van destruyendo poco a poco. Cierro los ojos con fuerza. No quiero escuchar. No quiero ver. Pero la puerta se abre de un golpe violento, tan fuerte que choca contra la pared, haciendo un ruido que me estremece. — ¡Ella no debería estar muerta, y ahora tú vas a pagar! — vocifera David, y, aunque está lejos, el hedor a licor barato inunda la habitación. Cuando entra, mi cuerpo se encoge por instinto, como si ya supiera lo que viene. Sin embargo, esta vez algo es diferente. En sus ojos no solo hay resentimiento y dolor como siempre; hay rabia, algo que nunca había visto. Un paso. Otro paso. Camina hasta detenerse frente a mí. Abro la boca para intentar calmarlo. Antes ha funcionado; tal vez, si esta vez… Antes de que pueda reaccionar, sus dedos se enredan en mi cabello, tirando de mí para sacarme de la cama. Un sollozo de sorpresa se me escapa. Esta vez, quiere hacerme daño de nuevo. Quiere que sufra aún más. — ¡Tú. Eres. Una. Carga! — dice David lentamente, sujetándome por los hombros y apretándome contra la pared. Sin darme siquiera un instante para recuperar el aliento, un puñetazo me golpea el estómago. El impacto hace que mis costillas griten de dolor y un alarido se me escapa. — ¡Cállate, inútil! — ruge, zarandeándome como si fuera una muñeca de trapo. — ¡Nunca haces nada bien! ¡Nunca! Entonces, una bofetada hace que mi cabeza gire violentamente. El sabor metálico inunda mi boca, al haberme mordido la mejilla por dentro para no gritar de nuevo. Tal vez, si me quedo callada… — Papá, por favor… — susurro, intentando que se detenga. Por un momento, me suelta, y creo, ilusa, que todo ha terminado, que mi súplica ha surtido efecto. Pero entonces, otro puñetazo me golpea el estómago, arrancándome otro grito. — ¡Para de llamarme así! ¡No soy tu padre, nunca lo fui! — grita, y otro golpe me alcanza. — ¡Fuiste solo una carga que tuve que soportar por querer a Sarah! Me dejo caer al suelo, en un intento desesperado por protegerme, pero mis brazos no son suficientes contra su furia. Mi cuerpo ya no responde; solo recibe los golpes como si fueran inevitables. Las lágrimas corren por mi rostro, mezclándose con la sangre que siento en la comisura de la boca. — ¡Tú mataste a tu madre! — exclama, esta vez con la voz más débil, mientras una patada impacta en mi espalda. Por un instante, el dolor físico se desvanece. Sus palabras hieren más que cualquier golpe. Porque, en el fondo, por más absurdo que parezca, una parte de mí aún cree que es verdad. Mi madre está muerta por mi culpa. Cuando por fin escucho sus pasos alejándose, el silencio que queda es tan cruel como los golpes. El dolor regresa de golpe y, por un momento, pienso que todo ha terminado. Mis lágrimas se mezclan con la sangre que gotea de mi boca mientras trato de comprender qué acaba de pasar. No es la primera vez que pierde el control, pero nunca había llegado a hacerme daño de esta manera. Debería estar acostumbrada a su odio, pero algo en esta noche… algo es diferente. Entonces, el sonido de sus pasos vuelve a resonar en el pasillo, y mi cuerpo entero se pone en alerta. David reaparece en la puerta, sosteniendo otra botella de licor, ya a medio vaciar. Su andar es más lento, y sus ojos se clavan en mí con una intensidad que me hace sentir como una presa acorralada. — Me quitaste a Sarah, Mia — murmura, con un tono bajo y amenazante. — Y, puesto que ella está muerta, no es justo que tú sigas viva. Mi corazón se acelera. Intento ponerme de pie, pero mi cuerpo no responde. Él se arrodilla sobre mí, atrapando mis brazos con sus manos ásperas. — David, por favor, no… — susurro, con una voz casi inaudible. Pero no se detiene. Sus manos sueltan mis brazos y suben hasta mi cuello. La presión comienza antes de que pueda siquiera pensar en defenderme. El aire se me escapa rápidamente, y el dolor en mi garganta es insoportable. Intento jalar sus brazos, debatiéndome bajo su peso, pero él es mucho más fuerte que yo. Mi visión comienza a nublarse, y el pánico se apodera de mí. No quiero morir. No así. No ahora. Busco a tientas a mi alrededor, arañando con los dedos el suelo de madera, desesperada por encontrar algo, cualquier cosa que pueda ayudarme. Entonces, siento el vidrio frío de la botella a mi lado. Sin pensarlo dos veces, la agarro con las pocas fuerzas que me quedan y la estrello contra la cabeza de David. El sonido del cristal rompiéndose se mezcla con su grito de dolor. Por fin, la presión en mi cuello desaparece mientras él cae a mi lado, inmóvil. Me quedo tendida unos segundos, jadeando con fuerza, como si acabara de correr una maratón. Mi corazón sigue latiendo desbocado, y las lágrimas corren por mi rostro. — ¿Está muerto? — murmuro, mirando el cuerpo desplomado a mi lado. Antes de que pueda moverme o siquiera procesar lo que acaba de pasar, el sonido del timbre resuena por toda la casa. ¿El timbre? Mis ojos se abren de par en par. ¿Quién podría estar aquí a estas horas?El sabor amargo en la boca es el menor de mis problemas. Mis manos tiemblan mientras intento recomponerme, evitando mirarlos.La palabra “tío” sigue resonando en mi mente, haciéndome jadear.— Mia, ¿estás bien? — pregunta James, con un tono preocupado. — ¿Quieres un vaso de agua?Asiento ligeramente, girándome por fin para enfrentarlos. Sin embargo, Ethan se mueve primero. Sin decir nada, camina hasta el minibar en una esquina de la oficina.— Toma — murmura, entregándome una botella de agua.— Gracias — susurro mientras mis manos temblorosas sostienen la botella.Doy un pequeño sorbo, intentando tragar el nudo en la garganta. James observa en silencio mientras Ethan se aleja, sentándose en su silla de cuero.— Mia… — James habla al fin, mirándome. — ¿Estás mejor? ¿Quieres sentarte?— Estoy bien, gracias — miento, aunque sé que mi aspecto me delata. — Solo… debo haber comido algo que me cayó mal.— De acuerdo. Ahora, ¿puedo saber qué pasó, Ethan? — pregunta James, cambiando el rumbo d
Una semana después de esa noche, me miro en el espejo del baño de la cafetería donde he pasado la última hora intentando reunir valor.Las ojeras siguen bajo mis ojos, recordándome las noches en vela, pensando en cualquier alternativa que me permita reconstruir mi vida sin involucrar a James Bennett.Pero ¿cómo hacerlo en una ciudad desconocida, sin un lugar donde vivir, sin experiencia laboral y con apenas dieciocho años?— Tú puedes con esto, Mia — murmuro para mí misma, ajustándome por décima vez el tirante del vestido.Quince minutos después, estoy de nuevo frente al imponente edificio de cristal. Hoy es todo o nada. O encuentro a James y trato de empezar de cero, o tendré que tragarme el miedo y regresar a Portland.— Buenos días. Necesito hablar con James Bennett — digo al detenerme en la recepción. La recepcionista, diferente a la de la semana pasada, me observa de arriba abajo con una ceja levantada.— El señor Bennett no recibe a nadie sin cita previa.— Yo… no lo sabía. Est
Unos minutos después, nos detenemos frente a un hotel que me deja con la boca abierta. Es enorme y elegante, el tipo de lugar que solo he visto en películas.— No preguntaste, pero me llamo Ethan — se presenta, mirándome con una intensidad que me hace estremecer.— Mia — respondo, aunque ya había dicho mi nombre antes.El bar es sofisticado, con una iluminación tenue que crea un ambiente íntimo. Él elige una mesa en un rincón, estratégicamente apartada de las demás.— ¿Lo de siempre, señor Hayes? — pregunta el camarero, lanzándome una mirada discreta.— Sí. Un Moscow Mule para la señorita — decide Ethan, sin dudar. Sus dedos rozan los míos al pasarme la carta. El contacto es breve, pero suficiente para hacer que mi corazón se acelere.— Me conoces desde hace apenas unos minutos, ¿cómo crees que sabes lo que me gusta? — lo provoco, arqueando una ceja.— Puede que te conozca desde hace poco, pero he visto lo suficiente para saber que necesitas algo fuerte — responde, esbozando una sonri
Han pasado tres semanas desde aquella noche.No recuerdo mucho después del sonido del timbre. Solo fragmentos: los vecinos, el murmullo a mi alrededor, las sirenas…Cuando realmente volví en mí, después de unas horas o quizás días, ya estaba en el hospital. Sobreviví, pero con cicatrices que no solo se ven en el espejo.Recibí el alta antes que David. Regresé a casa, tratando de convencerme de que él pagaría por lo que me hizo. Pero no fue así.Dos semanas después, volvió como si nada hubiera pasado, como si no hubiera estado a punto de arrebatarme la vida.Esa misma noche, el sonido de una botella abriéndose me devolvió a la realidad. David y el alcohol nunca fueron buena combinación.No esperé a ver qué más podría pasar. Tomé lo poco que tenía, una mochila y mi valentía, y salí por la puerta sin mirar atrás.La única persona que puede ayudarme ahora es alguien a quien apenas conozco: James Bennett, mi padre biológico. Un hombre del que sé muy poco, pero que parece ser mi última opor
¡Pum!Un golpe seco resuena por toda la casa, seguido del inconfundible sonido de cristales rompiéndose en pedazos.Mi cuerpo se encoge instintivamente bajo las sábanas. No necesito mirar el reloj ni bajar las escaleras para saber qué está pasando. Lo sé.David, mi padrastro, está borracho otra vez.— ¡Sarah, amor mío! ¡No deberías haberme dejado! — lo escucho gritar desde abajo, seguido por el ruido de algo más rompiéndose.Cierro los ojos y respiro profundo, intentando contener las lágrimas que amenazan con salir. Pero es inútil; el dolor ya era suficiente, pero la reacción de David solo lo hace todo más insoportable.Como ha sido en las últimas semanas, los pasos tambaleantes en el pasillo me paralizan. Pronto, el sonido de su puño golpeando la puerta retumba en la habitación.— ¡Ella está muerta por tu culpa! — grita, y otro puñetazo sacude la puerta. — ¡Tú mataste a tu madre! — Otro golpe. — ¡Si no hubieras sido tan rebelde, Sarah estaría viva!Aprieto la almohada contra mis oído
Último capítulo