Hace siglos, una Luna traicionada lanzó una maldición sobre todos los hombres lobo. Olvidada por muchos, sigue latente, actuando desde las sombras y esperando su auténtico despertar. Kelly ha crecido entre la miseria y la violencia de los marginados, dónde la única ley es “haz lo que sea necesario para seguir con vida”. Hábil en batalla y sedienta de venganza, su mundo cambia cuando un hombre misterioso se cruza en su camino. Desde el primer instante, un odio irracional la consume. Una voz en su mente le exige su muerte. Su instinto le dice que es un hombre peligroso. Pero ella no mata sin motivo. ¿Por qué lo odia? Y lo más desconcertante: ¿Por qué él la mira de esa manera tan extraña, con esa curiosidad en sus ojos dorados? Lo que ninguno de los dos sabe es que su encuentro ha sellado el destino de su mundo. La Maldición de la Luna ha despertado. Si Kelly lo mata, todos los hombres lobo desaparecerán. Si lo deja vivir, la maldición la consumirá poco a poco. Atrapados entre secretos enterrados, batallas sangrientas y leyendas olvidadas, Kelly deberá decidir entre el odio que lleva dentro o desafiar a su destino. ¿Puede una asesina romper la Maldición antes de que sea demasiado tarde? ¿O el destino los unió sólo para condenarlos? Una historia de amor, sangre y venganza en la que una decisión puede salvar a todo el mundo... o destruirlo por completo.
Leer másAquel tortazo me devolvió a la realidad, aunque me hirió el orgullo mucho más de lo que quería admitir. Me llevé la mano a la mejilla dolorida: odiaba perder el control pero Kelly tenía razón. El muchacho era inocente. Notaba la adrenalina, el odio y la furia por todo mi cuerpo y supe que necesitaba sacarlo o volvería a estallar. Sabía lo que me iba a pedir sin necesidad de preguntarlo: salir a cazar Ejecutores, juntos, como habíamos hecho unos años atrás. Me dirigí a una salida del pueblo que estaba abandonada: tan sólo había una casa en ruinas rodeada de muchos árboles. Llegué al primero, me crují los nudillos y lancé con toda mi fuerza un puñetazo. El árbol se tambaleó pero no di tiempo a que se estabilizase antes de darle otro puñetazo con la otra mano. Odiaba a los Ejecutores y Kelly lo sabía muy bien. Los odiaba por lo que eran, por lo que hacían, por mis propios recuerdos. El árbol se rompió por la mitad y me dirigí hacia el siguiente. Evitaba pensar en ésa época. Aún p
— Llegamos a la primera aldea. — le dije a Kael al día siguiente. — Ya era hora. — me respondió con esfuerzo, y no era para menos: Kael estaba cargando con la enorme carreta que usábamos para repartir los recursos. — Es culpa tuya. Tú elegiste no turnarnos. — Es un buen peso para entrenar. — Coge un hacha, corta un árbol y úsalo de pesa. — No sabía que te gustaba desperdiciar leña. — Cállate. Deja de molestarme. — No. Te lo dije: eres mi objetivo favorito. — Entonces búscate otro. — Uff. Es demasiado esfuerzo. Paso. Entramos a la aldea, dónde ya nos estaba esperando el líder, su hombre de confianza y un chico muy joven. — No os esperábamos de vuelta tan pronto. ¿Qué nos traéis ésta vez? — nos preguntó el líder de la aldea con nerviosismo. — Lo de siempre. — respondió Kael soltando la carreta. — Bien. Si podéis dejarlo aquí, yo me encargo. Así no os entretengo. — nos respondió. Le miré con los ojos entrecerrados. — Lo haremos nosotros, como siempre. — respon
— No me digas que vamos a usar uno de tus pasadizos en vez de usar la entrada principal — se quejó Coren. Sonreí. — Me gusta más así. — Porque vuelves loco al Consejo. Apareces y desapareces cuando te da la gana. — Oh, sí. Me encanta volverles locos, pero eso sólo es un motivo. — No voy a preguntar por el otro. — Porque no me gusta ni la hipocresía ni ser el foco de atención. Coren soltó una carcajada. — Entonces te equivocaste de profesión. — Estoy de acuerdo. Me atrae más ser un espía. — O actor. Llegamos hasta una cabaña abandonada. Lo único que mantenía en pie las paredes era la hiedra y algunas enredaderas. Hacía mucho tiempo que el techo había desaparecido: era un milagro que siguiese en pie. —¿De verdad vamos a entrar por aquí? —preguntó Coren con el ceño fruncido, temiendo que el edificio se derrumbase sobre nosotros. — Sí. Es más seguro de lo que parece. Además de que ya nadie viene por aquí. — Me pregunto porqué será. Supongo que la falta de techo
Observé con atención la comitiva: el despliegue de soldados era superior al habitual y el carruaje era el más elegante que había visto en los últimos cinco años. Sentí cómo la expectación me invadía: ¿Quizás por fin habían decidido enviar a uno de los peces gordos a por mí? Esa opulencia parecía de alguien del Consejo del Rey o alguno de sus allegados. Una fría ira asesina me calmó: si estaba en lo cierto, hoy mataría a uno de los culpables de aquel día.Un movimiento silencioso me hizo girar la cabeza: Kael se había colocado a mi derecha y me señalaba una carreta repleta de comida, ropa y artículos de lujo como jabón.Aunque quería haber hecho esto sola, no pude evitar que Kael me siguiera. Aquello me confirmó lo que ya intuía: era un experto en camuflaje y sigilo, algo que no me gustaba admitir por lo mucho que me irritaba. Era muy hábil cubriéndome las espaldas y gracias a él podía ir tranquila a los asaltos, pero no pensaba alimentar más su odioso ego. Casi nunca intervenía, pero
Por primera vez en mi vida, el miedo y el terror me paralizaron: habían reducido todo a cenizas. — No... no... ésto no... — balbuceé con voz ahogada desafiando al nudo de mi garganta. Noté cómo las lágrimas se deslizaban por mis mejillas mientras mi mente trataba de asimilar lo sucedido: ¿por qué? ¿Por qué habían destruido el único lugar que podía considerar un hogar seguro? ¿No les bastaba con cazarnos fuera de nuestras aldeas, que ahora venían a nuestras chozas para hacerlo? ¿No les bastaba con condenarnos a vivir en la mayor de las miserias y violencia? Noté cómo la furia y la sed de venganza me inundaban: aquello me permitió moverme hacia adelante. Aunque ahora sólo veía un montón de ruinas, madera quemada y cenizas, un par de días antes había sido la casa más grande de la aldea dónde vivía la anciana del pueblo. A pesar de su avanzada edad, nadie se atrevía a enfrentarse a ella: su mirada afilada e inteligente te hacía sentir vulnerable, y sus palabras rudas y directas