Un leve ruido fuera de la carreta me despertó. En silencio, desenvainé la daga y la escondí debajo del brazo. La hoja negra se camuflaba a la perfección bajo el traje y con la oscuridad de alrededor.
"Me gustan. Necesitamos más de estas" — me dijo mi lobo mientras fingía dormir.
Cuando el breve sonido llegó a la entrada de la carreta, me abalancé sobre el agresor.
Me esquivó el ataque, pero con la mano libre lancé un gancho hacia la barbilla. Me bloqueó con mucha dificultad pero yo ya estaba dirigiendo la daga al estómago. Otro bloqueo, ésta vez con un sonido metálico: estaba armado, aunque había liberado mi puño. Miré al agresor mientras dirigía mi rodilla a su entrepierna y la mano libre a su garganta.
— ¿¡Kael!? — me sorprendí cuando mi asaltante dió un salto hacia atrás para esquivarme — ¿¡Qué haces!?
— Nos vamos — me dijo mientras bajábamos las dagas — Buenos reflejos. ¿Estabas despierto?
— No. Me despertó el ruido que hiciste.
— ¿Ruido? — me preguntó sorprendido.