— No me digas que vamos a usar uno de tus pasadizos en vez de usar la entrada principal — se quejó Coren.
Sonreí. — Me gusta más así. — Porque vuelves loco al Consejo. Apareces y desapareces cuando te da la gana. — Oh, sí. Me encanta volverles locos, pero eso sólo es un motivo. — No voy a preguntar por el otro. — Porque no me gusta ni la hipocresía ni ser el foco de atención. Coren soltó una carcajada. — Entonces te equivocaste de profesión. — Estoy de acuerdo. Me atrae más ser un espía. — O actor. Llegamos hasta una cabaña abandonada. Lo único que mantenía en pie las paredes era la hiedra y algunas enredaderas. Hacía mucho tiempo que el techo había desaparecido: era un milagro que siguiese en pie. —¿De verdad vamos a entrar por aquí? —preguntó Coren con el ceño fruncido, temiendo que el edificio se derrumbase sobre nosotros. — Sí. Es más seguro de lo que parece. Además de que ya nadie viene por aquí. — Me pregunto porqué será. Supongo que la falta de techo y la madera podrida no tienen nada que ver — ironizó. Solté una carcajada. — Es una antigua cabaña de caza. Dejó de utilizarse después de que un terremoto derribase el techo. — ¿Y cómo se supone que va a meternos en la Capital? — Porque tiene una trampilla que conecta con el Palacio. Era una vía de escape. Coren me miró con sorpresa. — ¿Y sigue funcionando? — Sí. El pasadizo está en buen estado. — ¿Cuándo lo usaste por última vez? — Hmm... creo que hace un mes. No salgo mucho de la Capital. Vamos. — dije cruzando por el marco de lo que una vez fue una puerta. Coren me siguió. El interior estaba plagado de insectos, tanto voladores como terrestres. El aspecto era similar, con las paredes y el suelo cubierto de hiedra. Las dos mesas estaban medio derrumbadas y en el suelo había varias armas oxidadas, además de algunos cráneos de ciervo y oso, estropeados por el paso del tiempo. — Apesta. — me dijo Coren mientras yo avanzaba hacia un punto concreto. — Está abandonada, no se qué esperabas. Ven, es aquí. — Yo no veo nada. — dijo cubriéndose la nariz. — Lo sé. — dije agachándome. Hundí la mano entre la hiedra y cerré los ojos para concentrarme. Tanteé varias piedras hasta que una se hundió. Se escuchó un sonido seco y el suelo bajo nuestros pies desapareció. Coren ahogó un grito. Unos segundos después, aterrizamos en varios sacos de paja. — Podías haber avisado. — gruñó Coren. — Entonces no hubiera sido divertido — le respondí mientras agarraba un puñado de paja. Saqué un pequeño pedernal y un clavo de mi bolsillo. Dejé la paja en el suelo y forcé un pequeño fuego. Aunque duró unos segundos, me permitió localizar la lámpara de aceite. Me dirigí hacia ella y prendí el fuego, lo que nos permitió ver un poco. — ¿Por ésto siempre quieres llevar un pedernal y un clavo? — me preguntó Coren levantándose y sacudiendo su ropa. — En parte. Hay muchas situaciones en las que poder hacer fuego es muy útil. — No se me ocurren muchas. Cocinar, calentar las habitaciones y luz. Y todas esas están fácilmente en el Palacio. — Sí, en el Palacio y en la Capital. Pero fuera no es tan fácil. — Díselo a La Asesina o La Sombra. Esos cuchillos negros no son nuestros. Deben de fabricarlos ellos. — Debes reconocer que son muy prácticos, especialmente en las emboscadas. Me gustaría saber cómo los hacen. — Eldric, no. No, no, no. Olvídate de eso. — me dijo Coren, preocupado, mientras avanzábamos por el pasadizo de piedra. Nuestros pasos retumbaban por el túnel. — ¿Por qué? Podríamos usar su misma estrategia. — Porque son peligrosos y porque actuaste raro. Aún no me has explicado qué es lo que pasó. Me puse nervioso de forma repentina. — Es... difícil de explicar. — Inténtalo. — Ella... tiene algo. No sé qué es. Es... diferente. Extraña. Cuando vi su pelo... Coren, por primera vez, sentí miedo. No sé porqué. No lo sentí hasta que lo vi. — Eldric, ésto es muy serio. ¿Tú, miedo? — Lo sé. Es raro. No tiene sentido. — ¿Y quieres volver allí? — me dijo Coren. Solté una pequeña carcajada. — Siempre me pillas. Sí, quiero volver. — ¿A pesar de eso? — Sí. Coren se detuvo y .e giré para mirarlo. — ¿Y ese es el único motivo? — me preguntó escudriñandome con la mirada. — No exactamente. Sentí un vínculo. Uno extraño, ancestral. Algo que gritaba que saliera corriendo. Pero también siento mucha curiosidad. ¿Por qué reaccioné así? No tiene sentido. Hay algo en ella que me aterra y me fascina al mismo tiempo. Quiero descubrir qué es. — Eldric, no me jodas. ¿Tienes una pareja destinada y resulta ser La Asesina? — ¡NO! No es esa clase de vínculo. O al menos, no es cómo se supone que son. No, este era más profundo, más extraño, más ancestral. Como si fuese algo prohibido, algo que no debiese suceder. Algo que me sacudió por dentro y me dejó temblando de miedo. — Eldric, pareces enamorado. ¿Estás seguro que no es eso? — Totalmente. — afirmé con seguridad. — Yo no lo tengo tan claro. Por eso no debieses ir. — Iré. Necesito saber qué es lo que sentí, porqué me aterra y fascina a partes iguales. Y necesito saber qué es lo que está sucediendo en las aldeas marginadas. Lo que vimos, lo que escuchamos... no es lo que nos cuentan. Necesito observarlos, porque hay algo importante que se nos está escapando. — E-espera... ¿estás insinuando qué..? — Sí. Iré a las aldeas marginadas para ver qué es lo que sucede. — ¿¡ESTAS LOCO!? ¡Ni se te ocurra! ¡Es demasiado peligroso! — No te preocupes, se me da muy bien disfrazarme. — Eldric, hay mil mujeres allí afuera que estarían encantadas de tener tu atención. ¿Por qué jugarte la cabeza por una asesina? — Ya te dije que no es eso. Sabía que no ibas a entenderlo. Iré, con tu ayuda o sin ella. — Eldric, si vas allí puedo decir a los guardias que los marginados te han secuestrado. Y harán cualquier cosa para encontrarte. — Pero sé que no lo harás. No me traicionarás de esa manera. Yo... necesito hacerlo, Coren. Hay algo que no me encaja en todo ésto. Siempre me decís que los marginados son salvajes y violentos. Que sólo se preocupan por ellos mismos, que allí no existe la ley, que se rigen por la ley del más fuerte. — Así es. — Pero eso no es lo que hemos visto, Coren. La Asesina y La Sombra hablaban de repartir los víveres entre las aldeas. Hicieron cálculos en función del tamaño de la carreta y después al ver el contenido. Fueron rápidos en verlo. ¿Dónde está el egoísmo, la avaricia? Yo vi a dos personas muy hábiles en la batalla, robando recursos para repartirlo entre las aldeas. Vi solidaridad. — Podían estar mintiendo. — No sabían que estábamos allí, Coren. No, esos asaltos que hacen... tienen otra finalidad, otro propósito. Necesito saber qué está pasando. Quizás ellos sean lo que ando buscando. — ¿Estás pensando en aliarte con los marginados contra el Consejo? — me preguntó estupefacto — Definitivamente, has perdido la cabeza. — No, piénsalo Coren. Si se organizasen, ellos podrían ser un ejército temible, incluso imparable. Podrían ser un arma increíble. Especialmente esos dos. — Y cuando descubran quién eres, te cortarán la garganta en medio segundo. No, es demasiado peligroso. — Debo correr ese riesgo. Hay demasiado que puedo ganar. — Y demasiado que puedes perder. — Quién no arriesga, no gana. Está decidido, Coren. Me disfrazaré, buscaré a La Asesina y La Sombra y me infiltraré. Estaré fuera unos días, necesito que me cubras la espalda. — Si te pasa algo, sabes que provocarías una guerra, ¿verdad? — Entonces esperemos que no me pase nada. — le dije sonriendo y reanudamos la marcha. Por el camino, estuve pensando en cómo llevaría a cabo mi plan. Ahora que había tomado la decisión, no podía acallar el terror y las ganas de ver el rostro de la joven. ¿Cómo sería su forma de ser? Sabía que era una fascinación peligrosa, pero dónde otros sólo veían muerte y sangre... yo sólo podía ver a alguien haciendo todo lo posible por ayudar a los demás.— Llegamos a la primera aldea. — le dije a Kael al día siguiente. — Ya era hora. — me respondió con esfuerzo, y no era para menos: Kael estaba cargando con la enorme carreta que usábamos para repartir los recursos. — Es culpa tuya. Tú elegiste no turnarnos. — Es un buen peso para entrenar. — Coge un hacha, corta un árbol y úsalo de pesa. — No sabía que te gustaba desperdiciar leña. — Cállate. Deja de molestarme. — No. Te lo dije: eres mi objetivo favorito. — Entonces búscate otro. — Uff. Es demasiado esfuerzo. Paso. Entramos a la aldea, dónde ya nos estaba esperando el líder, su hombre de confianza y un chico muy joven. — No os esperábamos de vuelta tan pronto. ¿Qué nos traéis ésta vez? — nos preguntó el líder de la aldea con nerviosismo. — Lo de siempre. — respondió Kael soltando la carreta. — Bien. Si podéis dejarlo aquí, yo me encargo. Así no os entretengo. — nos respondió. Le miré con los ojos entrecerrados. — Lo haremos nosotros, como siempre. — respon
Aquel tortazo me devolvió a la realidad, aunque me hirió el orgullo mucho más de lo que quería admitir. Me llevé la mano a la mejilla dolorida: odiaba perder el control pero Kelly tenía razón. El muchacho era inocente. Notaba la adrenalina, el odio y la furia por todo mi cuerpo y supe que necesitaba sacarlo o volvería a estallar. Sabía lo que me iba a pedir sin necesidad de preguntarlo: salir a cazar Ejecutores, juntos, como habíamos hecho unos años atrás. Me dirigí a una salida del pueblo que estaba abandonada: tan sólo había una casa en ruinas rodeada de muchos árboles. Llegué al primero, me crují los nudillos y lancé con toda mi fuerza un puñetazo. El árbol se tambaleó pero no di tiempo a que se estabilizase antes de darle otro puñetazo con la otra mano. Odiaba a los Ejecutores y Kelly lo sabía muy bien. Los odiaba por lo que eran, por lo que hacían, por mis propios recuerdos. El árbol se rompió por la mitad y me dirigí hacia el siguiente. Evitaba pensar en ésa época. Aún p
Por primera vez en mi vida, el miedo y el terror me paralizaron: habían reducido todo a cenizas. — No... no... ésto no... — balbuceé con voz ahogada desafiando al nudo de mi garganta. Noté cómo las lágrimas se deslizaban por mis mejillas mientras mi mente trataba de asimilar lo sucedido: ¿por qué? ¿Por qué habían destruido el único lugar que podía considerar un hogar seguro? ¿No les bastaba con cazarnos fuera de nuestras aldeas, que ahora venían a nuestras chozas para hacerlo? ¿No les bastaba con condenarnos a vivir en la mayor de las miserias y violencia? Noté cómo la furia y la sed de venganza me inundaban: aquello me permitió moverme hacia adelante. Aunque ahora sólo veía un montón de ruinas, madera quemada y cenizas, un par de días antes había sido la casa más grande de la aldea dónde vivía la anciana del pueblo. A pesar de su avanzada edad, nadie se atrevía a enfrentarse a ella: su mirada afilada e inteligente te hacía sentir vulnerable, y sus palabras rudas y directas
Observé con atención la comitiva: el despliegue de soldados era superior al habitual y el carruaje era el más elegante que había visto en los últimos cinco años. Sentí cómo la expectación me invadía: ¿Quizás por fin habían decidido enviar a uno de los peces gordos a por mí? Esa opulencia parecía de alguien del Consejo del Rey o alguno de sus allegados. Una fría ira asesina me calmó: si estaba en lo cierto, hoy mataría a uno de los culpables de aquel día.Un movimiento silencioso me hizo girar la cabeza: Kael se había colocado a mi derecha y me señalaba una carreta repleta de comida, ropa y artículos de lujo como jabón.Aunque quería haber hecho esto sola, no pude evitar que Kael me siguiera. Aquello me confirmó lo que ya intuía: era un experto en camuflaje y sigilo, algo que no me gustaba admitir por lo mucho que me irritaba. Era muy hábil cubriéndome las espaldas y gracias a él podía ir tranquila a los asaltos, pero no pensaba alimentar más su odioso ego. Casi nunca intervenía, pero