Aquel tortazo me devolvió a la realidad, aunque me hirió el orgullo mucho más de lo que quería admitir. Me llevé la mano a la mejilla dolorida: odiaba perder el control pero Kelly tenía razón. El muchacho era inocente. Notaba la adrenalina, el odio y la furia por todo mi cuerpo y supe que necesitaba sacarlo o volvería a estallar. Sabía lo que me iba a pedir sin necesidad de preguntarlo: salir a cazar Ejecutores, juntos, como habíamos hecho unos años atrás.
Me dirigí a una salida del pueblo que estaba abandonada: tan sólo había una casa en ruinas rodeada de muchos árboles. Llegué al primero, me crují los nudillos y lancé con toda mi fuerza un puñetazo. El árbol se tambaleó pero no di tiempo a que se estabilizase antes de darle otro puñetazo con la otra mano. Odiaba a los Ejecutores y Kelly lo sabía muy bien. Los odiaba por lo que eran, por lo que hacían, por mis propios recuerdos. El árbol se rompió por la mitad y me dirigí hacia el siguiente. Evitaba pensar en ésa época. Aún podía sentir aquella ropa andrajosa sobre mi piel. El dolor del hambre anclado en mi estómago. Los escondrijos improvisados que usaba como casa. Las flechas para robar comida, lanzadas con precisión y retiradas con rapidez para seguir respirando un día más. El miedo a ser descubierto y morir. El árbol se rompió y me dirigí al siguiente, ignorando el dolor y la sangre de mis nudillos. Recordaba quiénes me habían entregado. El dolor, la humillación, la desesperanza. También la recordaba a ella: cayó del cielo como un torbellino letal. Como si fuese la Diosa de la Muerte, terminó con todos en cuestión de minutos. Y cuando se giró y caminó hacia mi con la furia en su mirada juvenil, salpicada de sangre y con las hojas rojas, había creído que ese era mi final. Pero ella cortó mis cadenas y me dijo, mirándome fijamente con sus ojos verdes: "Ven conmigo, si quieres cambiar tu vida. Te protegeré hasta entonces". Y sonrió con la sonrisa más bonita del mundo, mientras me extendía su mano. La había cogido sin vacilar: ella era la Diosa de la Muerte y la Esperanza, y me estaba dando una segunda oportunidad, una redención, un futuro sin miedo. Paré un momento para coger aire y miré a mi alrededor: había más árboles caídos de los que había contado, pero me sentía más aliviado. — Al menos tendrán algo de leña. — dije en voz alta y me senté un momento para terminar de serenarme. Apoyé los codos en mis rodillas y la cabeza en mis manos. Cerré los ojos. — Di-isculpe se-eñor... Mu-uchas gra-acias por la ma-adera. — me dijo una vocecilla suave y tímida. Levanté la cabeza y me sorprendí de ver a una niña de unos cinco años delante mío. Ella movía con nerviosismo las manos en las que sujetaba una margarita. — Yo... — empecé y me callé: ¿cómo se trataba con una niña? De eso siempre se encargaba Kelly — De nada. Espero que os sea útil. "Bastante bien para ser la primera vez." — me dijo mi lobo. "Me había olvidado de ti" — le respondí — "Es raro que digas algo". "Cuesta hacer la conexión. Prefiero guardar energía". — S-sí. Mi hermano lo intenta pero es difícil. — interrumpió la niña. Hizo una pequeña pausa muy nerviosa. Esperé. — To-oma. La cogí para ti. — me dijo extendiéndome la flor — Yo tengo muchas. Cogí la flor con inseguridad y la niña sonrió. — ¿Por qué me das esto? — pregunté incómodo. — Mi hermano siempre dice que debo ser agradecida si alguien me ayuda. Pagar la deuda al momento. Tú no tienes flores y yo tengo muchas. Tú tienes muchos árboles y yo no. Te doy una flor por un árbol. Sonreí incómodo mientras observaba la flor. — Todos los arboles son tuyos. Aquí hay muchos pero no hay flores. La niña abrió los ojos con sorpresa y solté una pequeña risa baja. — Vamos a buscar a tu hermano. Tienes que decirle que esos árboles son tuyos. — dije levantándome. — ¡Sí! Está en la plaza. — ¿En la... plaza? — pregunté, tensándome: allí sólo había Ejecutores. — Sí. Los malos se lo llevaron. Un nombre acudió a mi mente. — Tu hermano... ¿se llama Juan? — ¡Sí! ¿Eres su amigo? — Algo así. Vamos a la plaza. Apenas habíamos caminado un centenar de pasos cuando Juan se lanzó sobre la niña. — ¡Ana! ¿Estás bien? — preguntó preocupado mientras escudriñaba su rostro. — Sí. ¡Tenemos mucha madera! El señor me la dió por mi flor. Juan levantó la mirada y se puso ligeramente pálido. — Mu-uchas gra-acias, Púa. — Ya está pagado — dije mostrando la margarita. — Entiendo. Lo hiciste muy bien, Ana. — le dijo con una sonrisa y la cogió de la mano — Vamos. Hay una reunión importante en la plaza. La niña agarró con su otra mano la de su hermano. — No... no quiero ir. Siempre pasan cosas malas — dijo la niña con la voz llorosa repleta de miedo. Noté cómo la furia regresaba: sabía, demasiado bien, qué pasaba en esas reuniones. — No es ese tipo de reunión. Vamos, será diferente. — le dijo con una sonrisa aunque pude percibir una ligera vacilación en la voz. — Muchas gracias, señor — me dijo la pequeña cuando les adelanté. Tan sólo levanté la mano mientras me alejaba de ellos. Llegué antes de lo esperado a la plaza: la gente se apartaba con temor nada más verme. Podía oírlos claramente susurrar mi apodo, la Púa de Acero. Kelly y yo nos habíamos ganado aquellos apodos en nuestro primer año. Me paré en la entrada para observar la situación. En el centro de la plaza, delante de la pira de Ejecutores, se encontraba Kelly con la carreta: imponente, letal. Tan hermosa como peligrosa. Tan libre, tan independiente, tan segura, tan ella. Sonreí, guardé la flor en un bolsillo y después de asegurarme de que no había ningún peligro, me deslicé a su lado mientras cruzaba los brazos. *** Mientras Juan corría a avisar al pueblo, moví con esfuerzo la carreta hasta el centro de la plaza, justo delante de la fogata con los Ejecutores. El suelo de madera había crujido con cada paso, pero ahora todo parecía demasiado tranquilo. Aunque sabía que iba a volver, estaba preocupada por Kael: siempre se volvía irracional cuando se trataba de los Ejecutores. Entendía el motivo: había sido yo, cuando tenía diez años, quién le había salvado de ellos. Recordaba su mirada aterrorizada, con lágrimas silenciosas cayendo por sus mejillas, mientras me acercaba para liberarlo. La vieja me había dicho que se encargaba de todos los niños abandonados, cuando le pregunté por mis padres y los de los demás niños. En mi aldea no había Ejecutores, ella se había encargado de ellos varios años atrás, pero había escuchado hablar de ellos. Asi que decidí salvar a todos los niños abandonados de los Ejecutores y llevárselos. Cuando le llevé al primero, ella no dijo nada, sólo sonrió y lo aceptó. Kael sólo había sido un niño más al que había salvado, pero su carácter cambió completamente: pasó de ser un niño miedoso a ser sarcástico y calculador. De todos mis rescates, él era el único que había demostrado habilidad para la batalla. Él había presumido mucho de su talento y aunque era cierto que lo tenía, también había entrenado muchas más horas que los demás: le había visto muchas veces practicando más allá de la medianoche. Eso era bueno, así podría protegerse a sí mismo. Lo que me molestaba era que siempre estaba a mi alrededor, haciéndome preguntas, molestándome y burlándose, como si no tuviera nada mejor que hacer. Pero aún así... él era mi compañero en las batallas y nunca me había dejado sola. Era la única persona capaz de hacerme entrar en razón y reaccionar, en devolverme a mí misma incluso si me perdía en algún momento. Algo que nunca le diría. Lo último que necesitaba era alimentar aún más su odioso ego o tenerlo más tiempo pegado a mi. Noté su presencia en cuánto pisó la plaza, pero le dejé comprobar el área, por si había alguno oculto. "¿Ya estás mejor?" — le pregunté cuando se colocó a mi lado. "Si no te conociese, diría que estabas preocupada." "Idiota. Me preocupaba que matases a los aldeanos con los que te encontrases." "La hermana de Juan está bien. Me regaló una flor y todo". "¿Qué..?" "Quizás te lo cuente otro día" — me respondió mientras Juan se acercaba con una niña rubia de cinco años de la mano. — Espina... ya he reunido al pueblo. — Muchas gracias, Juan. Puedes ir con los demás — le dije mientras observaba a la niña saludando emocionada a Kael. Mientras Juan y su hermana volvían con los demás, miré de reojo a Kael. Él se dio cuenta y me sonrió con socarronería. Retiré la mirada molesta por su arrogancia. — Hola a todos. Ya sabéis quiénes somos y porqué estamos aquí. Hace un rato, terminamos con todos los Ejecutores de la aldea. Detrás nuestro podéis verlos convertirse en cenizas. Observé algunas caras de asombro y otras de miedo, mirando la pira. — Nos han dicho que actuaban por nuestra orden. Es mentira. Nosotros no pedimos diezmos ni ordenamos muertes. En las aldeas bajo nuestra protección, los Ejecutores están prohibidos. Si alguien debe morir, nosotros lo decidiremos. Avancé unos pasos hacia adelante. — Cualquier castigo o sanción, debe pasar por nosotros. Sin excepción. Sabéis dónde vivimos. Enviad a alguien o hablad durante el reparto. NO vamos a tolerar el silencio otra vez. Quien calle será cómplice y compartirá condena. Es una nueva ley. ¿Ha quedado claro? Un leve murmullo afirmativo recorrió la multitud. — Di-isculpa E-espina, pero nuestro encargado de la aldea... él... — dijo una voz femenina, temerosa. — Está detrás mío, con los demás Ejecutores. Juan puede confirmarlo. Toda la multitud se giró hacia él. — Sí. Los atacaron y los eliminaron. — ¿Y ahora quién manejará las cosas de la aldea u os envía a buscar? — preguntó un hombre. — Eso es vuestra decisión. Nosotros traeremos recursos y haremos que se cumplan nuestras leyes. — Entendido. Muchas gracias, Espina. — De nada. Id viniendo poco a poco. Hay recursos para dos días. "¿Será suficiente con el discurso?" — me preguntó Kael. "Eso espero" — le respondí mientras comenzaba a sacar los fardos de la carreta — "Espero que la pira los haya disuadido de intentar cualquier cosa". No dijimos nada mientras repartimos los víveres. Los últimos fueron Juan y su hermana, quien cogió con mucho entusiasmo su parte de Kael mientras le regalaba una amplia sonrisa. Kael cogió la carreta y salimos del pueblo, acompañados de algunos aldeanos y un sinfín de miradas indescifrables. — ¿Vas a decirme qué ha pasado con esa niña? — ¿No lo sabes? Soy increíble. Es suficiente con eso. — Claro... lo que tú digas. — le dije poniendo los ojos en blanco mientras avanzábamos a la siguiente aldea.¡Hola mis amores! ♥️ Ya puedo poner notas de autor jajaja. ¿Qué os está pareciendo el nuevo libro? ¿Y los personajes? ¿Cuál es vuestro personaje favorito por el momento? Me muero de ganas de saber vuestra opinión jajaja. Espero que lo estéis disfrutando a pesar de la crudeza del mundo en el que está ambientado. Por otro lado, os comento que intentaré actualizar al menos 1 capítulo cada 1 o 2 días. Los que me conocéis ya sabéis que nunca abandono un libro. Para los que no me conocen, cuando tardo en actualizar no es porque me haya olvidado, si no porque ha sucedido algo y he tenido que atrasarlo. Así que no os preocupéis: yo no dejo los libros sin finalizar. ¡Os quiero un montón! ♥️ ¡Sois los mejores! ♥️ ¡Os leo! ♥️
Por primera vez en mi vida, el miedo y el terror me paralizaron: habían reducido todo a cenizas. — No... no... ésto no... — balbuceé con voz ahogada desafiando al nudo de mi garganta. Noté cómo las lágrimas se deslizaban por mis mejillas mientras mi mente trataba de asimilar lo sucedido: ¿por qué? ¿Por qué habían destruido el único lugar que podía considerar un hogar seguro? ¿No les bastaba con cazarnos fuera de nuestras aldeas, que ahora venían a nuestras chozas para hacerlo? ¿No les bastaba con condenarnos a vivir en la mayor de las miserias y violencia? Noté cómo la furia y la sed de venganza me inundaban: aquello me permitió moverme hacia adelante. Aunque ahora sólo veía un montón de ruinas, madera quemada y cenizas, un par de días antes había sido la casa más grande de la aldea dónde vivía la anciana del pueblo. A pesar de su avanzada edad, nadie se atrevía a enfrentarse a ella: su mirada afilada e inteligente te hacía sentir vulnerable, y sus palabras rudas y directas
Observé con atención la comitiva: el despliegue de soldados era superior al habitual y el carruaje era el más elegante que había visto en los últimos cinco años. Sentí cómo la expectación me invadía: ¿Quizás por fin habían decidido enviar a uno de los peces gordos a por mí? Esa opulencia parecía de alguien del Consejo del Rey o alguno de sus allegados. Una fría ira asesina me calmó: si estaba en lo cierto, hoy mataría a uno de los culpables de aquel día.Un movimiento silencioso me hizo girar la cabeza: Kael se había colocado a mi derecha y me señalaba una carreta repleta de comida, ropa y artículos de lujo como jabón.Aunque quería haber hecho esto sola, no pude evitar que Kael me siguiera. Aquello me confirmó lo que ya intuía: era un experto en camuflaje y sigilo, algo que no me gustaba admitir por lo mucho que me irritaba. Era muy hábil cubriéndome las espaldas y gracias a él podía ir tranquila a los asaltos, pero no pensaba alimentar más su odioso ego. Casi nunca intervenía, pero
— No me digas que vamos a usar uno de tus pasadizos en vez de usar la entrada principal — se quejó Coren. Sonreí. — Me gusta más así. — Porque vuelves loco al Consejo. Apareces y desapareces cuando te da la gana. — Oh, sí. Me encanta volverles locos, pero eso sólo es un motivo. — No voy a preguntar por el otro. — Porque no me gusta ni la hipocresía ni ser el foco de atención. Coren soltó una carcajada. — Entonces te equivocaste de profesión. — Estoy de acuerdo. Me atrae más ser un espía. — O actor. Llegamos hasta una cabaña abandonada. Lo único que mantenía en pie las paredes era la hiedra y algunas enredaderas. Hacía mucho tiempo que el techo había desaparecido: era un milagro que siguiese en pie. —¿De verdad vamos a entrar por aquí? —preguntó Coren con el ceño fruncido, temiendo que el edificio se derrumbase sobre nosotros. — Sí. Es más seguro de lo que parece. Además de que ya nadie viene por aquí. — Me pregunto porqué será. Supongo que la falta de techo
— Llegamos a la primera aldea. — le dije a Kael al día siguiente. — Ya era hora. — me respondió con esfuerzo, y no era para menos: Kael estaba cargando con la enorme carreta que usábamos para repartir los recursos. — Es culpa tuya. Tú elegiste no turnarnos. — Es un buen peso para entrenar. — Coge un hacha, corta un árbol y úsalo de pesa. — No sabía que te gustaba desperdiciar leña. — Cállate. Deja de molestarme. — No. Te lo dije: eres mi objetivo favorito. — Entonces búscate otro. — Uff. Es demasiado esfuerzo. Paso. Entramos a la aldea, dónde ya nos estaba esperando el líder, su hombre de confianza y un chico muy joven. — No os esperábamos de vuelta tan pronto. ¿Qué nos traéis ésta vez? — nos preguntó el líder de la aldea con nerviosismo. — Lo de siempre. — respondió Kael soltando la carreta. — Bien. Si podéis dejarlo aquí, yo me encargo. Así no os entretengo. — nos respondió. Le miré con los ojos entrecerrados. — Lo haremos nosotros, como siempre. — respon