Observé con atención la comitiva: el despliegue de soldados era superior al habitual y el carruaje era el más elegante que había visto en los últimos cinco años. Sentí cómo la expectación me invadía: ¿Quizás por fin habían decidido enviar a uno de los peces gordos a por mí? Esa opulencia parecía de alguien del Consejo del Rey o alguno de sus allegados. Una fría ira asesina me calmó: si estaba en lo cierto, hoy mataría a uno de los culpables de aquel día.
Un movimiento silencioso me hizo girar la cabeza: Kael se había colocado a mi derecha y me señalaba una carreta repleta de comida, ropa y artículos de lujo como jabón. Aunque quería haber hecho esto sola, no pude evitar que Kael me siguiera. Aquello me confirmó lo que ya intuía: era un experto en camuflaje y sigilo, algo que no me gustaba admitir por lo mucho que me irritaba. Era muy hábil cubriéndome las espaldas y gracias a él podía ir tranquila a los asaltos, pero no pensaba alimentar más su odioso ego. Casi nunca intervenía, pero en esas raras ocasiones en las que lo hacía, era fugaz y fulminante, sin dar tiempo de reacción. Siempre ocurría justo cuando un ataque traicionero estaba a punto de alcanzarme o cuando necesitaba una distracción. Le hice un gesto afirmativo con la cabeza y, como si fuese una sombra, se deslizó entre los árboles sin hacer el más mínimo ruido. Sabía que durante la batalla se movería entre mis ángulos muertos, atento y preparado para intervenir. "A por ellos" —le dije a través del vínculo mental. Aunque estaba disponible para casi todos los hombres lobo, el vínculo telepático apenas se utilizaba ya. Muchos se habían vuelto locos al emplearlo, y otros ni siquiera podían acceder a él. Cada vez nacían más lobos sin lobo interno o con uno que no podía transformarse. Esa pérdida de esencia nos estaba enloqueciendo y matando poco a poco (sobretodo si alguien con una esencia incompleta intentaba usarlos) y era el motivo por el que cada vez había más lobos en las aldeas marginadas. Detecté a un guardia descuidado y caí detrás de él sin hacer ruido. Saqué mi cuchillo y, antes de que pudiera reaccionar, le corté la garganta desde atrás. —Oye Gustav, ¿crees que...? —dijo otro guardia con tono burlón, girándose hacia nosotros. Su expresión cambió al instante—. ¡LA...! —no llegó a terminar: un cuchillo se clavó en su garganta desde la nada. Dejé el cuerpo de Gustav en el suelo y me acerqué al otro guardia, antes de que cayese al suelo, para recuperar el cuchillo arrojadizo. Lo lancé hacia atrás sin mirar: Kael siempre los recogía, sin importar dónde apuntase. Escuché pasos cercanos y me escondí bajo la carreta de provisiones. —¡ES...! —gritó alguien antes de callar bruscamente. Vi cómo un cuerpo caía al suelo con otro cuchillo en la garganta. —¡NOS HAN ENCONTRADO! —gritó otro guardia. Lo poco que podía ver era un caos de pies, confusión y el sonido de las armas desenfundándose. Se hizo un silencio tenso. Podía notar el miedo y el nerviosismo de los guardias en el sonido de su respiración. "Han rodeado el campamento, pero no vigilan el carro" —me informó Kael. "¿Y el pez gordo?" "Escondido como buen cobarde." —¡HA VENIDO DE AHÍ! —gritó un soldado de forma repentina. Sonreí. Kael me había dado la distracción perfecta. Me deslicé fuera de la carreta y avancé hacia el carruaje central. —¡AHÍ ESTÁ! —gritaron a mi espalda. Me giré en el instante en el que todos se lanzaron hacia mí. Me aparté de la carroza justo a tiempo y me lancé hacia adelante con el cuchillo preparado. Los dos primeros cayeron rápido: esquivé el ataque de uno mientras cortaba la garganta del otro. Al girarme, golpeé el brazo del primero con el codo: un grito de dolor acompañó al sonido de huesos rotos. Clavé el cuchillo entre sus costillas y lo usé como escudo para el siguiente ataque. Robé el cuchillo de mi segunda víctima y arrojé el cuerpo contra otros dos guardias, que tropezaron y cayeron. Aprovechando el hueco, me coloqué sobre ellos y de un pisotón les rompí las rodillas con fuerza. La pelea duró varios minutos. Cada vez que peleaba, recordaba los consejos de la vieja: la rabia y la sed de venganza que me invadían me llevaban a un trance asesino que hacía que bailase entre los cuerpos con precisión letal. Ellos no lograban tocarme, pero cada uno de mis golpes era mortal. Cuando el último cayó, abrí la puerta del carruaje. Vacío. — M****a. —mascullé entre dientes mirando con furia el interior —. Ha huido. — Cinco minutos y ya corrían como ratas. No podía alcanzarlos. —respondió Kael desde algún lugar sobre mi cabeza. —¿Por qué no estabas cerca de ellos? —Porque no quiero tener que cargarte en pedazos. —¿Viste algo? —Sí. Dos capas y muchas ganas de no morir. —¿Podemos alcanzarlos? — No. Los perdí en cuanto huyeron a cuatro patas. Solté un gruñido de rabia. — Al menos tenemos provisiones. Con esto las aldeas comerán una semana. Kael bajó de los árboles, recogió sus cuchillos sin decir palabra y comenzamos a inspeccionar la mercancía en silencio. Habíamos matado a los guardias pero el objetivo había huido. "Al menos tenemos las provisiones" — pensé con resignación mientras analizábamos nuestro botín. *** Escuché cómo mis guardias daban la voz de alarma. — Señor, debemos irnos. — me dijo mi Beta cuando escuchamos gritar que ya habían llegado. — Han tardado mucho en detectarlos, Coren. Hace rato sentí que no estábamos solos. Aunque debo admitir que son expertos en camuflaje. — Precisamente por eso debemos irnos ahora, Señor. Los guardias no aguantarán mucho tiempo y desconocemos cuántos son. — Sólo son dos. Uno está escondido en la carreta. El otro... apenas logro detectarlo. Se desliza entre los árboles como una sombra. — me asomé un momento por la ventana — Cubre los ángulos muertos del otro. Es fascinante: hacen una pareja de batalla formidable. — Son asesinos, Señor. No es momento para dejarse llevar por su curiosidad. — ¿Y si no es ahora, cuándo? Ésto es lo que quería ver. — dije sonriendo mientras volvía a asomarme. Coren me apartó con brusquedad y abrió la puerta de escape. — ¿Crees que no puedo contra dos marginados? — Se llama prudencia, Señor. Esos dos delincuentes son famosos por asesinar sin piedad. Los escasos supervivientes son incapacitados de por vida. Lo más sensato es huir. — ¿Y por qué dejan supervivientes? — Por sadismo y crueldad, Señor. Son salvajes, no tienen otro motivo. — No parecen actuar de esa manera. — Huyamos Señor. — insistió, tirando de la manga de mi chaqueta mientras la batalla se intensificaba. Con un suspiro, salí del carruaje. Nada más hacerlo, un escalofrío me recorrió la espalda: alguien nos estaba observando. A juzgar por la situación, debía ser La Sombra. ¿Nos atacaría? Sí nos uníamos a la batalla, sin duda. Corrimos y mientras huíamos, sentí su aguda mirada clavada en mi espalda como una hoja afilada. Sólo cuando nos transformamos esa sensación desapareció. "Nos han perdido." — le dije a Coren unos minutos más tarde. "Eso es bueno. Así podemos regresar tranquilos al palacio." — me respondió Coren con el tono informal que utilizaba cuando nadie más podía escucharnos. "No. Quiero ver. ¿No sientes curiosidad?" "¿Sinceramente? Ninguna." "Entiendo. Entonces vuelve al palacio." — le dije con una sonrisa y di media vuelta para regresar. "¿Pero qué..? ¡Eldric!" — gritó por el vínculo. Un segundo después soltó un gruñido y me siguió. Nos acercamos con cautela a nuestra antigua posición y nos agachamos detrás de unos arbustos justo en el momento en el que una voz masculina dijo con sarcasmo: — Porque no quiero tener que cargarte en pedazos. "La Sombra está en los árboles" — me dijo Coren. Me sorprendí al escuchar una voz femenina responderle. Su voz estaba cargada de rabia. "Parece que el Asesino sin Rostro es una mujer." "Algunos rumores vagos lo decían, pero nadie les hacía caso. ¿Una mujer asesinando a sangre fría? En la corte eso es impensable." — me respondió Coren. "Me pregunto si seguirían pensando lo mismo después de verla matar a una veintena de soldados sin despeinarse." "Por eso no hay que fiarse de las apariencias". — Al menos tenemos provisiones. Con esto las aldeas comerán una semana. — escuchamos decir a la mujer. "¿Lo has oído, Coren? Parece que..." — me interrumpí cuando un chico vestido de cuero negro apareció. Se dirigió sigilosamente hacia uno de los cuerpos y comenzó a recuperar los cuchillos: éramos los primeros en ver a La Sombra. "El apodo encaja a la perfección." — me dijo Coren y asentí con la cabeza. La Sombra era más joven de lo que esperaba (habría cumplido la mayoría de edad hacia poco), muy alto y musculoso. Su cabello negro estaba peinado de forma caótica con un corte desigual. Se agachó frente a la carreta. — ¿Una semana? Tres días y da gracias. — dijo el chico. — Imposible. Es de las grandes. — respondió la mujer, entrando en mi campo de visión. Lo único que pude ver fue su pelo: castaño, ondulado y recogido de forma improvisada. Y entonces mi cuerpo reaccionó: mi respiración se volvió pesada, mi corazón latió con fuerza y un sudor helado me recorrió el lomo. Todo gritaba peligro. ¿Quién era esa mujer? ¿Cómo podía hacer saltar todos mis instintos de esa manera con sólo ver su pelo? Moví una pata sin querer. El breve sonido resonó por el lugar, revelando nuestra presencia y posición. Salí corriendo sin pensarlo. Coren me siguió un segundo más tarde. Escuché el silbido de cuchillos arrojadizos cruzando el aire: los esquivé de forma instintiva. Corrimos durante horas aunque la persecución había durado apenas unos minutos. No me detuve hasta sentirme a salvo. Cuando lo hice, Coren se paró a mi lado: ambos respirábamos de forma agitada. "¡Te dije que no era buena idea! ¡Casi nos matan!" — estalló Coren. "Pero hemos descubierto algo importante." "¿Ah, sí? ¿El qué? ¿Que La Sombra tiene una puntería excepcional incluso sin saber dónde estábamos?" "No, eso... espera, ¿te alcanzaron los cuchillos?" — pregunté preocupado. "Uno me rozó y me hizo una pequeña herida en el lomo. Por suerte se ha curado mientras huíamos." Un sentimiento de culpa me invadió. "Lo siento. No creí que fuese tan peligroso." "Claro, porque los cientos de asesinatos que han hecho en estos últimos años no eran señal de nada." — dijo enfadado — "De todas formas, ¿qué sucedió? ¿Por qué hiciste ese ruido? Eso no es propio de ti." "Yo... no lo sé. No entiendo qué sucedió. Tengo que pensar en ello." — respondí confuso. "Espero que te sirva de lección. Vamos al palacio." — respondió y lentamente, comenzamos el regreso a casa.— No me digas que vamos a usar uno de tus pasadizos en vez de usar la entrada principal — se quejó Coren. Sonreí. — Me gusta más así. — Porque vuelves loco al Consejo. Apareces y desapareces cuando te da la gana. — Oh, sí. Me encanta volverles locos, pero eso sólo es un motivo. — No voy a preguntar por el otro. — Porque no me gusta ni la hipocresía ni ser el foco de atención. Coren soltó una carcajada. — Entonces te equivocaste de profesión. — Estoy de acuerdo. Me atrae más ser un espía. — O actor. Llegamos hasta una cabaña abandonada. Lo único que mantenía en pie las paredes era la hiedra y algunas enredaderas. Hacía mucho tiempo que el techo había desaparecido: era un milagro que siguiese en pie. —¿De verdad vamos a entrar por aquí? —preguntó Coren con el ceño fruncido, temiendo que el edificio se derrumbase sobre nosotros. — Sí. Es más seguro de lo que parece. Además de que ya nadie viene por aquí. — Me pregunto porqué será. Supongo que la falta de techo
— Llegamos a la primera aldea. — le dije a Kael al día siguiente. — Ya era hora. — me respondió con esfuerzo, y no era para menos: Kael estaba cargando con la enorme carreta que usábamos para repartir los recursos. — Es culpa tuya. Tú elegiste no turnarnos. — Es un buen peso para entrenar. — Coge un hacha, corta un árbol y úsalo de pesa. — No sabía que te gustaba desperdiciar leña. — Cállate. Deja de molestarme. — No. Te lo dije: eres mi objetivo favorito. — Entonces búscate otro. — Uff. Es demasiado esfuerzo. Paso. Entramos a la aldea, dónde ya nos estaba esperando el líder, su hombre de confianza y un chico muy joven. — No os esperábamos de vuelta tan pronto. ¿Qué nos traéis ésta vez? — nos preguntó el líder de la aldea con nerviosismo. — Lo de siempre. — respondió Kael soltando la carreta. — Bien. Si podéis dejarlo aquí, yo me encargo. Así no os entretengo. — nos respondió. Le miré con los ojos entrecerrados. — Lo haremos nosotros, como siempre. — respon
Aquel tortazo me devolvió a la realidad, aunque me hirió el orgullo mucho más de lo que quería admitir. Me llevé la mano a la mejilla dolorida: odiaba perder el control pero Kelly tenía razón. El muchacho era inocente. Notaba la adrenalina, el odio y la furia por todo mi cuerpo y supe que necesitaba sacarlo o volvería a estallar. Sabía lo que me iba a pedir sin necesidad de preguntarlo: salir a cazar Ejecutores, juntos, como habíamos hecho unos años atrás. Me dirigí a una salida del pueblo que estaba abandonada: tan sólo había una casa en ruinas rodeada de muchos árboles. Llegué al primero, me crují los nudillos y lancé con toda mi fuerza un puñetazo. El árbol se tambaleó pero no di tiempo a que se estabilizase antes de darle otro puñetazo con la otra mano. Odiaba a los Ejecutores y Kelly lo sabía muy bien. Los odiaba por lo que eran, por lo que hacían, por mis propios recuerdos. El árbol se rompió por la mitad y me dirigí hacia el siguiente. Evitaba pensar en ésa época. Aún p
Por primera vez en mi vida, el miedo y el terror me paralizaron: habían reducido todo a cenizas. — No... no... ésto no... — balbuceé con voz ahogada desafiando al nudo de mi garganta. Noté cómo las lágrimas se deslizaban por mis mejillas mientras mi mente trataba de asimilar lo sucedido: ¿por qué? ¿Por qué habían destruido el único lugar que podía considerar un hogar seguro? ¿No les bastaba con cazarnos fuera de nuestras aldeas, que ahora venían a nuestras chozas para hacerlo? ¿No les bastaba con condenarnos a vivir en la mayor de las miserias y violencia? Noté cómo la furia y la sed de venganza me inundaban: aquello me permitió moverme hacia adelante. Aunque ahora sólo veía un montón de ruinas, madera quemada y cenizas, un par de días antes había sido la casa más grande de la aldea dónde vivía la anciana del pueblo. A pesar de su avanzada edad, nadie se atrevía a enfrentarse a ella: su mirada afilada e inteligente te hacía sentir vulnerable, y sus palabras rudas y directas