La Ceo Heredera: nuestro matrimonio por contrato

La Ceo Heredera: nuestro matrimonio por contratoES

Romance
Última actualización: 2025-06-19
Al Vergara  Recién actualizado
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Resumen
Índice

Jonah Lewin Benson ha muerto, en su testamento ha dejado una importante Cláusula, la más importante de todas; que su nieta Anne, contraiga matrimonio con el importante Magnate hotelero Alexander Delacroix. un pasado une a ambos, el cuál Anne quiere olvidar puesto que odia Alexander por romperle el corazón. ¿podrán volver a amarse?

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Capítulo 1

Tierra sobre el ataúd

Cuando se escuchó la última palada de tierra sobre el ataúd de mi abuelo, supe que mi tiempo en aquella mansión había terminado. El mundo que conocía se derrumbó con ese sonido seco, final. Era plenamente consciente de que nadie en esa casa me tenía verdadero afecto. Yo era la hija del hijo ilegítimo de Jonah Lewis Benson, el primogénito, sí, pero nacido de una mujer que no era su esposa.

Mi padre nos dejó al cuidado de mi abuelo cuando nuestra madre y nuestro hermano menor murieron en un accidente aéreo. Teníamos apenas cinco y cuatro años. Sumido en su dolor, se refugió en las empresas y nos olvidó. Patrick, mi hermano, se fue en cuanto cumplió los dieciocho años para irse a la universidad. Nunca regresó. Yo, en cambio, me quedé. Permanecí al lado del abuelo y estudié Negocios Internacionales en la universidad más cercana.

La familia de mi abuelo —o más bien su esposa— nunca nos aceptó. Eleanor era una mujer fría, clasista y racista. Con ella tuvo tres hijos: los gemelos William y Edward, y una hija, Margaret. Mis tíos eran inútiles que solo sabían estirar la mano para vivir del fideicomiso. Margaret, casada en un matrimonio por conveniencia, era el vivo retrato de su madre: vacía, elegante y calculadora.

Eleanor fingía afecto solo cuando mi abuelo estaba presente. A solas, nunca ocultó su desprecio. Sabía que debía marcharme de la casa donde había vivido desde los cuatro años. Aunque tenía un trabajo en una de las empresas familiares —puesto que mi padre logró asegurar antes de desaparecer en algún país del Medio Oriente—, no sabía qué diría el testamento. El abuelo me quería, eso sí, pero nunca fue claro sobre lo que dejaría en mis manos.

Nadie lloraba aquel día, excepto yo. Mi padre no llegó al funeral. Ni siquiera llamó. Patrick envió una escueta nota de condolencias, prometiendo llegar el mismo día del entierro… cosa que aún no ocurría. El resto de la familia parecía aliviada, como si finalmente se libraran de una carga. La enfermedad del abuelo había sido larga, incómoda y pública, a pesar del dinero suficiente para costear enfermeras y personal.

El abogado de la familia se acercó con paso firme pero respetuoso. Informó a cada uno que el testamento sería leído esa misma tarde, en la biblioteca de la mansión. La ausencia de Samuel, mi padre, no era un impedimento: asistiría por videollamada.

Yo me quedé un momento más en el cementerio, frente a la tumba cubierta de flores. Mandé colocar los arreglos más coloridos que encontré, porque el abuelo amaba los colores. Quise regalarle eso, al menos una última vez.

—Te esperamos en la casa de tu abuelo —me dijo el abogado, su voz suave, cargada de consideración—. Sé cuánto lo querías, Anne. Y sé cuánto te duele, más aún desde que Patrick se marchó.

—Sí —respondí, con lágrimas escurriendo por mis mejillas pálidas—. Sin mi abuelo… me siento sola. Él era mi mayor soporte. Sé que ahora tengo que irme de lo que ha sido mi hogar durante veinticuatro años… pero tenía que pasar.

—Tómate tu tiempo —dijo el hombre, con una leve presión de su mano arrugada sobre mi hombro.

Minutos después, en la gran mansión Lewis Benson, los automóviles de la familia estaban aparcados con elegancia frente al porche. Todos estaban ya reunidos en la biblioteca: los mellizos con sus esposas e hijos, Margaret con su esposo, la esposa del difunto Jonah sentada con expresión imperturbable. Patrick, al parecer, había llegado sin avisar y ya estaba ahí, de pie junto a la ventana, silencioso.

El abogado abrió un sobre lacrado. Su voz rompió el silencio con solemnidad.

—El día de hoy se leerá la última voluntad de Jonah Lewis Benson. Un hombre de negocios. Un patriarca. Un padre… de cuatro hijos.

Y entonces comenzó la verdadera tormenta.

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