La noche avanzaba lenta en el penthouse, y aunque el silencio reinaba, Evan no podía hallar calma. Desde que su abuela había salido del despacho de su padre, no dejaba de imaginar qué palabras se habían dicho, qué verdades habían estallado en ese encuentro. Él mismo había pasado toda la tarde con un nudo en el estómago, consciente de que la vida ya no volvería a ser la misma.
Esperó. Caminó de un lado a otro en el pasillo del ala sur hasta que escuchó el eco de pasos suaves acercarse. Marie O’Farrel apareció al final del corredor, cansada, con la espalda un poco encorvada, como si los años la hubieran golpeado de golpe en aquella hora.
Evan la llamó con un hilo de voz, pero firme:
—Abuela.
Marie levantó la vista, lo encontró ahí, con la seriedad de un hombre joven que cargaba heridas demasiado antiguas para su edad. Se detuvo frente a él, con un suspiro que le tembló en el pecho.
—Necesitaba verte —continuó Evan—. Quiero hablar contigo… de todo.
Caminaron juntos hasta la sala de músic