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Pasaron varios días desde la firma del contrato. Asumí oficialmente mi nuevo papel como directora ejecutiva de la empresa. Todo marchaba de maravilla. El trabajo de mi abuelo había sido impecable. De ser la número siete en su rubro, en los últimos años se convirtió en la número tres. Yo sabía que mucho de ese ascenso se debía a mi ayuda, y eso comenzaba a escucharse en los pasillos.
No había visto a Alexander en los últimos días. Al parecer, no nos veríamos hasta el día de la boda, lo cual agradecía. No soportaba la idea de tenerlo frente a mí antes de tiempo. Había algo que me generaba inseguridad y dolor… o quizás era angustia. El testamento era claro: debía casarme. Pero eso implicaba convivir con él en el departamento que mi abuelo había dejado expresamente para ambos.
Mientras estaba absorta revisando documentos, no me di cuenta de que mi asistente llevaba un rato frente a mí.
—Jefa, la buscan. El señor Delacroix está en la sala de juntas —informó Jean con tono sereno—. Le di