Capítulo 5

POV – Mila

Me vestí con calma, aunque las manos me temblaban. Jean negro, blusa de tirantes, chaqueta ligera y tenis. Nada ostentoso, nada que pudiera confundirse con un intento de impresionar. Hoy no me disfrazaría para agradar a nadie. Hoy sería yo.

En el espejo, mi reflejo me devolvió la mirada. Ojeras, cansancio, pero también un brillo nuevo: determinación. No dejaría que Javier supiera todavía quién era en realidad. Esa verdad la revelaría, cuando llegara el momento.

El taxi avanzaba lento, y mi mente, como siempre, se desvió hacia el pasado.

Flashback

Javier entró a la habitación con el ceño fruncido, arrojando papeles al suelo.

—¡La empresa se hunde! ¡Estamos arruinados! ¡Mi padre me matará si no lo resuelvo, Mila!

Lo vi derrumbarse en la cama, con la desesperación pintada en cada gesto. Yo no dudé. Abrí mi cajón y saqué el collar de mi madre. Mi único recuerdo valioso. Temblando, lo puse en sus manos.

—Véndelo. Te ayudará.

Su expresión cambió como si hubiera visto la luz al final del túnel. Me abrazó con fuerza, su voz temblaba, pero sonaba sincera.

—Mila… eres lo mejor que me ha pasado. Sin ti estaría perdido.

Y yo lo creí. Dios sabe cuánto lo creí.

Fin del flashback

Me mordí el labio hasta sentir el sabor metálico de la sangre.

—Mentiroso —susurré—. Siempre fui la sombra. La sustituta de Lola.

El restaurante me recibió con un murmullo elegante: piano suave, copas tintineando, aroma a vino caro. El mesero me condujo al fondo, donde me esperaban Martín y Javier.

Martín, erguido y con una copa en la mano. Javier, en cambio, ni siquiera levantó la vista de su teléfono.

—Mila —dijo Martín, con esa sonrisa que helaba—. Gracias por venir.

Me senté frente a ellos. Ni una mirada de Javier, ni un gesto. Nada.

Martín deslizó una carpeta hacia mí.

—Antes del divorcio, hay un asunto pendiente.

La abrí. “Renuncia de derechos”.

—Aquí confirmas que no reclamarás nada de la familia Rodríguez. Ni dinero, ni propiedades.

Una risa amarga se me escapó.

—¿De verdad creen que quiero su dinero? Lo único que deseo es que me dejen en paz.

—Entonces firma —contestó Martín con calma.

Tomé la pluma, pero alcé la vista hacia Javier.

—¿Ni una vez pensaste en mí? ¿No te basta con verme humillada?

Él suspiró, fastidiado, y por fin levantó los ojos.

—Mila, esto es solo negocio. Firma y terminemos.

Un vacío me tragó por dentro. Firmé con rabia, estampé mi nombre como si cortara un lazo, y empujé el papel hacia ellos.

—Ahí lo tienen. ¿Felices?

Martín sonrió satisfecho. Javier volvió a su teléfono.

Me levanté, pero la voz de Martín me detuvo.

—No vuelvas a presentarte ante nosotros. Eres un error en la vida de Javier.

—No, señor —mi voz temblaba, pero no retrocedí—. El error fue haber creído que alguien como él merecía mi amor.

—Nadie que valga la pena se casaría contigo —remató Martín, con crueldad—. No eres más que una sombra.

El aire se me atoró. Y justo entonces, otra voz resonó firme desde la entrada:

—Yo me casaré con ella.

El tiempo pareció detenerse.

Un hombre alto, traje impecable, caminó hacia nosotros. Lo reconocí al instante: el mismo desconocido que me había ayudado en el hospital, el que había aparecido en el momento más oscuro. Mi corazón dio un vuelco. ¿Qué hacía aquí?

Martín se tensó, como si hubiera visto un fantasma. Javier dejó el celular, y en sus ojos apareció un brillo extraño, entre odio y desafío.

—¿Qué haces tú aquí? —escupió Martín.

El desconocido rió bajo, sereno.

—Acompañando a mi futura esposa.

Javier sonrió con sorna.

—Déjalos, papá. Él está acostumbrado a tener siempre mis sobras.

Mis piernas se debilitaron. ¿Sobras? ¿Esposa? ¿Qué significaba eso? ¿Qué relación había entre ellos? La tensión en la mesa me lo gritaba, pero ninguno iba a decirlo.

El desconocido se detuvo detrás de mí, apoyó una mano firme en el respaldo de mi silla. No tuve miedo. Lo miré de reojo y sentí esa extraña mezcla de alivio y desconcierto. No sabía quién era, pero sí que estaba de mi lado.

Fue entonces cuando Lola apareció, cruzando el salón con una sonrisa de triunfo. Se aferró a Javier del brazo y me miró con burla.

—Ya está hecho, amor. Eres libre.

Javier asintió sin mirarme, como si yo nunca hubiera existido.

Algo en mí se rompió, pero antes de caer en la desesperación, sentí una mano firme rodearme la cintura. El desconocido, delante de todos, me atrajo hacia él.

—Si nos disculpan, mi prometida y yo tenemos una boda que planear.

Un murmullo recorrió el restaurante. El silencio de los Rodríguez me desconcentro aún más, pero me gusto ver sus caras. Nadie lo esperaba.

Me dejé llevar hasta la salida. Solo cuando estuvimos afuera me solté de su mano, temblando entre rabia y desconcierto.

—¿Qué fue todo eso? ¿Por qué aseguraste que nos casaremos? Ni siquiera sé tu nombre.

Él me miró con seriedad, sus ojos duros como el acero.

—Todo a su debido tiempo. Además, solo te estaba ayudando.

Me quedé en silencio, confundida.

—¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó con calma.

Negué con la cabeza.

—Prefiero caminar.

Él asintió y se marchó, dejándome sola en la acera.

El aire frío me golpeó de frente mientras avanzaba sin rumbo. Mi mente ardía. ¿Quién era realmente ese hombre? ¿De dónde conocía a los Rodríguez? No parecía una casualidad que apareciera siempre en los momentos más difíciles.

No tenía respuestas. Pero una certeza me acompañaba: debía empezar a investigar.

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