Me aliste con ropa casual, jean negro, blusa de tirantes, una chaqueta a juego y tenis cómodos, aun no dejaría que Javier supiera mi verdadera identidad, esa revelación la haría a su debido tiempo. Mientras el taxi avanzaba por las calles mi mente viajo en el tiempo.
Flashback
Javier, entrando a la habitación con el ceño fruncido, arrojando papeles al suelo.
—¡La empresa se hunde! ¡Estamos arruinados! Mi padre me matara si no lo resuelvo Mila.
Lo vi dejarse caer en la cama frustrado, Yo no lo dude ni un segundo, temblando, saque el collar de mi abuela de un cajón. Se lo puse en las manos y le di una sonrisa de apoyo.
—Véndelo. Te ayudará a salvar la empresa.
Él lo tomó, y en ese momento su expresión brilló. Me abrazó con fuerza, con esa calidez que me hacía creer cada palabra.
—Mila… eres lo mejor que me ha pasado. Sin ti, estaría perdido.
Yo lo creí. Dios sabe cuánto creí en ello.
Fin del flashback
Escupí al suelo, con la rabia ahogándome.
—Mentiroso. Siempre fui la mujer que soportaba. La sombra. La sustituta.
Ya no más.
El restaurante estaba casi vacío, con música de piano flotando como un eco melancólico. El mesero me guio hasta el fondo, y allí estaban: Javier y ese demonio, su padre Martín Rodríguez.
Martín se mantenía erguido como un juez, con una copa de vino en la mano. Javier, en cambio, parecía un adolescente aburrido, entretenido con su teléfono, sin dignarse a levantar la mirada cuando me acerqué.
—Mila —dijo Martín, con una sonrisa glacial—. Gracias por venir.
Me senté frente a ellos. Clavé mis ojos en Javier, esperando algo, aunque fuera un destello de humanidad. Pero nada. Solo el reflejo azul de la pantalla iluminando su rostro.
Martín deslizó una carpeta hacia mí.
—Antes de que firmes el divorcio, hay un asunto pendiente.
—¿Qué asunto? —mi voz se tensó.
Él abrió la carpeta. Dentro había un documento redactado vi el encabezado. RENUNCIA DE DERECHOS.
—Aquí renuncias a cualquier demanda económica contra nuestra familia. No recibirás ni un centavo de Javier, ni de los Rodríguez.
Una carcajada amarga se me escapó.
—¿De verdad creen que quiero su dinero? ¿No entienden que lo único que deseo es que me dejen en paz?
Martín entrelazó los dedos, implacable.
—Entonces, firma. Y demuéstralo.
La pluma reposaba en la mesa como una trampa. La tomé con rabia, pero antes alcé la vista hacia Javier.
—¿No vas a decir nada? ¿Es que ni una sola vez pensaste en mí? ¿No te basta con verme humillada?
Mi voz se quebró por un momento. Él levantó la mirada apenas un instante, exhalando con fastidio.
—Mila, esto es solo negocio. Firma y terminemos este drama.
Su indiferencia me atravesó más que cualquier insulto. Apreté la pluma, firmé con furia y empujé el documento hacia ellos.
—Ahí lo tienen. ¿Felices?
Martín asintió, satisfecho. Javier volvió a refugiarse en la pantalla de su celular, como si yo nunca hubiera existido.
Me puse de pie, pero entonces la voz de Martín, fría y cortante, me detuvo.
—Espero que nuca más te presentes frente a nosotros, fuiste un error en la vida de Javier.
—En eso se equivoca señor, dejé pasar cosas mejores por amor a su hijo, nunca debí casarme con él.
—No me hagas reír Mila, nadie que valga la pena querrá casarse contigo. —Su mirada era de desprecio puro—. No eres más que una sombra. Un fracaso, un apellido sin respaldo.
Mis labios temblaron, la rabia me subió hasta la garganta. Y justo cuando iba a responder, otra voz, firme y clara, interrumpió desde la entrada del restaurante:
—Yo me casaré con ella.
El aire se cortó.
Un hombre alto, de porte elegante, avanzó hacia nosotros. Su traje oscuro caía perfecto sobre sus hombros, su mirada era segura, desafiante. ¿De dónde salió esta persona? No puedo evitar que se me hagan preguntas en la cabeza.
La sonrisa de Martín se congeló. Javier dejó el celular en la mesa por primera vez, y una chispa extraña cruzó sus ojos, esa tensión me confirmó que había algo más allí.
— Nicolás, ¿estás seguro que quieres meterte en este lío? No olvides quién eres—escupió Martín.
Este era precisamente el Nicolás que mi padre había elegido para mí. Pero, ¿por qué se conocían los tres? Antes de que pudiera pensar detenidamente, Nicolás apoyó la mano en el respaldo de mi silla y respondió con calma.
—Claro que conozco bien mi identidad, pero ella es mi prometida ahora, no voy a permitir que la humillen.
Javier bufó, incrédulo.
Esto es ridículo.
Pero Nicolás no se movió ni un centímetro. Su sola presencia llenaba el lugar.
Lo miré, perpleja. Mi corazón golpeaba en el pecho, pero entendí en ese instante lo que debía hacer. Enderecé la espalda y puse mi mano sobre la suya.
—Sí, nos casaremos pronto. —Mi voz sonó firme, más fuerte de lo que esperaba—. Porque yo ya elegí.
Martín entrecerró los ojos, se levantó listo para irse. Javier apretó la mandíbula, y por un segundo pareció que iba a decir algo, pero guardó silencio. Quizás creía que todo era un teatro pasajero.
Pero entonces Lola apareció entre las mesas, resplandeciente y segura. Javier se levantó al instante y la rodeó por la cintura, como si con ese gesto declarara a quién pertenecía su lealtad.
—He venido a este restaurante a negociar una colaboración importante —anunció Lola con altivez.
Martín sonrió, venenoso.
—¿Sabes Mila, por qué a pesar de tu parecido con Lola, Javier nunca te eligió? Porque no eres igual de valiosa. Lola puede traer beneficios, tú… no eres nadie.
Yo no dije nada. Solo curvé mis labios en una sonrisa ligera, había llegado el momento en que recibieran mi primer golpe.
El teléfono de Lola vibró en ese instante. Contestó, y su expresión cambió de inmediato: de arrogancia a una mueca amarga.
—Esto es solo el comienzo.
Nicolás tomó mi mano y, avanzamos hacia la salida mientras el silencio pesaba detrás de nosotros.
Javier nos siguió con la mirada, incómodo, inquieto. Martín apretaba la copa con furia contenida. Y Lola… aún no entendía qué había pasado, pero algo en su mundo se acababa de quebrar.
Por primera vez en años, yo llevaba el control. Y apenas era el inicio.
Yo, en cambio, sabía que era un punto de no retorno.
En la acera, el aire frío me golpeó el rostro. Nicolás y yo nos detuvimos unos pasos lejos de la entrada.
—¿Cómo supiste que estaría aquí? —pregunté, con la voz aún temblorosa.
Él me miró, y en sus ojos había una dureza distinta, pero también un destello de humanidad.
—Ahora eres mi prometida, debo saberlo todo de ti.
No era coincidencia.
No lo amaba. Apenas lo conocía. Pero delante de Javier y Martín, ya dije que me casaría con él; además, acaba de ayudarme a salir de apuros, y sumado a la promesa de mis padres, él de todos modos es una buena persona.
—Entonces… nos casaremos
El silencio se extendió demasiado, hasta que fue él quien lo rompió.
—Sé que esta unión no es lo que esperabas. Pero créeme: será beneficiosa para ambos. Tú recuperarás lo que te arrebataron y yo… fortaleceré lo que me pertenece.
Me tensé.
—¿Y si resulta ser un error?
Sus labios se curvaron en algo parecido a una sonrisa, aunque sus ojos permanecieron serios.
—No lo será te a seguro que, no te arrepentirás.
Lo mire un instante, parecía muy convencido de esta unión, yo tenia dudas, pero ya no podía dar marcha atrás. Nos despespedimos allí, esta noche seria la cena con mis padres para acordar la fecha de la boda, una cena que era el inicio de mi venganza.