Capítulo 8.

El sonido de la puerta cerrándose detrás de mí fue como un fuerte golpe. No había más gente presente, ni risas, ni miradas que examinaran cada uno de mis movimientos. Solo estábamos él y yo, atrapados en esa lujosa suite en el piso más alto de un hotel que tenía aroma a madera costosa y flores frescas.

El silencio era denso. El vestido de novia aún me apretaba el pecho y el corsé me dejaba sin aliento. Todo me resultaba incómodo, pero nada tanto como la cercanía de Nicolás, que era familiar y extraño al mismo tiempo.

No esperé más.

—¿Qué estás escondiendo? —pregunte de repente, sin poder controlar la tormenta de preguntas que me consumían—. ¿Por qué no me dijiste que Javier era tu hermano? ¿Por qué me hicieron quedar en ridículo? ¿Por qué. . .?

Él levantó la mano, sereno, como alguien que intenta calmar a una bestia agitada. Sus ojos grises me miraron con tal seriedad que me hicieron callar.

—Una pregunta a la vez, Mila.

Me costaba respirar, mis labios estaban secos. No tenía intenci
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