Capítulo 2.

No era solo una mujer. Era ella. La original. Y de pronto entendí lo cruel de mi papel: yo no era su esposa, apenas era una sombra… la imitación barata de un amor que nunca me perteneció.

Solo ahora comprendo que la razón por la que Javier me eligió fue porque mi rostro es casi idéntico al de Lola. Un parecido absurdo, inexplicable, como si el destino se hubiera burlado de mí al ponerme en su camino con esa cara que no me pertenece del todo. No sé por qué existen dos personas en el mundo que puedan parecerse tanto, pero esa coincidencia se volvió mi condena: ser vista, amada y deseada siempre como ella.

Nunca olvidaré el frío que sentí aquella noche en la entrada del hospital. No era la brisa helada ni la humedad de la ciudad; era el escalofrío que recorría mi cuerpo al ver a Javier tomándola del brazo, como si yo fuera la intrusa en la historia de mi propia vida.

Lo enfrenté tambaleándome, con el dolor aún palpitando en mi frente y un vacío devorándome por dentro.

—¿Javier? —mi voz sonó quebrada, aunque seguía firme.

Él me miró sorprendido, como si no pudiera creer que estuviera allí, en pie, viva.

—Mila… ¿por qué estás fuera de la habitación? —su tono no mostraba preocupación, solo molestia. Como si hubiera arruinado un momento perfecto.

Lola se aferró a él más fuerte, con esos ojos brillantes llenos de veneno disfrazado de dulzura.

—Oh, así que tú eres Mila… la esposa —dijo, acentuando la palabra “esposa” como una aguja envenenada.

Sentí que mi pecho se rompía. Respiré profundamente, intentando mantenerme en pie.

—Soy la mujer que estuvo a su lado durante tres años mientras tú estabas ausente.

Ella se rió, una risa suave y punzante, como si mi dolor fuera un mal chiste.

—Ausente o no, el verdadero amor siempre regresa, ¿verdad?

Javier me interrumpió de inmediato, con su expresión dura y cruel.

—Basta, Mila. No hagas un escándalo. Lola acaba de volver y no voy a permitir que le hagas daño con tus escenas.

Mi corazón se rompió con un latido violento.

—¿Escándalo? —quise gritar, pero mis palabras salieron como un susurro rasposo—. Hoy… hoy perdí a nuestro hijo. Tu hijo, Javier. Mientras yo me desangraba en un hospital, tú estabas… —mi garganta se cerró, incapaz de pronunciar lo evidente.

Él frunció el ceño, impaciente.

—¿Qué tonterías dices?

Mis ojos se llenaron de lágrimas, buscando en él un poco de humanidad. Pero solo encontré un muro frío.

Lola abrió la boca, fingiendo horror.

—¿Un hijo? ¡Javier, no me lo habías contado!

Lo miré nuevamente, rogándole que me defendiera, que, aunque fuera por un instante me tendiera la mano. Pero solo recibí el golpe más mortal.

—Mila… siempre lo supiste. Para mí solo eras un reemplazo.

El suelo se desvaneció bajo mis pies.

—¿Qué…?

Él señaló a Lola.

—Ella es y siempre será mi verdadero amor. Tú solo llenaste el vacío que dejó. Y ahora que ha vuelto… no intentes sujetarte a algo que nunca te perteneció.

Me faltó el aire.  Las lágrimas ardían, pero la rabia brotó con más fuerza que la tristeza.

—¿Un reemplazo? —susurré, temblando.

—Exacto.

Lo empujé con la poca fuerza que me quedaba.

—¡Mírame a los ojos y atrévete a decirme que no valgo nada! ¡Dilo!

Él me empujó hacia atrás. Caí de rodillas, la herida en mi frente se reabrió y la sangre tibia fluyó sobre mis labios.

Lola retrocedió, actuando de manera exagerada.

—Oh, no… ¡sangre! Creo que me voy a desmayar.

Y Javier, el hombre que alguna vez prometió protegerme, la sostuvo como si fuera delicada.

—Tranquila, cariño, te llevaré con el doctor.

Antes de irse, me lanzó una mirada fría.

—Mila, vete a casa y ya no molestes.

Esa expresión fue el golpe final. Algo en mi interior se rompió.

Me levanté tambaleándome, con mi cara cubierta de sangre y lágrimas.

—¡Quiero el divorcio! —grité, dejando salir toda la rabia que sentía—. ¿Me escuchas, Javier? ¡Quiero separarme de ti!

Mi voz resonó en el pasillo del hospital, llevándose la última pizca de dignidad que tenía, pero también marcando el comienzo de algo diferente.  Él no se dio vuelta.  Siguió su camino, llevando a Lola en brazos, como si yo no estuviera allí.

Quedé sola, invisible, destrozada.

*

*

Los días en el hospital fueron un suplicio de silencio. Un silencio denso, insoportable, que se me pegaba a la piel. Javier jamás cruzó la puerta de mi habitación. Cada paso, cada movimiento suyo, estaba destinado a Lola, nunca a mí.

Con el documento de alta en la mano intenté regresar a casa. Pedí un taxi, pero fue inútil: era hora pico y todos parecían ocupados. Como último recurso pensé en él. Javier también estaba allí… quizá podría llevarme, o al menos eso me repetí para darme valor.

Reuní mis pocas pertenencias, respiré hondo y me armé de coraje. Mis pasos me llevaron hasta la puerta de la habitación privada donde Lola era atendida como una reina, mientras yo apenas me sostenía en pie.

—Llévame a casa, Javier.

Él me miró con desdén, como si su mirada me helara por dentro. Lola actuó como si estuviera débil, con una voz dulce pero engañosa.

—No… no puedo viajar en el coche con ella. Su herida… todavía está sangrando. No quiero desmayarme otra vez.

Lo miré, rogando que al menos esta vez defendiera lo poco que tenía.

Pero Javier se inclinó hacia Lola, le acarició el cabello y dijo:

—Está bien, cariño.

Sacó un manojo de billetes y los arrojó al suelo.

—Toma un taxi. No quiero problemas.

El dinero quedó disperso a mis pies. No me agaché. Ni un solo billete valía mi dignidad.

Solo que quede allí viéndolos irse, sin siquiera mimarme, tenía mi corazón hecho pedazos, tantos años de dedicación no valían más que un fajo de billetes.

Cuando llegué a la mansión, lo vi riendo en la sala con Lola y mi suegra. Una familia perfecta de la cual ya no formaba parte.

Subí a mi habitación para empacar. Pero Elena, no me dejaría ir sin humillarme una vez más.

—Mila, deja de hacer teatro. La verdadera dueña ha vuelto. Tú solo fuiste un remplazo barato.

Las risas de los tres me siguieron mientras cerraba mi maleta.

Y esa noche, mientras acariciaba mi vientre vacío, hice una promesa:

Si para ellos soy una sombra, aprenderé a moverme como tal. Invisible. Imparable. Y cuando menos lo esperen… sabrán lo que significa perderlo todo.

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