Capítulo 129.

POV: Mila

La brisa marina entraba por la ventana de mi nuevo estudio, un rincón en el bungalow donde el sol pintaba manchas doradas en las paredes blancas. El segundo trimestre del embarazo me había devuelto la energía, como si los gemelos—Clara y Alejandro—me prestaran su fuerza desde mi vientre. Sentada frente a un caballete, mis pinceles danzaban sobre un lienzo, trazando un paisaje de olas y acantilados que reflejaba nuestro nuevo hogar costero. La pintura, como la escritura en mi cuaderno de memorias, se había convertido en mi refugio, una forma de transformar el dolor en algo hermoso. Cada trazo era un paso hacia la sanación, un eco de Clara, mi madre, cuya presencia sentía en cada ola que rompía en la playa.

El cuaderno descansaba a mi lado, lleno de palabras para ella, para mis hijos, para mí misma. “Clara, quiero que los gemelos sepan que tu amor nos salvó,” escribí esa mañana, mi mano temblando con una mezcla de gratitud y nostalgia. Las memorias no eran solo sobre su muerte
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