Ámbar
Como siempre, David no se muestra muy expresivo conmigo ni es cariñoso, pero al menos se mantiene centrado en sus asuntos y me deja en paz para disfrutar de mi felicidad. No me importa llevar puesto este espantoso vestido verde que me hace lucir como un árbol de Navidad sin adornos. Cuando todo esto termine, volveré a vestirme en público como a mí me gusta.
Apenas puedo recordar la última vez que entré a la ciudad. Me asusta pensar que ya pasaron más de cinco meses. Esta ciudad, aunque suene exagerado, cambia mucho de un mes a otro, ya que nuevos comerciantes llegan con la esperanza de prosperar.
—¿En dónde es el evento? —le pregunto a David mientras entramos en la avenida principal, esa que aglomera los negocios más grandes e importantes y que, debido a las hermosas luces que proyectan sus edificios, luce como una calle dorada.
Solo existen dos clases de personas: las que trabajan y las que compran aquí. Yo me encuentro en un doloroso punto nulo, ya que en teoría podría venir a