Ámbar
Sin abrir los ojos, me estiro en la cama hasta que mis articulaciones protestan un poco. Las sábanas son suaves, como recostarse en una nube, pero son frías, más aún sin nadie a mi lado para calentarlas.
David ha pasado otra noche fuera de casa.
Me incorporo lentamente, mirando aquel lado vacío de la cama. En estos dos años de matrimonio, jamás lo he cuestionado sobre cómo pasa sus noches, ya que me lo puedo imaginar perfectamente. Me resulta más fácil cuando no llega, porque cuando lo hace, suele estar bastante borracho y solo quiere acostarse conmigo para tomarme de una manera intensa, como en nuestra noche de bodas.
Me levanto, me pongo una bata y bajo al primer piso. En el largo y lujoso comedor, ya me espera mi desayuno. Se ve ridículo en una mesa tan grande, pero no tengo permiso de comer en la cocina con los empleados. Al parecer, tampoco con nadie más, pues jamás he recibido visitas, ni de mi familia ni de mis suegros.
—¿Es todo de su agrado, señora? —me pregunta Anastasia, la cocinera y la única persona que parece quererme en esta casa.
—Sí, Ana, está muy bueno —respondo con la boca llena—. Pero creo que me serviste mucho, tengo que darme prisa.
—Debe alimentarse bien —me dice con preocupación—. Últimamente, todo lo que hace es trabajar.
—Pues es que no puedo hacer otra cosa —replico con una sonrisa socarrona y llena de resignación.
Desde que me casé con David, no se me permite salir de casa, pero sí puedo usar internet. Gracias a eso, conseguí lo que considero la oportunidad de mi vida. Hace casi dos años, envié mis diseños a una pequeña empresa de joyería. Estos diseños eran los que usaría en la universidad a la que fui admitida. Al principio, dudé de la veracidad de la vacante, ya que no pedían estudios universitarios, sino nuevos talentos. Sin embargo, decidí arriesgarme y fui contratada y elogiada por mi talento en el diseño de joyas.
Tal vez esta no era exactamente la forma en que me había imaginado vivir mi sueño, pero no me puedo quejar. Diseñar y ver la felicidad de mi jefa y de mis clientes exclusivos, a quienes atiendo de manera independiente, llena mi vida y mantiene vivas mis esperanzas de poder saldar la deuda.
—Lo entiendo, señora, pero me preocupa que el malpasarse afecte su salud —insiste, preocupada, mientras coloca una mano sobre mi hombro—. Piense en lo que le digo, no me gustaría que cayera enferma y que el señor se preocupe.
—Él jamás se preocuparía por mí —murmuro con amargura—. No te preocupes, Ana, no pienso enfermarme. Comeré todo lo que has puesto.
Ella se muestra muy satisfecha mientras como. Agradezco haber obedecido, ya que necesito mucha energía para terminar el diseño y enviarlo antes de la hora acordada. Aunque ya está terminado, me gusta ser perfeccionista y cumplir con las órdenes de mi jefa. En esta ocasión es más importante, porque se trata de un cliente muy importante. Con cada año que pasa, he notado el crecimiento exponencial de la compañía y el aumento de mi salario, gracias a la confianza que me tienen. Esta joya tiene que ser la mejor de mi carrera, no puedo cometer ningún error.
Cuando termino de comer, siento que mi estómago está a punto de reventar. Gracias a eso, Anastasia me regala una sonrisa de aprobación y me ayuda a acomodar todo en la mesa del jardín para que pueda trabajar. Aunque tengo una oficina dispuesta para eso, en los días en que David no está, prefiero estar al aire libre, con ropa ligera, disfrutando del sol matutino.
Cuando enciendo mi computadora, estiro los dedos varias veces para prepararme. Luego, subo los pies a la silla y me siento con las piernas cruzadas, ya que es así como me concentro mejor. Al abrir el programa en el que estoy diseñando, no puedo evitar sonreír. El diseño de este corazón de diamante es lo más hermoso que he creado.
Una vez que comienzo, mis manos y mi cerebro no paran. Me invade un frenesí muy conocido, que indica el final de un arduo trabajo de días o a veces de semanas. En este caso, me he tardado un poco más que en otros, a pesar del aparente diseño sencillo, ya que la cadena lleva muchos pequeños diamantes incrustados.
Esto es todo un lujo en el que espero no haber trabajado en vano.
Satisfecha por mi trabajo, guardo todo y lo envío a mi jefa para la revisión y aprobación final. No tardará en darme una respuesta rápida si encuentra algún error, pero eso ocurre escasas veces y solo pasó antes de cumplir mi primer año allí.
—No importa, si tiene errores, los corregiré —digo mientras me trueno los dedos y giro el cuello para relajarme.
Mi corazón comienza a latir deprisa al recordar que hoy me permitiré revisar mi cuenta bancaria, de la que mi esposo no tiene conocimiento. No lo hago a diario, sino cada vez que termino algo muy importante. Esta vez necesito saber cuánto dinero tengo en mi cuenta y cuán cerca estoy de terminar con esto.
Las manos me tiemblan y fallo un par de veces al intentar colocar la contraseña, pero finalmente logro acceder. Lo que refleja la página me hace sonreír de oreja a oreja: tengo cinco millones en el banco, la mitad del camino.
—Sí, genial, sí —susurro—. Estamos avanzando.
Cierro la página, suspirando de alegría. Si mis cálculos son correctos y no surgen inconvenientes, seré libre dentro de dos años, o incluso antes, ya que hay que considerar que mis clientes van en aumento y que me otorgan en la joyería trabajos de más calibre.
Por fin me libraré de este matrimonio sin sentido con David Ruiz.