Ámbar
—Te puedo…
—No, no tienes que explicarme nada —le digo, poniéndome de pie. David intenta sujetarme, pero soy más rápida y me aparto—. Eres un mentiroso, me hiciste vivir un verdadero infierno con la culpa que cargaba.
—Lo siento —se disculpa, recuperando su voz normal, esa que tanto adoro—. Estaba decidido a decírtelo hoy, a confesarte la verdad. Por eso te cité.
—Sí, lo sé —suspiro—. Y ahora que la verdad salió a la luz y la confirmé, quiero que nos separemos definitivamente.
—No, no lo acepto —dice angustiado, intentando acercarse—. No puedes dejarme, Pecas. Te amo demasiado, y tú me amas. No puedes abandonarme, mi amor.
—Llevaste todo esto demasiado lejos, David, Jerónimo… o como sea que te llames.
Aguantándome la risa, doy una media vuelta dramática y comienzo a caminar alrededor del comedor, evitando que él me alcance. La verdad es que ni loca pienso dejarlo, pero se merece sufrir un rato. Mejor dicho, un largo rato.
—Lo hice porque te amo, porque necesitaba estar cerca de