Ámbar
—¿Se puede saber a qué se debe esa sonrisa? —me pregunta Anastasia cuando entro en la casa—. La he visto muy emocionada toda la mañana.
Como supuse, la respuesta de Lucía, mi jefa, no tardó en llegar. Dio su visto bueno y se deshizo en halagos por mi increíble diseño. Solo hubo que hacer un pequeño ajuste en el broche y resolverle algunas dudas para que los artesanos pudieran hacerse cargo, pero eso no llevó más de diez minutos.
En conclusión, el trabajo quedó perfecto.
—Luego lo sabrás, Ana —le digo, ampliando mi sonrisa mientras sostengo mi laptop bajo el brazo—. Todavía es un poco prematuro anunciarlo, pero si todo sale bien, esto se terminará.
—¿Qué quiere decir? —Frunce el ceño.
—No me hagas caso por el momento —me río—. Por cierto, hoy quiero almorzar mi pasta preferida. ¿Podrías hacerla? También me encantaría comer panecillos y una botella grande de refresco, hace mucho que no lo tomo.
—Claro que sí —responde complacida, ya que le encanta que me alimente bien—. Me alegra