Ámbar
—¿Se puede saber a qué se debe esa sonrisa? —me pregunta Anastasia cuando entro en la casa—. La he visto muy emocionada toda la mañana.
Como supuse, la respuesta de Lucía, mi jefa, no tardó en llegar. Dio su visto bueno y se deshizo en halagos por mi increíble diseño. Solo hubo que hacer un pequeño ajuste en el broche y resolverle algunas dudas para que los artesanos pudieran hacerse cargo, pero eso no llevó más de diez minutos.
En conclusión, el trabajo quedó perfecto.
—Luego lo sabrás, Ana —le digo, ampliando mi sonrisa mientras sostengo mi laptop bajo el brazo—. Todavía es un poco prematuro anunciarlo, pero si todo sale bien, esto se terminará.
—¿Qué quiere decir? —Frunce el ceño.
—No me hagas caso por el momento —me río—. Por cierto, hoy quiero almorzar mi pasta preferida. ¿Podrías hacerla? También me encantaría comer panecillos y una botella grande de refresco, hace mucho que no lo tomo.
—Claro que sí —responde complacida, ya que le encanta que me alimente bien—. Me alegra que tenga mucha hambre.
—Sí, bastante, así que esfuérzate mucho.
Anastasia sonríe más y me voy al piso de arriba antes de que me siga preguntando cosas y logre sacarme información. En este momento, me encantaría tener un amigo o amiga a quien poder contarle esta inmensa alegría, pero por desgracia, nadie en nuestro círculo me tolera. No he podido volver a ver a mis amigas, y mucho menos a mi mejor amigo, que por alguna razón me bloqueó de todos lados después de que me casé. Tampoco conté con su presencia en la boda.
—Ojalá supieras que estoy a la mitad del camino, Joshua —susurro—. ¿Por qué me olvidaste? Se suponía que seríamos amigos para siempre.
Suelto un resoplido y coloco mi laptop sobre la cama. Pensar en mis amistades perdidas me pone mal, pero no debo dejar que eso me atormente ahora que estoy tan feliz.
Como sé que hoy no vendrá mi esposo, me quito la ropa y voy a darme un baño relajante en la bañera, que preparo con las sales y geles que me gustan. Cada vez que hago esto, recuerdo mi torpeza en la noche de bodas con estas cosas, pero pronto me di cuenta de que ninguno de los productos que hay aquí me hace daño.
Una vez que estoy dentro del agua caliente, echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos, disfrutando de mi triunfo. Siento que este diseño es el comienzo de un ascenso imparable que me llevará a alcanzar mi objetivo.
La puerta del baño se abre, lo que me hace abrir los ojos e incorporarme para cubrirme, aunque la espuma me proteja. David entra con el pecho desnudo y el pantalón desabrochado, pero, extrañamente, no parece ebrio.
—¿Necesitas algo? —le pregunto.
—No, no necesito nada de ti, Pecas —responde.
Desvío la mirada para que no se dé cuenta del efecto que sus abdominales tienen en mí. Aunque lo detesto y quisiera librarme de él, mi cuerpo reacciona ante su presencia y aroma, que sobresale por encima del de mis sales de baño.
—Bien.
Me vuelvo a concentrar en mis brazos, como si estos estuvieran muy sucios. Tal vez debería hundirme en el agua y esperar a que se fuera, pero como me odia, seguramente esperaría a que me ahogara. Esa idea está más que descartada.
—¿Qué es lo que tanto haces en la computadora? —me pregunta acercándose.
—Escribo. —No es del todo mentira, también me apasiona escribir artículos sobre mis diseños, darles una historia interesante y referencias de inspiración.
—¿Qué podría escribir una persona tan poco interesante como tú? —se burla, aunque ya no suena para nada a aquel hombre socarrón con el que me casé. Poco a poco ha ido perdiendo la gracia, como si sus asuntos de trabajo lo consumieran—. Explícalo.
—Como dices, soy muy poco interesante, así que lo que escribo es mucho menos interesante —le respondo.
Intento controlar mi respiración mientras David me toma del mentón y me obliga a mirarlo. Ahora está completamente desnudo y noto que sus ojos se han oscurecido. Quiere sexo, y lo quiere ahora.
—David…
Él se mete en la bañera, haciendo que más de la mitad del agua se desborde. No tengo tiempo de protestar, ya que me atrae hacia él y me besa con fuerza. Me resisto durante algunos segundos, pero termino rendida ante sus bruscas caricias, sus besos y mordidas apasionadas, y sus gruñidos. Esta vez, solo huele a él, y está en sus cinco sentidos. Aunque eso no me ilusiona en lo absoluto, debo admitir que me agrada.
David, enardecido, se lleva a la boca uno de mis pezones mientras busca penetrarme. Como ambos estamos mojados, me duele mucho cuando entra, pero él no parece darse cuenta y me embiste con desesperación. Sus manos se aferran a mis muslos, apretándolos con fuerza y dejando marcas. Aunque sé que me dolerán durante algunas horas o días, el placer es tan intenso que no pienso demasiado en ello.
Hoy no me molesta que me tome así, sobre todo cuando estoy tan contenta. De hecho, quiero disfrutar cada uno de nuestros encuentros para no sentirme tan mal cuando terminen.
—David —gimo, como tanto le gusta. Es imposible que su nombre no salga de mis labios mientras hacemos esto.
—Ámbar.
Frunzo el ceño, aturdida porque es la primera vez que no dice mi apodo. Aun así, no le pregunto nada y me sigo moviendo a su ritmo, buscando mi liberación, la cual encuentro a pesar de la dolorosa fricción. David me envuelve entre sus brazos y se queda pegado a mi pecho mientras mi orgasmo dura. Segundos después, él me sigue y eyacula dentro de mí, y su respiración agitada poco a poco se ralentiza.
—Saldremos a una exposición —me anuncia mientras me aparta con más suavidad de lo habitual—. Ponte el vestido azul, hará frío.
—Se rompió —le recuerdo—. Lo rompiste hace dos meses cuando…
—Entonces, el verde.
Odio ese vestido, pero solo asiento. Hoy no puedo ni quiero discutir.
—¿Puedo preguntar a qué clase de exposición? —le pregunto antes de que note mi indiferencia.
—Se expondrán algunos trabajos de joyería —murmura. Tengo que hacer un esfuerzo para no estallar de emoción y que me impida ir.
—Oh…
—Tengo que llevarte. Ana me dijo que estás aburrida en casa.
—De acuerdo —contesto, y sin poder contenerme, continuo—. ¿Se expondrá a J.R. Oviedo?
—¿Qué? —pregunta, entornando los ojos—. ¿Lo conoces?
—Eh… A mi madre le gustan mucho sus joyas, y sentí curiosidad.
Esto tampoco es mentira, todo el mundo adora sus creaciones. Yo también, pero voy más allá de la simple admiración. Si tuviera a ese diseñador frente a mí, le besaría los pies, pues su arte ha inspirado mucho al mío. Soy su mayor admiradora.
David no deja de mirarme como si quisiera entrar en mi mente, así que suspiro. Por primera vez en nuestro matrimonio, creo que debería contarle algo sobre mí.
—Admiro mucho su trabajo, es realmente impresionante. Por favor, no canceles la salida. Me comportaré a la altura y prometo no gritar, al menos no en público.
—¿Así que vas a gritar, Pecas? —se burla, pero no parece molesto—. ¿Qué tanto admiras a ese diseñador tan mediocre?
—Te juro que te mataré por lo que acabas de decir —espeto—. Es el mejor, el mejor de todo el mundo. Y no, no te mataré, perdón.
—Tienes que estar lista a las siete, Ámbar —dice con tono seco, aunque no tan frío—. O vamos a llegar tarde.
Sin más, sale de la bañera, dejando salir más agua. Volteo hacia otro lado y sonrío como nunca antes. Por primera vez, me siento muy feliz de acompañarlo a un evento.
Ojalá J.R. Oviedo esté allí.