ÁmbarSin abrir los ojos, me estiro en la cama hasta que mis articulaciones protestan un poco. Las sábanas son suaves, como recostarse en una nube, pero son frías, más aún sin nadie a mi lado para calentarlas.David ha pasado otra noche fuera de casa.Me incorporo lentamente, mirando aquel lado vacío de la cama. En estos dos años de matrimonio, jamás lo he cuestionado sobre cómo pasa sus noches, ya que me lo puedo imaginar perfectamente. Me resulta más fácil cuando no llega, porque cuando lo hace, suele estar bastante borracho y solo quiere acostarse conmigo para tomarme de una manera intensa, como en nuestra noche de bodas.Me levanto, me pongo una bata y bajo al primer piso. En el largo y lujoso comedor, ya me espera mi desayuno. Se ve ridículo en una mesa tan grande, pero no tengo permiso de comer en la cocina con los empleados. Al parecer, tampoco con nadie más, pues jamás he recibido visitas, ni de mi familia ni de mis suegros.—¿Es todo de su agrado, señora? —me pregunta Anastas
Leer más