David

Por momentos me arrepiento de lo que voy a hacer, pero en otros me repito que es la única forma de salir, de una vez por todas, de la enorme mentira en la que me metí. Puede que Ámbar se enfurezca y no quiera saber nada de mí, pero todo será peor si dejo que esta bola de nieve siga creciendo.

—Espero que tengas razón, Gustavo —murmuro mientras me aplico ese espantoso maquillaje en la cara.

No tengo ninguna necesidad de hacer esto —según Martín—, pero siento que Ámbar no me creerá ni una palabra si no me quito la máscara frente a ella.

—Solo por ti hago estas estupideces, Pecas —gruño.

Termino con los últimos detalles de mi horrorosa apariencia y me río nerviosamente. Creo que no lo hice del todo bien, apenas tuve tiempo con lo mucho que me esmeré cocinando.

Tal vez ni siquiera lleguemos a comer, pero es mejor discutir con el estómago lleno. Ámbar, cuando tiene hambre, se transforma en un lobo feroz e incontrolable, y más desde que está embarazada.

—Carajo… ojalá me pegues con fu