Jacob jamás imaginó que una noche marcaría el inicio de su condena. Lo que presenció dos años atrás —una mujer devorando a su amigo como una criatura de pesadilla— lo dejó traumado… y solo. Nadie le creyó. Nadie, excepto ella. Ahora, en medio de una ciudad helada, se reencuentra con Valery, una mujer misteriosa, hermosa y envolvente. Lo que él no sabe es que ella es Alexandria, la misma criatura que lo persigue en sueños... y en silencio. Ella debía devorarlo. Pero encontró algo más: un amor puro, como el que creyó perdido para siempre. Y con él, una antigua esperanza: la posibilidad de dar vida. Pero en el mundo de los vampiros, amar a un humano es traición. Y el precio por romper las reglas… siempre se paga con sangre.
Ler maisLo que la sangre revela
Jacob Carrington, con la corbata floja, la mirada empañada por el licor y un dejo de derrota marcando su quijada, como si aún llevara en los ojos el eco del último portazo de Miranda y la imagen de su cepillo de dientes ausente del lavabo, ocupaba un rincón del elevador con Kyra, la pelirroja de curvas provocativas y labios color coral, a quien había conocido apenas una hora antes en el bar. Sus pechos rozaban el brazo de él cada vez que la cabina vibraba, y aun así Jacob no sentía el menor estremecimiento de conexión; era deseo prestado, un consuelo artificial tras semanas de gritos y puertas cerradas con Miranda.
Frente a ellos, Mason Fraser pulsaba el botón del piso 24, mientras Alexandria permanecía a su lado con una quietud inquietante. Su silueta parecía esculpida en la penumbra, y aunque apenas hablaba, había en ella un magnetismo ancestral, la piel de porcelana sin una sola imperfección, los ojos ocultos bajo un flequillo dorado que parecía flotar con vida propia. Era como si su mera presencia alterara el aire a su alrededor, haciéndolo más denso, más frío, como el preludio de algo inevitable.
Alexandria giraba el cuello, murmuraba frases inaudibles y, tras cada susurro, Mason inclinaba la cabeza como si esos besos con aquella mujer de belleza espectral fueran lo mejor que le había sucedido en su vida.
En la garita de seguridad, el vigilante Ramírez parpadeó ante la pantalla en blanco y negro. Sólo tres figuras aparecían en la cápsula metálica, Mason, Jacob y la joven pelirroja. Mason, sin embargo, estaba pegando la boca al aire, acariciando un cuerpo que el monitor no mostraba. Ramírez soltó una carcajada ronca. De seguro Fraser había ingerido algo más fuerte que tequila aquella noche.
―Chicos ricos y sus juegos ―se dijo, y volvió a clavar la vista en su crucigrama.
Cuando las puertas del elevador se abrieron con un gemido, un soplo de aire helado se coló en la alfombra del pasillo. Mason avanzó primero, sujetando la mano pálida de Alexandria. Un aroma embriagador a gardenias flotó en la penumbra del corredor; era tan gélido que quemaba, como si anunciara la presencia de algo no humano.
Kyra rió con coquetería, deslizó la yema de un dedo por la nuca de Jacob y murmuró algo que él apenas escuchó, una promesa de pecados suaves entre sábanas. Sin embargo, la mirada de Jacob vagó hacia las alfombras persas, hacia la puerta entreabierta del departamento. Algo lo inquietaba: un presentimiento sordo, como el eco de un disco metálico resonando bajo su esternón, una advertencia que no lograba descifrar.
En el interior del apartamento se sentía un aire denso y cargado de una calidez casi pegajosa que contrastaba de forma perturbadora con el frío cortante que había irrumpido desde el pasillo momentos antes. Un leve aroma a incienso apagado y cuero viejo flotaba en el ambiente, como si el lugar conservara memorias encerradas en sus paredes... Lámparas de pie proyectaban brillos ámbar que pintaban sombras largas en las paredes.
En la sala Mason encendió la laptop, buscó entre sus listas de reproducción y dejó que los primeros acordes de “Tennessee Whiskey” en la versión rasgada de Chris Stapleton llenaran la sala. La guitarra lenta y el órgano suave palpitaban en los altavoces, envolviendo el ambiente con una calidez casi etílica, como si cada nota destilara bourbon añejo. Él se dejó caer en el sofá, los ojos entornados, mientras la voz grave acariciaba el aire y los violines de fondo ascendían, tensos, hasta rozar el techo. Entonces apareció la figura que hacía que todo aquel blues cobrara sentido, Alexandria, emergiendo de la penumbra con el ritmo lánguido de la canción susurrándole al deseo.
Se despojó del abrigo de lana, y la prenda resbaló por sus hombros. Su vestido negro mínimo, abrazaba un cuerpo de líneas imposibles; la piel blanquísima, casi luminosa parecía cincelada en mármol nocturno. Cabello rubio ceniza cayendo como velo de tinta, ojos azul hielo que hipnotizaban, labios de un carmesí que prometía el fin del mundo. Mason tragó saliva; cada respiración suya se entrecortaba como si inhalara fragmentos de cristal.
Ella se sentó a horcajadas sobre él, deslizándole las manos por la clavícula. Por un instante, Mason sintió que su cuerpo entero era un altar y Alexandria, la diosa oscura que venía a reclamarlo. El deseo lo envolvía, sí, pero había algo más, una punzada que nacía en su pecho, una duda sorda, un atisbo de miedo que no lograba entender, pero tampoco apartar. El frío de sus dedos le arrancó un jadeo, y Mason rió nervioso creyendo que era simple lujuria. La música crecía;
La guitarra lenta se deslizaba por el aire como miel tibia, y la voz ronca de Stapleton convertía la sala en un viejo bar ahumado donde cada suspiro olía a roble y bourbon. Alexandria se inclinó, rozando con la lengua la arteria palpitante en el cuello de Mason. Él cerró los ojos, embriagado por el timbre grave que cantaba you’re as sweet as Tennessee whiskey. No vio cómo la pupila de ella se ensanchaba hasta devorar el iris ni el instante en que un fulgor plateado, apenas contenido, centelleó en la comisura de unos colmillos ávidos.
Al otro lado del pasillo, Kyra empujó a Jacob sobre la cama de invitados. Su aliento olía a ginebra y mentol. Las uñas recorrieron el torso masculino allí donde la camisa se abría. Jacob respondió al beso con la torpeza de quien pelea contra sí mismo. En su cráneo repicaba la voz de Miranda. ¿De veras vas a probar que soy la única infiel aquí?
Kyra deslizó una mano impaciente hacia el cinturón. Él la sujetó por las muñecas; los pechos de ella estaban más que comprimidos contra su pecho.
—Es… demasiado rápido —musitó él. La sensación era un pozo hueco, una grieta que se ensanchaba en vez de saciar. Algo en él suplicaba autenticidad, algo que Kyra no podía darle.
Necesitaba aire, necesitaba una cerveza, necesitaba salir de ese cuarto que olía a deseo prestado. Kyra frunció el ceño, pero él ya se escabullía hacia la puerta.
Un rasgueo áspero de guitarra slide se filtraba desde la sala, la voz ronca de Stapleton derramándose como licor viejo sobre cada pared. Jacob avanzó sin encender luces; la penumbra le ofrecía un anonimato frágil. Al fondo, la nevera lucía un brillo metálico, un faro tenue en mitad de la oscuridad. Iba a bordear la repisa cuando su codo golpeó un jarrón de cristal tallado, en el intento de atraparlo se rompio y un pedazo le mordió la palma izquierda, y de inmediato la sangre brotó en un hilo caliente.
—Demonios… —murmuró, apretando la herida.
Desde el sofá llegó un suspiro húmedo, seguido de un chasquido viscoso que heló el aire. La canción subía al estribillo "your love is more than just a dream" cuando Jacob alzó la vista y distinguió, en el penacho azabache de la penumbra, una silueta arrodillada sobre Mason.
La falda negra subía como sombra líquida; el cuello del hombre pendía ladeado, abierto por una hendidura que chispeaba rojo oscuro al ritmo moroso de la guitarra.
La mujer alzó el rostro y el mundo se fracturó para Jacob.
Labios manchados de carmín y sangre fresca; venas azuladas surcando las sienes; ojos donde el azul se oscurecía, devorado por un abismo negro. Entre los labios emergían colmillos largos como agujas de marfil.
Jacob sintió cómo el frío comenzaba en sus dedos y trepaba hasta prenderse a su corazón.
—¿Alexandria? —exhaló, sin saber si ese era realmente el nombre de aquella cosa.
Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, haciéndole temblar las rodillas.
El estómago se le revolvió como si hubiera ingerido hielo molido.
Quiso dar un paso atrás, pero sus piernas no respondieron, una parálisis helada lo aferraba al suelo, como si la mirada de aquella criatura hubiera arrancado su voluntad desde las raíces.
Ella no contestó. Aspiró, y su pecho se arqueó con el aroma de la sangre que manaba de la mano herida de Jacob. El resonar de su pulso retumbaba en las paredes, un tambor ancestral que desataba algo primitivo en ella.
Y entonces, Alexandria sonrió.
Y por primera vez… Jacob contraatacó.Con una maniobra desesperada, logró meter la mano entre sus cuerpos forcejeando, y sacó el arma que Valery le había insistido en llevar.Con dificultad, la colocó apuntando hacia arriba, directamente al estómago del atacante, presionando el cañón contra la carne fría del vampiro.El monstruo bajó la mirada hacia el arma, y por un instante sus ojos brillaron con un humor oscuro, luego soltó una risa baja, burlona, como si la idea de ser amenazado por un humano con un arma fuera un mal chiste.—¿En serio crees que eso va a detenerme? —susurró con voz cargada de desprecio, enseñando sus colmillos en una sonrisa cruel—. Esto no es una película, humano…Jacob no respondió.Solo disparó.El estruendo retumbó entre las paredes del callejón como un trueno liberado.La bala de plata penetró el cuerpo del vampiro como una chispa divina en una tormenta maldita, el chillido que siguió no fue humano, fue un alarido de ultratumba, como si la criatura gritara con
No hizo falta lluvia ni truenos para que el mundo se desplomara sobre Valery.Bastó con esa escena, con ese abrazo demasiado largo y esas miradas que no dejaban lugar a dudas, apenas se cerró la puerta de la tienda tras su salida, sintió que el aire pesaba más de lo normal, que cada paso que daba era un grito silencioso de traición.Metros más adelante subió al primer taxi que vio y le pidió al conductor que la llevara a casa.En todo el camino, los pensamientos la devoraban.“Tal vez no debí aceptar este compromiso... Tal vez fui demasiado rápida, demasiado humana...” sus manos temblaban sin poder controlarlo, o tal vez eran sus propios dedos, tan fríos como su corazón en ese instante. “Los humanos... siempre traicionan. Siempre vuelven al pasado.” Una parte de ella gritaba que estaba exagerando, que no había visto nada definitivo, pero otra, más oscura y antigua, susurraba que ya había vivido suficientes siglos como para saber lo que significaban esas miradas.Y esa parte era cruel,
No fue el regreso a la ciudad lo que quebró la magia, sino la manera silenciosa en la que el mundo retomó su ritmo habitual, como si nada extraordinario hubiera ocurrido.Las luces de los semáforos parpadeaban con la misma indiferencia de siempre, los peatones cruzaban apresurados sin reparar en ellos, y el murmullo cotidiano de Vancouver se filtraba por las rendijas del auto, disipando poco a poco los ecos del paraíso que habían compartido, sin embargo, entre ellos, persistía una chispa nueva, una corriente cálida que se mantenía encendida incluso frente al concreto de la ciudad.Venían de una escapada mágica, de un compromiso sellado en lo alto de un mirador, y aunque la vida cotidiana intentaba envolverlos con su rutina, ambos llevaban en el pecho una certeza diferente, algo había cambiado para siempre.Incluso el regreso a la tienda, al bullicio de lo conocido, tendría ahora un matiz distinto.Tras los días de montes, ternura y anillos escondidos, Jacob y Valery volvieron a la ruti
Acarició su rostro con lentitud, sintiendo el calor latente bajo la piel, luego sus labios, y finalmente su pecho, donde un latido profundo e irregular se agitaba.Su piel ardía con una vida que hacía mucho no experimentaba, una sensación que mezclaba placer con culpa, como si estuviera acariciando el borde de un abismo vestido de seda.Una lágrima tembló en la comisura de sus ojos, no por tristeza, sino por la intensidad de lo que se desataba dentro de ella, la lucha entre lo que era y lo que deseaba ser.—¿Y si tomo solo una más...? —se preguntó.Pero una voz interior la detuvo, cerró los ojos, soltó un grito silencioso y se abrazó con fuerza.—¡No! ¡Él no es una fuente! ¡Él es el hombre que amo! ¡No puedo cruzar esa línea otra vez!Esa noche, Jacob no mencionó el mareo.Pero su mirada era distinta, observaba a Valery con más atención, con más preguntas.Ella lo notó, lo sintió y también comprendió que algo entre ellos había comenzado a cambiar.—Esto no puede continuar... debo deten
Valery abrió los ojos mucho antes que el amanecer, como si una alerta primitiva la hubiese despertado desde lo más profundo de su ser.La habitación permanecía sumida en una penumbra espesa, apenas acariciada por los tonos grises que se filtraban por las cortinas pesadas de la cabaña, todo estaba en un silencio reverencial, salvo por el ritmo constante y acompasado de la respiración de Jacob, que dormía a su lado con una paz que parecía sagrada.Su pecho se elevaba y descendía lentamente, su cuerpo desnudo cubierto por las mantas hasta la cintura, y su rostro, relajado y vuelto hacia ella, irradiaba una serenidad que parecía protegerlo incluso de sus propias pesadillas.Desde afuera, se colaban tenues crujidos de ramas y el ulular lejano de una lechuza, como si el bosque mismo custodiara ese momento, un aire frío se coló por el borde de la ventana, contrastando con el calor acogedor que envolvía la estancia.A pesar de la calma, Valery sentía que el tiempo se deslizaba con una inquietu
Mientras lo curaba, cuando sus manos vibraban con la energía ancestral de su linaje y su alma se abría como una flor nocturna, Valery tuvo una visión involuntaria.Vio el anillo, lo sintió, escondido en el bolsillo interno de la chaqueta de Jacob, brillando con un significado que traspasaba lo material, era un anillo sencillo, de diseño elegante y sobrio, con una inscripción interior que no logró leer, pero cuyo peso simbólico la estremeció.Sabía lo que significaba, él planeaba proponerle matrimonio, y por primera vez, esa idea no la paralizó, no la hizo huir, no lo vio como un objeto, sino como una promesa silenciosa, un puente entre su mundo y el de él.Por el contrario, encendió en ella una determinación feroz.Estaba dispuesta a darlo todo por él, incluso si eso significaba renunciar a la eternidad, incluso si debía desafiar a los clanes, al consejo, a la historia que la había moldeado durante siglos.Estaba lista, con una seguridad tan profunda que la sorprendía a ella misma, ama
Último capítulo