Jacob jamás imaginó que una noche marcaría el inicio de su condena. Lo que presenció dos años atrás —una mujer devorando a su amigo como una criatura de pesadilla— lo dejó traumado… y solo. Nadie le creyó. Nadie, excepto ella. Ahora, en medio de una ciudad helada, se reencuentra con Valery, una mujer misteriosa, hermosa y envolvente. Lo que él no sabe es que ella es Alexandria, la misma criatura que lo persigue en sueños... y en silencio. Ella debía devorarlo. Pero encontró algo más: un amor puro, como el que creyó perdido para siempre. Y con él, una antigua esperanza: la posibilidad de dar vida. Pero en el mundo de los vampiros, amar a un humano es traición. Y el precio por romper las reglas… siempre se paga con sangre.
Ler maisEl aire olía a café tostado, un perfume nocturno que se colaba por las rendijas de la ciudad como una promesa antigua. En el interior de "La Última Nota", el bar se impregnaba de su habitual mezcla de humo dulce, licor añejo y secretos compartidos en voz baja. Las luces tenues bañaban el ambiente con un tono ámbar que parecía suspendido en el aire. Valery se movía entre las mesas con la gracia de una melodía lenta: abría botellas, servía copas, escuchaba mitades de confesiones con esa sonrisa templada que nunca decía demasiado.El tintinear de un vaso contra la barra marcó la llegada del cliente que desentonaba con todo el entorno. Un hombre maduro, con un traje barato y la seguridad falsa de quien confunde poder con volumen de voz, la observó con descaro.—Y tú, muñeca, ¿qué haces trabajando aquí con esa cara? Seguro podrías ganarte la vida de otras formas… más divertidas.Valery no respondió. Su rostro se mantuvo sereno, apenas una línea suave entre los labios, como si no hubiera es
El atardecer se deslizaba lentamente por los edificios de Vancouver, tiñendo de naranja las ventanas mientras la ciudad se preparaba para una noche más. Valery, sentada frente a la pequeña mesa de su camerino, observaba su celular con una mezcla de tensión y deseo. Las luces cálidas del bar aún estaban apagadas, y el silencio era interrumpido solo por el eco lejano de un contrabajo afinándose.Valery, con su teléfono en mano, escribió despacio.—Si esta noche no tienes planes… pásate por donde trabajo. Me gustaría que estés aquí, te espero. ―Y envió una dirección adjuntada al texto, era para Jacob.No tardó mucho en obtener una respuesta. “Dame veinte minutos”, contestó Jacob. Al leerlo, el corazón de Valery dio un salto silencioso.Se llevó una mano al pecho, como si quisiera contener algo que se escapaba entre sus costillas. Cerró los ojos un momento, dejándose invadir por una mezcla de alivio y miedo. Pensó en lo fácil que era dejarse tentar por la idea de una noche común, de una v
El cielo de Vancouver comenzaba a vestirse de azul profundo cuando el mensaje llegó. El aire olía a tierra húmeda y a humo tenue de chimeneas lejanas, mientras el murmullo de los autos se apagaba poco a poco como un suspiro colectivo de la ciudad preparándose para dormir. En la calle, los faroles encendían su luz ámbar como luciérnagas urbanas, y el mundo parecía suspenderse entre lo que fue y lo que estaba por empezar.Valery, recostada junto a una lámpara de luz ámbar, miraba distraídamente la calle desde su ventana. El celular vibró sobre la mesa, y su mirada se desvió al leer el remitente.Jacob.—¿Te gustaría hacer algo diferente esta noche?La sonrisa que curvó sus labios fue leve, pero real. Su pulso se aceleró sin querer. A veces, el deseo de parecer humana era más fuerte que el miedo de ser descubierta. Tecleó con cuidado.—Hoy no trabajo, dame dos horas.—Te vas a sorprender, tengo algo en mente. —la respuesta de Jacob fue casi inmediata.Valery dejó el móvil a un lado y cam
La luz fluorescente de las oficinas Warren & Asociados era fría y cansada, tintineando de vez en cuando como para recordar a sus empleados que seguían atrapados allí dentro. Jacob estaba sentado frente a su escritorio, rodeado de papeles amontonados, hojas de cálculo abiertas en la pantalla y una taza de café ya frío olvidada a un lado. Sus hombros estaban encorvados, su respiración era lenta y pesada, y sus ojos fijos en la pantalla vacía parecían ver a través de ella, como si la realidad se hubiera difuminado.Un leve temblor en sus dedos revelaba que su mente no estaba allí, sino atrapada en un rincón oscuro y sombrío de su memoria, uno del que parecía no poder escapar.—Jacob, ¿pudiste revisar el informe que te envié? —preguntó un compañero de escritorio, rompiendo brevemente la burbuja en la que se encontraba.—Eh... sí, lo estoy revisando ahora mismo —respondió Jacob automáticamente, sin siquiera levantar la vista.Una suave melodía instrumental resonaba a través de las oficinas
La noche se extendía sobre Vancouver, cubriendo la ciudad con una capa ligera de llovizna que humedecía el asfalto y hacía brillar las luces de los escaparates y farolas como pequeñas estrellas reflejadas.Jacob caminaba lentamente por una calle tranquila del centro, disfrutando de la fresca calma nocturna tras una agotadora jornada laboral. El aire tenía un ligero aroma a tierra mojada mezclado con café recién preparado que escapaba de alguna cafetería cercana. Los sonidos distantes de autos pasando ocasionalmente por calles lejanas se mezclaban con el murmullo suave del viento entre las hojas húmedas de los árboles.Se frotaba las manos entre sí, tratando de calentarlas un poco más mientras pensaba en lo agradable que sería llegar a casa, tomar un café caliente y perderse entre las páginas de algún libro olvidado, dejando que las preocupaciones del día se disolvieran poco a poco entre sus líneas.Pero sus pensamientos se vieron interrumpidos por una figura que cruzó rápidamente la a
La tarde caía sobre Vancouver con una frialdad que mordía los huesos y transformaba los ventanales de las oficinas en espejos plomizos. Jacob Carrington cerró la laptop, se incorporó en la silla ergonómica y exhaló una nube de vaho; la calefacción de la empresa llevaba horas sin funcionar. En el pasillo resonaban pasos apresurados, toses y el áspero arrastre de archivadores. Era el tipo de día que dejaba un sabor metálico en la lengua: rutinas repetidas, café insípido, un cansancio que no procedía del cuerpo sino del alma.Metió las manos en los bolsillos del abrigo y caminó hasta la máquina expendedora. Mientras la bebida se vertía con un gorgoteo, el teléfono vibró, con una notificación única, distinta a cualquier correo de trabajo o recordatorio bancario.La pantalla mostró un nombre que, en cuestión de segundos, le calentó la sangre más que la bebida humeante.Valery: ¿Te gustaría caminar esta noche? Hay una plaza al sur, lejos del ruido. Nos vemos allí a las ocho.Jacob sonrió co
La noche descargaba su furia sobre Vancouver con la violencia de una tormenta primaveral fuera de estación; el granizo rebotaba en los toldos cerrados, repicaba en los parabrisas y se arremolinaba en los desagües como millares de canicas de hielo empujadas por un viento que aullaba desde el Pacífico.Jacob Carrington cruzó la calle desierta con el maletín alzado sobre la cabeza, el traje empapado, los zapatos resbalando en charcos que se hinchaban a cada segundo. Respiraba ráfagas de aire agudo, casi cortante, y la humedad le pegaba la camisa al torso como una mortaja opresiva.Al doblar la esquina de la avenida Granville encontró una persiana metálica cerrada –el almacén de antigüedades de la señora Liu– y se refugió debajo. La cortina crujió cuando apoyó la espalda, y un chorrito de agua helada le corrió por la nuca hacia la columna. Se pasó la mano por el cabello, exprimiendo gotas que se estrellaron contra el suelo, y clavó la mirada en las luces distorsionadas de los faroles, vel
Lejos de la cafetería, el consultorio de la doctora Miroslava Novak se alzaba en la planta catorce de un edificio brutalista, iluminado sólo por lámparas de sal que teñían las paredes de ámbar crepuscular. Pasada las ocho de la noche, cuando la mayoría de sus pacientes descansaban en sus casas, el ventanal trasero de su consultorio se abrió sin que nadie tocara. Alexandria emergió de las sombras como si éstas fueran continentes propios, vestido de seda, botas hasta la rodilla, con el abrigo oscilando como un ala de cuervo.Miroslava la recibió de pie, sin sorpresa. Sus rasgos elegantes guardaban una quietud casi escultórica. En los ojos verde musgo se adivinaba la misma longevidad que en los de Alexandria; una afinidad ancestral.—Ha sido imprudente dejar un testigo —dijo la doctora, con voz más fría que una sierra de hielo—. Ahora tu joven contable está atrapado entre sospechas humanas y terrores que apenas comprende.—Tienes razón, no lo quise tocar, ya me sentía algo satisfecha —re
La tarde se desangraba en tonos malva sobre Vancouver cuando Jacob Carrington apagó el motor frente al edificio injertado de cristales donde trabajaba Miranda. El reloj del tablero marcaba las 19:14, hora a la que ella juraba estar saturada de informes, lejos de cualquier tentación.Sin embargo, la intuición—o quizá la punzada certera del desamor—lo había obligado a esperarla. Con el abrigo alzado hasta la barbilla, permaneció dentro del coche, invisible entre el flujo de vehículos que parpadeaban con intermitentes.No tardó en verla.Apareció en el vestíbulo iluminado, y un nudo le cerró la garganta al instante. La risa de Miranda, tan conocida, tan íntima, brotó como una cuchillada dulce. Jacob sintió un sabor metálico en la boca, mezcla de rabia contenida y celos envenenados. Sus ojos, clavados en ella, buscaban una excusa, una duda, pero la escena no ofrecía redención, sujetando una carpeta y riendo con esa vibración que antes reservaba para él.A su lado, el señor Perrin —jefe, m