La noche se extendía sobre Vancouver, cubriendo la ciudad con una capa ligera de llovizna que humedecía el asfalto y hacía brillar las luces de los escaparates y farolas como pequeñas estrellas reflejadas.
Jacob caminaba lentamente por una calle tranquila del centro, disfrutando de la fresca calma nocturna tras una agotadora jornada laboral. El aire tenía un ligero aroma a tierra mojada mezclado con café recién preparado que escapaba de alguna cafetería cercana. Los sonidos distantes de autos pasando ocasionalmente por calles lejanas se mezclaban con el murmullo suave del viento entre las hojas húmedas de los árboles.
Se frotaba las manos entre sí, tratando de calentarlas un poco más mientras pensaba en lo agradable que sería llegar a casa, tomar un café caliente y perderse entre las páginas de algún libro olvidado, dejando que las preocupaciones del día se disolvieran poco a poco entre sus líneas.
Pero sus pensamientos se vieron interrumpidos por una figura que cruzó rápidamente la acera frente a él. El corazón se le aceleró al reconocer el abrigo largo negro, la postura elegante, el cabello perfectamente recogido. Su impulso fue más rápido que su mente, llamándola casi de forma inconsciente:
—¿Valery? ¡No sabía que estabas por aquí! —dijo en voz alta, con una mezcla de sorpresa y alegría genuina.
Valery se detuvo de inmediato, volviéndose hacia él con una sonrisa que se esforzó en parecer natural, aunque Jacob pudo notar cierta tensión en ella.
—Jacob, hola. Vaya, me sorprendiste —contestó suavemente, ajustándose ligeramente el abrigo en un gesto nervioso—. Estoy llegando tarde. Trabajo aquí cerca.
Jacob arqueó una ceja, sorprendido y curioso a la vez.
—¿Trabajo? ¿A esta hora?
Valery rio con suavidad, una risa breve que pareció disipar algo de su ansiedad inicial.
—Sí. Trabajo de noche, en un bar al norte de la ciudad —explicó con un tono relajado—. No es gran cosa, solo atiendo algunas mesas y sirvo tragos. Me gusta la calma de la noche… me resulta más natural, ¿sabes?
Jacob sonrió, fascinado por aquella nueva pieza del rompecabezas que era Valery.
—Tiene sentido —dijo él con suavidad—. Siempre he pensado que tienes un aura misteriosa. Supongo que ahora entiendo por qué.
Ella bajó la mirada brevemente, casi tímida por primera vez desde que la conocía.
—Y en el día, sinceramente, no tengo energía para mucho más —continuó Valery—. Trabajo hasta tarde, así que suelo dormir hasta el mediodía, cocinar algo sencillo y leer. Mi vida no es muy emocionante, lo siento si te decepciono.
—Al contrario —replicó él, acercándose un paso más a ella—. A veces las personas más tranquilas son las más profundas.
Valery levantó lentamente la vista hacia Jacob, y una sonrisa sincera se dibujó en sus labios, tocada por un dejo de melancolía que él no pudo entender por completo.
La brisa fría arreció de pronto, y Jacob no pudo evitar un ligero escalofrío. Valery lo notó al instante, y sin pensarlo demasiado, extendió sus manos enfundadas en suaves guantes negros para acomodarle con delicadeza la bufanda alrededor del cuello. El contacto fue breve, sutil, pero cargado de una calidez inesperada que dejó sin aliento a Jacob, sintiendo como si el mundo se hubiese detenido por un segundo.
—Deberías cuidarte más —le dijo Valery casi en un susurro, con sus ojos brillantes—. El frío de esta ciudad es traicionero.
Jacob tragó saliva, incapaz de apartar la mirada de aquellos ojos que, de pronto, lucían tan vulnerables.
—Me gustaría verte en tu trabajo algún día —dijo él finalmente, rompiendo el silencio íntimo que se había formado.
Ella dudó un instante antes de responder, su sonrisa iba perdiendo intensidad, reemplazada por un aire pensativo.
—Cuando esté lista para que veas esa parte de mí… te invito.
Jacob asintió lentamente, respetando aquella pequeña barrera que Valery parecía querer conservar.
—Estaré esperando, entonces.
Tras despedirse con un simple gesto de mano, Jacob la vio alejarse, su figura fue difuminándose lentamente bajo la luz suave de los faroles.
En el crepúsculo de la madrugada, Valery llegó a su apartamento, cerrando tras ella la puerta con suavidad. Al entrar, un suspiro se le escapó de los labios, mezcla de alivio y una tristeza indefinida que siempre parecía acompañarla.
El lugar era un refugio cuidadosamente ordenado, con una decoración elegante y sencilla que la reconfortaba pero también le recordaba constantemente su soledad: estantes repletos de libros antiguos que parecían mirarla silenciosamente, una tetera aún humeando sobre la mesa, como esperándola paciente cada noche, un suéter viejo que le brindaba consuelo sobre el respaldo de una silla, y una vela aromática que llenaba la habitación con un aroma tenue a vainilla, suavizando levemente la melancolía que impregnaba cada rincón.
Se acercó lentamente al espejo del recibidor. Frente a ella, el reflejo estaba ausente, dejando solo un vacío cruel que le recordaba constantemente lo que era y lo que nunca podría ser. Una mezcla dolorosa de frustración y tristeza se instaló en su pecho, haciéndola sentir aún más aislada de ese mundo humano al que tanto deseaba pertenecer.
Rozó con los dedos el frío cristal, deseando por un segundo que la imagen de una mujer normal, con sueños y esperanzas reales, pudiera devolverse hacia ella y brindarle la paz que tanto anhelaba.
Cerró los ojos un instante, imaginándose tal como Jacob la veía: una mujer sencilla, con una vida tranquila y sin complicaciones, capaz de merecer amor, tranquilidad, y quizás hasta felicidad.
Caminó hasta la ventana con una copa de vino en la mano, mezclada cuidadosamente con unas gotas de sangre que guardaba con celo en su nevera. Observó la calle con ojos cansados, dejando que su mente se perdiera en pensamientos profundos y delicados.
—¿Y si esta vez sí pudiera… tener una vida? —susurró, más para sí misma que para alguien más, dejando que las palabras quedaran suspendidas en la calma aparente del departamento.
De pronto, una escena capturó su atención afuera, una madre joven caminaba con su pequeño hijo en brazos en plena madrugada, acurrucándolo contra su pecho mientras reía suavemente. Valery sintió un nudo formarse en su garganta, y su expresión se endureció al instante. De manera inconsciente, llevó la mano hasta su vientre, tocándolo brevemente, sintiendo una punzada de dolor que no provenía de ninguna herida física.
Un recuerdo súbito la asaltó entonces: una visión rápida y amarga en la que ella enfrentaba con firmeza a un grupo de vampiros cuyos ojos destellaban con un hambre insaciable, exigiéndole participar en festines nocturnos que acababan con la vida de inocentes.
El rechazo había sido rotundo y peligroso; aún podía sentir el peso de sus miradas frías y burlonas, condenándola a una soledad perpetua por su decisión de no sucumbir al salvajismo.
Y entonces, más doloroso aún, revivió claramente el instante en que el hombre que había amado profundamente, el vampiro cuya voz susurraba promesas eternas bajo lunas plateadas, le daba la espalda, escogiendo sin titubear a otra mujer vampiro. Una mujer cuyo poder y crueldad la convertían en la compañera perfecta para sus ambiciones oscuras, dejando a Valery sola, con el corazón quebrado y envuelta en sombras.
Alejando rápidamente aquellos pensamientos, Valery apartó la mano de su abdomen con brusquedad, sintiendo que tal sueño era algo que jamás merecería.
En la silenciosa penumbra del apartamento, bebió lentamente de su copa, permitiendo que la tibieza del líquido le brindara un mínimo consuelo.
Sabía que Jacob representaba algo peligroso y nuevo: un sueño posible, algo real. Algo por lo que quizás valdría la pena arriesgarse. Pero temía que ese deseo pudiera convertirse en su condena.
La noche afuera seguía avanzando, indiferente al torbellino de emociones que crecían dentro de ella. Mientras Valery se acurrucaba en su soledad autoimpuesta, una sola verdad permanecía clara en su mente:
Tal vez no había llegado a Vancouver solo huyendo de un pasado doloroso. Quizás había llegado persiguiendo un futuro que anhelaba con desesperación, uno que podría salvarla o condenarla para siempre.
Porque esta vez, quizás, Valery podría realmente permitirse tener una vida.