Sus recuerdos. Sus ojos. Tú.

La luz fluorescente de las oficinas Warren & Asociados era fría y cansada, tintineando de vez en cuando como para recordar a sus empleados que seguían atrapados allí dentro. Jacob estaba sentado frente a su escritorio, rodeado de papeles amontonados, hojas de cálculo abiertas en la pantalla y una taza de café ya frío olvidada a un lado. Sus hombros estaban encorvados, su respiración era lenta y pesada, y sus ojos fijos en la pantalla vacía parecían ver a través de ella, como si la realidad se hubiera difuminado.

Un leve temblor en sus dedos revelaba que su mente no estaba allí, sino atrapada en un rincón oscuro y sombrío de su memoria, uno del que parecía no poder escapar.

—Jacob, ¿pudiste revisar el informe que te envié? —preguntó un compañero de escritorio, rompiendo brevemente la burbuja en la que se encontraba.

—Eh... sí, lo estoy revisando ahora mismo —respondió Jacob automáticamente, sin siquiera levantar la vista.

Una suave melodía instrumental resonaba a través de las oficinas, diluyéndose en el sonido monótono de los teclados y murmullos bajos. Aquella música, sin embargo, tenía la particularidad de transportarlo inevitablemente hacia el pasado, hacia recuerdos que hubiese preferido olvidar.

“¿Todo esto… para qué?”, pensó, dejando caer la mano sobre el escritorio como si pesara más de lo que podía sostener. “Trabajo, cuentas, soledad… otra vez.”

Desbloqueó el celular por inercia y, sin saber muy bien cómo, acabó en la galería. La pantalla iluminó su rostro con una imagen del pasado: Miranda, y por un momento el aire pareció estancarse a su alrededor. Sintió un nudo en la garganta, como si esa sonrisa inmortalizada en la fotografía aún tuviera el poder de doblarle el alma. La calidez de aquel día se enfrentaba ahora al vacío que lo envolvía, y aunque intentó apartar la vista, su mirada se quedó atrapada allí, suspendida en una mezcla de nostalgia, culpa y ternura amarga, sonriendo entre árboles otoñales, envuelta en esa bufanda que tanto le gustaba. Su mirada no era fingida. En ese instante, lo amaba. O al menos eso creía él.

De pronto, la oficina desapareció de su vista, y en su mente apareció el rostro de Miranda, la mujer a la que había intentado amar con todas sus fuerzas. Recordaba perfectamente aquella noche fría, la última vez que hablaron, cuando el distanciamiento ya era un abismo profundo entre ellos. Miranda, más pendiente de la pantalla de su teléfono que de él, con sus ojos esquivos y gestos muy fríos.

—¿Por qué siento que ya no estás aquí? —había preguntado él con desesperación contenida, intentando captar su atención.

Ella suspiró, levantando la vista lentamente, con sus ojos cansados y ajenos.

—No eres tú, Jacob. Es que… me estoy ahogando en esto.

La frase todavía resonaba dolorosamente en sus oídos, más aún cuando semanas después la policía le notificó que Miranda había sido encontrada muerta en un bosque, el cuello destrozado por heridas extrañas y profundas que nadie pudo explicar claramente. El caso había sido etiquetado rápidamente como crimen pasional, sin más pistas ni sospechosos.

La culpa lo acechaba desde entonces, una sombra densa que lo envolvía cada vez que cerraba los ojos.

"¿Y si no la hubiera dejado sola? ¿Si hubiera estado allí con ella, aquella noche fatídica? ¿Ese bosque también me hubiera reclamado a mí?", se preguntaba con angustia. Sus dedos se crisparon alrededor de la taza fría, y un leve temblor recorrió sus brazos. Se encorvó hacia adelante, apoyando los codos sobre las rodillas, mientras el peso del remordimiento le oprimía el pecho como una losa invisible, difícil de sacudir incluso con el paso del tiempo.

Pero justo cuando sentía que la oscuridad lo reclamaba nuevamente, la imagen de Valery surgía en su mente, desplazando suavemente aquella culpa destructiva. La voz de Valery, suave y melódica, con esa calma que irradiaba cada vez que estaba cerca, y esos ojos profundos que parecían guardar secretos de siglos. Era curioso cómo alguien tan reciente en su vida podía ocupar un espacio tan significativo, disipando la sombra que lo consumía lentamente.

En otro lado de la ciudad, el departamento de Valery estaba sumido en una oscuridad absoluta, con las persianas selladas para bloquear cualquier atisbo de sol.

Ella se deslizaba silenciosamente, como una sombra elegante que evitaba la luz del día como una condena personal. El aire del departamento estaba fresco, ligeramente perfumado por la mezcla tenue de sándalo y cera derretida.

Sus pies descalzos acariciaban suavemente el piso de madera helada, arrancándole leves escalofríos que no provenían del frío, sino de lo que arrastraban sus pensamientos. La penumbra era densa, envolvente, como si el lugar respirara junto a ella, mientras su mente navegaba entre inquietudes profundas y antiguos recuerdos que no dejaban de susurrarle desde las sombras.

Finalmente, se sentó frente a un pequeño cuenco de cristal lleno de agua clara. Cerró los ojos lentamente, concentrándose en expandir sus sentidos, un don ancestral y secreto de su naturaleza vampírica. Su mente viajó suavemente, cruzando distancias hasta encontrarlo a él.

Jacob.

Lo vio claramente, encorvado sobre su escritorio, sumido en pensamientos cargados de melancolía. Las emociones de Jacob fluían hacia ella con claridad cristalina, podía sentir su tristeza por la muerte de Miranda, remordimiento por no haberla salvado, pero, sobre todo, Valery percibía la fuerza y pureza de lo que él sentía hacia ella misma; deseo contenido, ternura, fascinación y una profunda paz que sólo su presencia parecía otorgarle.

La intensidad de estos sentimientos la sorprendió, y abruptamente abrió los ojos, rompiendo la conexión mental. Una lágrima solitaria escapó lentamente por su mejilla pálida, reflejando el débil brillo de una vela encendida.

—Tú tampoco puedes dejar de pensar en mí… —susurró con una mezcla de dolor y esperanza, con su voz que apenas era audible en la oscuridad.

Se levantó lentamente, caminando con delicadeza hacia una pintura colgada en su pared, una imagen oscura y profunda de un bosque antiguo. Al contemplarla, sus ojos reflejaron no solo el arte, sino un recuerdo terrible, algo enterrado profundamente en su conciencia.

Frente a ella, Miranda discutía con un hombre, su jefe, quizás.

Él alzó las manos, evidentemente molesto, ella gritó algo entre dientes, y luego, de la nada él se marchó, dejándola sola a la intemperie.

Miranda miró su celular, tipeó algo, pero, nunca lo enviaría.

Entonces Miranda lo sintió, una presencia, un frío que le subió por la nuca. Giró sobre sus talones y allí estaba ella.

Alexandria la miraba fijamente, con una quietud tan absoluta que el bosque pareció congelarse a su alrededor. El aire estaba espeso, cargado del aroma terroso de hojas húmedas y del leve hedor metálico del miedo.

Miranda sintió un temblor subirle por las piernas, como si su propio cuerpo supiera que no había escapatoria. El crujido leve de una rama bajo su pie fue lo único que se atrevió a sonar, mientras sus ojos se abrían más y más, reflejando la certeza de que aquella figura frente a ella no era del todo humana.

—¿Tú…? —dijo Miranda, retrocediendo un paso.

Valery abrió los ojos abruptamente, volviendo en sí y llevó la mano a sus labios, reprimiendo un sollozo, sintiendo la culpa y la tristeza como un peso insoportable. Pero dentro de ese dolor también había otra cosa, algo más primitivo.

El impulso.

No sabía si lo que había hecho había sido solo por protegerlo o si, en el fondo, también había sido por celos, por rabia, por no soportar la idea de ver como era traicionado mientras él lo daba todo.

"¿Qué harías, Jacob… si supieras lo que hice por ti?", se preguntó mentalmente, temiendo que algún día tuviera que enfrentar esa verdad frente a él, aunque parte de ella anhelara hacerlo solo para ver si, aun así, él sería capaz de perdonarla.

La noche afuera continuaba su paso indiferente, mientras en ambos extremos de la ciudad dos almas se enfrentaban en silencio a sus recuerdos, sus decisiones y las emociones que los conectaban de manera invisible e irreversible.

Porque, en el fondo, tanto Jacob como Valery sabían que sus caminos estaban enlazados por secretos no dichos, acciones irreversibles y sentimientos que iban más allá de lo que cualquiera de los dos hubiese imaginado jamás.

Y ninguno sospechaba que, en la profundidad de esa conexión, residía tanto la salvación como la condena.

Esa noche, la melodía en la oficina de Jacob terminó suavemente, dejando un silencio profundo que él no logró romper. Y en la oscuridad absoluta de su departamento, Valery se permitió una última lágrima antes de que su corazón volviera a cerrarse como tantas otras veces.

Sólo quedaba preguntarse cuándo, cómo y quién sería capaz de quebrar ese fino hilo invisible que los sostenía al borde de un abismo donde la verdad susurra… y la oscuridad responde.

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