Volver siempre fue la parte más difícil.
Había cruzado tierras devastadas, negociado con sombras antiguas, enfrentado a mi reflejo más oscuro y perdido más de lo que jamás imaginé. Pero caminar por el sendero de piedra que conducía a la aldea donde nací... eso era otra cosa.
Cada paso removía una capa de tierra en mi memoria.
El molino derruido que solía girar con el viento. La fuente que mis amigos y yo decorábamos en cada festividad de la luna. Las casas, ahora restauradas, aunque aún conservaban esa fragancia de leña y esperanza.
La aldea había cambiado… y, sin embargo, seguía siendo la misma.