Caminar sola era una forma de meditación. Cada paso me alejaba un poco más de lo que conocía y me acercaba a la verdad que había buscado sin saber cómo nombrarla. El viento hablaba en lenguas antiguas entre los árboles. El mundo parecía agazapado, esperando.
Después de días de viaje por senderos olvidados, llegué a los salones subterráneos de la Cumbre de Mithrael, donde los líderes de las razas mágicas celebraban sus reuniones secretas. Un santuario escondido entre las raíces del mundo, sellado por barreras que solo aquellos con magia antigua podían atravesar.
La guardia me reconoció. No hubo necesidad de anunciarme. Me dejaron pasar sin palabras, como si hubieran estado esperando mi llegada desde siempre.