Jamás imaginé que perdería mi virginidad de esa manera. Mi padre quería venderme, y mi virginidad era lo único que le importaba. Así que me fui a un bar de mala muerte, lleno de hombres lobos, para entregársela a un desconocido antes de que mi padre pudiera ponerme precio. Lo que empezó como un acto de rebeldía se convirtió en el inicio de algo que no podía controlar. Porque aquel desconocido no era cualquiera. Y lo que vino después… cambió mi vida para siempre.
Leer másElena
Jamás imaginé que perdería mi virginidad de esa manera. Desde niña soñaba con una primera vez mágica, como sacada de un cuento de hadas. Una noche inolvidable junto al hombre que me amara. Pero esa fantasía se rompió en mil pedazos la noche en que escuché a escondidas, la conversación de mis padres. Todo cambió, hasta el punto de ir a un bar para buscar un desconocido para entregarle mi virginidad. —Gregorio, nuestra hija Elena ya tiene veinticinco años —dijo mi madre Isabel, con ese tono que usa cuando está a punto de soltar una bomba—. Todas las familias hablan de nosotros... y no precisamente bien. Adriana se comprometió a los diecinueve, lleva tres años casada. Natalia, con solo dieciocho, estará entre las seleccionadas para el gran encuentro de parejas en Lunaria. ¿Y Elena? Se esconde entre libros y frascos de plantas. No hace nada. Solo pasa los días en ese jardín, leyendo sobre hierbas como si eso fuera a darle un futuro. ¿Qué está esperando? —Ya lo sé, mujer. ¡Elena es una vergüenza para nosotros! Nadie quiere casarse con una mujer que vive aislada y con veinticinco años. ¿Qué hombre querría una mujer así? —respondió mi padre. No pude contener las lágrimas. Nunca había sentido esa chispa que todos describen, ese algo que despierta por dentro y hace revolotear mariposas. Quería un amor verdadero. Aunque tuve pretendientes a los dieciocho, ninguno llamó mi atención lo suficientemente para querer conocerlo. Solo estaban interesados en el dinero de mi padre. —Lo único valioso que le queda es su virginidad. ¿Será virgen?, ¿no? Entonces todavía tenemos una posibilidad de acallar los rumores —sentenció mi padre, sin emoción—. Sea hombre lobo o humano, pero esto hay que resolverlo ya. La venderemos a cualquier hombre, pero si es lobo mucho mejor. Me escabullí hacia mi dormitorio. Jamás pensé que mis padres quisieran venderme. En mi pueblo, todas las mujeres debían casarse a los dieciocho y empezar a tener hijos. Pero yo nunca me enamoré. Lo intenté, pero ninguno me gustaba. Caminé hacia el balcón, abrí de golpe los ventanales y el viento hizo volar mi cabello rubio. —No soy la vergüenza de esta familia —murmuré—. Soy la única que aún cree en el amor real. Esa noche apenas dormí. Por la mañana, bajé las escaleras lentamente, con los ojos aún hinchados. Al llegar al salón, el murmullo del desayuno cesó por unos segundos. Lo suficiente para que me sintiera observada. Allí estaban todos. Mis padres, impecables como siempre. Adriana, con su cabello negro perfectamente peinado, cayéndole justo por encima de los hombros. Rodrigo, su marido, con el pelo naranja que parecía encenderse bajo la luz de la mañana y Natalia, radiante por el evento que se acercaba, con su espesa melena negra que le caía hasta la cintura. Mi madre me miró de arriba abajo con esa expresión suya tan típica, como si yo fuera un mueble fuera de lugar. No dijo nada, pero su cara lo decía todo. Mi pelo rubio y mis ojos azules no encajaban ni de lejos con el resto del grupo, todos con su melena negra bien peinadas, como si fueran parte de un catálogo familiar. Más de una vez he pensado que mi madre se lió con otro hombre. No es que lo diga en voz alta, pero oye, tendría sentido. Sería la explicación perfecta para que yo sea la oveja negra… bueno, en este caso, la oveja rubia. —Buenos días —dije mientras me sentaba al final de la mesa. Nadie respondió. Rodrigo alzó ligeramente la vista, me dedicó una sonrisa vacía y volvió al periódico. Natalia seguía hablando animadamente sobre los vestidos que pensaba llevar a Lunaria, ignorándome por completo. —Dormiste mal, ¿verdad? —preguntó mi madre, sin compasión—. Se te nota en la cara. —Estoy bien —respondí sin mirarla, concentrada en mezclar miel con mi infusión. Sin apartar la mirada, hizo un anuncio seco: —Después del desayuno iremos al Atelier. Necesitamos elegir los vestidos para la celebración. No levanté la mirada. Solo dije lo que llevaba días intentando pronunciar: —Yo no quiero asistir a ese evento. Todos se quedaron en silencio. Rodrigo bajó el periódico. Natalia parpadeó confundida. Adriana frunció el ceño como si hubiera dicho una barbaridad. Mi madre abrió la boca, pero mi padre se adelantó. Golpeó la mesa con fuerza y las cucharillas saltaron. Todos se sobresaltaron. —¡Tú irás con ellas, Elena! —rugió—. Vas a elegir un vestido, asistirás a Lunaria y te encargarás de preparar a tus hermanas. Las vestirás. Las peinarás. Te comportarás como parte de esta familia y te encontraremos un marido. Lo miré, ardiendo entre vergüenza y rabia. Se inclinó hacia mí con un tono que ya no era de padre: —Este evento es nuestra oportunidad. Si Natalia logra un vínculo con un Alfa, los Valcázar subirán de estatus. Estaremos protegidos. Respetados. No arruines esto, Elena. Un escalofrío me recorrió. En ese momento comprendí que Lunaria no era solo una celebración… era un mercado donde las relaciones se negociaban con sangre y poder. Tomé aire. —Está bien —dije al fin, sin convicción. Le di un sorbo a mi té, me levanté y salí del comedor. No me di cuenta de que mi padre me había seguido. —Elena, no soy tonto. Sé que anoche escuchaste nuestra conversación. Te buscaré un marido en Lunaria. Aunque eres demasiado vieja para hacerlo como se debe, por eso serás vendida a cualquier desesperado. No podía creer lo que acababa de escuchar. ¡Venderme! ¡Mi padre se había vuelto loco! —¡No puedes hacerme esto! ¡No puedes venderme! No soy una mercancía. —Conoces nuestras tradiciones. Una mujer de tu edad sin marido es una deshonra. Lo siento, pero en cuanto lleguemos a Lunaria, solucionaré el problema. Si no, prefiero verte muerta. Menos mal que todavía eres virgen, porque si no lo fueras, nadie querría comprarte. —Papá, no voy a dejar que me vendas como si fuera un animal —estallé. Soltó una carcajada y luego me agarró fuertemente del brazo. —Mañana partiremos hacia Lunaria. Prepárate, porque serás vendida. Me da exactamente igual que patalees, llores... Guarda tu virginidad un par de días más y se acabará mi problema.ElenaMe dejé guiar. No pregunté a dónde íbamos. Solo caminé detrás de él. Yo no sentía miedo, ni siquiera duda.Si ese hombre me llevaba a la muerte, también sería una forma de acabar con mi sufrimiento. Si me arrastraba a su mundo, también sería una solución. Porque lo que me había traído hasta ese bar no era el whisky. Era el deseo de terminar, de cerrar, de romper con todo.—¿Falta mucho? —pregunté, sin esperar respuesta.Él se detuvo.—Ya estamos cerca.Asentí. No pregunté más.Caminamos unos metros más, hasta que se detuvo frente a una puerta de hierro. La empujó con la palma abierta, y esta se abrió.Entré detrás de él. Él se giró hacia mí.Se acercó muy despacio. Hasta que nuestros rostros quedaron a centímetros.—Sé lo que quieres de mí.Sostuve su mirada.—Y si sabes lo que quiero… entonces entiendo que estás dispuesto.—Estoy más que dispuesto —dijo al fin.—Entonces hazlo —susurré—. Haz lo que viniste a hacer.Se acercó aún más, hasta que el aliento de ambos se mezcló en e
ElenaMe giré lentamente, empujada por el whisky y por ese deseo de acabar con mi problema. Cuando me paré y lo miré detenidamente a sus ojos, me hipnotizó, eran grises con un brillo tan especial que no podía explicarlo. Yo era como una polilla frente a una lámpara. ¡Madre mía! Cada vez que lo miraba me parecía más guapo.Tenía que decir algo. Algo inteligente. Algo seductor. Algo que no me hiciera parecer una adolescente en su primer intento de flirteo. Pero mi cerebro, en ese momento, decidió abandonarme por completo.—¿Tú… tú crees en el destino? —solté.¿El destino? ¿En serio, Elena? ¿Qué sigue, preguntarle su signo zodiacal y si cree en las almas gemelas que se reencuentran en bares con olor a tabaco?Él me miró. No dijo nada. Solo levantó una ceja. Una ceja perfectamente arqueada, por cierto. ¿Cómo se consigue eso? ¿Genética? ¿Magia? ¿Cera caliente?—Porque yo creo que… que el universo nos pone en el mismo lugar por una razón —continué.Silencio.Me reí. Un sonido nervioso, como
ElenaNo reaccioné al instante, pero el corazón se me disparó. Por fuera, fingí estar tranquila, como si lo que acababa de escuchar por parte del camarero no me hubiera afectado. Pero lo entendí perfectamente, ese sitio no era para cuentos de hadas y era exactamente lo que yo necesitaba.—Gracias —solté, agarrando el bolso sin mirar atrás.Sentí la mirada del camarero clavada en mí mientras me alejaba. No supe si quería detenerme, advertirme algo, o simplemente desearme suerte en silencio. Pero no me giré. Ya había tomado la decisión.Salí del hotel. Las calles de Lunaria estaban medio dormidas, iluminadas por farolas. El aire me azotaba las mejillas, y con cada paso, las piernas me temblaban un poco más. No era por el frío. Era por lo que estaba a punto de hacer. Por la idea loca que se me había metido en la cabeza.Cuando llegué al bar, lo supe sin necesidad de leer el letrero. “El Manto Rojo” tenía una cortina roja pesada en la entrada y se escucha música.Nada más entrar, el olor
ElenaEl viaje a Lunaria fue largo. No por la distancia, sino por el silencio. Pasé todo el trayecto mirando el paisaje por la ventanilla, sin decir una palabra. Cuando llegamos al hotel, me impresionó su elegancia. La fachada era de piedra blanca, los balcones estaban cubiertos de enredaderas violetas. La recepcionista nos recibió con una sonrisa cordial. Tras revisar la reserva, nos entregó tres llaves doradas, cada una con un número grabado en cursiva.—Una habitación para el señor y la señora Valcázar, otra para la señora Adriana y su esposo, y la última para las señoritas Natalia y Elena.—¿Yo dormiré con Natalia? —pregunté, sorprendida.—No tenemos habitaciones individuales disponibles —respondió sin más.Mi padre tomó las llaves sin mirarme siquiera.—Perfecto. Que compartas habitación con tu hermana te recordará lo que significa ser parte de esta familia —espetó.Al entrar, Natalia se lanzó sobre la cama más grande, encantada.—¡Madre mía, qué vista! Mira, Elena, se ve toda
ElenaJamás imaginé que perdería mi virginidad de esa manera. Desde niña soñaba con una primera vez mágica, como sacada de un cuento de hadas. Una noche inolvidable junto al hombre que me amara. Pero esa fantasía se rompió en mil pedazos la noche en que escuché a escondidas, la conversación de mis padres. Todo cambió, hasta el punto de ir a un bar para buscar un desconocido para entregarle mi virginidad.—Gregorio, nuestra hija Elena ya tiene veinticinco años —dijo mi madre Isabel, con ese tono que usa cuando está a punto de soltar una bomba—. Todas las familias hablan de nosotros... y no precisamente bien. Adriana se comprometió a los diecinueve, lleva tres años casada. Natalia, con solo dieciocho, estará entre las seleccionadas para el gran encuentro de parejas en Lunaria. ¿Y Elena? Se esconde entre libros y frascos de plantas. No hace nada. Solo pasa los días en ese jardín, leyendo sobre hierbas como si eso fuera a darle un futuro. ¿Qué está esperando?—Ya lo sé, mujer. ¡Elena es u
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